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Y sus muñecas ese día, volvieron a llorar.

Livana.

Acostada en el sofá pierdo mi tiempo viendo cualquier serie que mate mi aburrimiento.

Hoy es el tercer y último día de expulsión, ya quiero volver al insti.

Llamé a mi abuela Lina para que viniera a hacerme compañía y me dijo que después del trabajo vendría a quedarse conmigo.

Escucho un juego de llaves y luego abren la puerta.

Miro mi celular, este marca la una menos veinte de la tarde, es demasiado temprano para que llegue mi abuela.

El señor de negro aparece frente a mi y a su lado Esther, mi madre.

Ruedo mis ojos con fastidio y subo aún más el volumen de la tele.

—¡Esther, sube ahora mismo necesito hablar con tu hija!— grita haciendo que mi madre corra escaleras arriba, no sin antes sonreírme en señal de apoyo.

—¿Qué paso ahora, papi?— hablo con una voz fingida.

—¿Terminaste con Liam Gibsson?— asiento formando una mueca de desagrado— ¿Por qué?

—Tuvimos algunos problemas— evito dar detalles.

—¿Tuvieron problemas?— habla enojado— ¿Tienes idea de lo poco que eso me importa?— abro los ojos indignada— ¡Era tu futuro, digo, es tu futuro, es el hombre perfecto para ti!.

—No, no lo es, me engañó con otra, con mi mejor amiga. ¿Sigues creyendo que es un buen hombre?— hablo cruzando mis brazos.

—¡Pues si, las mujeres no están para romper una relación por semejante idiotez, los hombres engañan y las mujeres perdonan, así de fácil, sin hacer escándalo! ¡Me enteré de todo el alboroto en el instituto!— grita y veo la vena de su frente hincharse.

—¿Es en serio? Eres un machista, Renato.

—Soy un hombre de negocios y tú no te estas comportando como tal, como la hija de un hombre rico y poderoso.

—¿Te has puesto pensar que nunca quise ser la hija de ese hombre, machista, rico y poderoso?

—Pues lastimosamente para ambos, el ADN no puede cambiarse— se acerca a mi con pasos firmes y por inercia me envuelvo en una bolita, su mano se aferra a mi largo cabello tirándome hacia atrás para luego golpear mi cara repetidas veces.

Cuando al parecer termina de descargar su odio contra mi, se va, dejándome ahí, adolorida y con moretones.

Subo a mi cuarto, me recuesto en mi cama y espero pacientemente a que llegue mi abuela.

(...)

Entro al vacío salón de Filosofía.

Por suerte mi suspensión terminó y hoy pude volver a la escuela y alejarme del cavernícola de Renato.

Mi respiración es pausada porque me duele respirar. Siento una fuerte opresión en mi pecho, literal y metafórica. Un gran peso cae sobre mis hombros y me siento impotente.

Parezco una niña pequeña que se deja golpear por su padre. Sé que debería denunciarlo, tal vez así se acabaría todo, pero no puedo, no por cobardía ni por que ame ser maltratada, es solo que... lo quiero, puede sonar enfermo o masoquista pero... ¿qué puedo hacer si lo quiero?, no puedo odiarlo, a fin de cuentas es mi padre.

El trigueño del tatuaje entra en el salón y me observa.

—Hola— muevo la cabeza en forma de saludo— ¿Qué tienes aquí?— intenta tocar la parte inferior de mi ojo pero giro rápidamente la cabeza.

¿Por qué fuiste mi luz?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora