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Definitivamente necesitas un niñero.
¡Qué no soy una niña!

Camino con indiferencia por los largos pasillos del instituto.

Mi cabeza duele y la resaca se hace presente.

Oh, dios.

Entro al aula sin pedir permiso y la profesora me detiene a medio camino.

—Lodge— me giro con lentitud, ladeo la cabeza y la observo— El director la espera en su despacho.

—¿Por qué?— cuestiono.

—Solo ve.

Doy media vuelta y salgo.

Comienzo a caminar y de un momento a otro alguien pasa corriendo por mi lado haciendo que me tambalee.

Eso trae un recuerdo fugaz a mi cabeza.

Nueve años atrás.

Siento un fuerte empujón y caigo de rodillas en el suelo, frente a mi se posiciona aquel chico negro de nueve años, igual que yo.

Lo observó embobada pero él me mira con otro sentimiento: burla.

Miro mis manos apoyadas en el suelo y luego vuelvo mi vista a sus zapatos.

—Oye, imbécil— se escucha por los pasillos.

Giro mi cabeza y me encuentro con Tatiana, la morena que a su corta edad es demasiado guapa.

El chico se aleja y ella me mira, regalándome, para mi sorpresa, una amable sonrisa.

—Hola Livana— estira su mano y la tomo.

Actualidad.

Miro a mi lado para soltarle una palabra no apta para menores al responsable, encontrándome así con el intrigante chico de la clase de ayer.

—Lo siento— murmura mirándome.

—Debes tener cuidado— digo entre dientes mirándolo mal.

Ambos seguimos caminando, él delante y yo detrás, hasta que llegamos al despacho del director.

—El director los espera en su oficina— nos hace saber la secretaria, ambos asentimos y entramos.

—Buenos días, director— saluda el chico a mi lado, yo, en cambio, hago un pequeño gesto con la cabeza hacia el hombre de la silla giratoria.

—Buenos días. Tomen asiento— nos sentamos y él comienza a hablar de cosas irrelevantes.

—¿Hice algo malo?— pregunta el pelinegro.

—¿Podría llegar al punto?— replico segundos más tarde.

—Señorita Lodge, ha estado llegando tarde a varias clases y sus notas... no son las mejores.

—Estoy consciente de ello— digo sin remordimiento.

Nuestro director se sujeta el puente de la nariz y me mira directamente, apoyando sus codos en la mesa.

—¿Para qué me hace perder el tiempo?— continuo— ¿No puede simplemente llamar a mi familia y pedir donativos a cambio de que me suban las calificaciones?— por el rabillo del ojo veo la atenta mirada del chico trigueño— Así funciona esto— digo, girándome hacia él.

El hombre frente a nosotros, ignora mis palabras y habla- Su padre llamó muy temprano queriendo saber de usted y le conté lo que está ocurriendo. Él pidió que le asignáramos un tutor.

¿Por qué fuiste mi luz?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora