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Livana.

Hacia nueve años que no lograba sonreír. Escuchar a una persona reír me producía un dolor en el pecho que no podía descifrar, era como si yo también quisiera reír genuinamente sin fingirlo y sintiéndolo de verdad.

No sé en qué momento la felicidad de las personas comenzó a darme tan duro en la cabeza, pero sí sé en qué momento deje de envidiar la felicidad de la gente y comencé a sentir la mía propia.

Y este era uno de esos momentos en los que sonreía sin fingir.

—Me da mucho miedo idiota— digo aguantando el timón de la moto de agua que alquilamos.

—Ya sé, pero, ¿no te sientes un poco más viva?

Negué para después asentir un poco.

—¿Lo ves? Eso mismo sentí el día que me obligaste a hacer paracaidismo. Sentía que podía desmayarme del miedo y a la vez tenía mucha adrenalina por estar superando mi miedo.

—Si caigo al mar y me ahogo volveré para martirizarte por las noches, y puedo ser muy martirizante.

—En vida eres martirizante, así que no dudo que muerta serias peor.

—¡Oye!— digo y lo golpeo.

—¡No sueltes el timón!— abro los ojos y lo vuelvo a sujetar.

—¡Entonces no me hagas tener que golpearte!

—Pues no me golpees.

—No lo estoy haciendo— rebato.

Llegamos a un lugar solitario, las personas de la orilla se ven diminutas y todo lo que nos rodea es agua.

—Creo que me va a dar algo— le digo con miedo.

—Tranquila— veo como tira el ancla para quedarnos quietos en un lugar— Es hora.

—¿¡QUÉ!?

—¡Que es hora!

—¡Que ya lo escuché! No quiero ir.

—Vamos— lo miro a sus ojos negros— Por favor.

—Venga va, nunca he sido una cobarde.

Veo como me sonríe como tonto.

—Cambia la cara de idiota y limpiate la baba— le digo riendo.

—Eres mala.

—Asi soy.

Nos ponemos unos chalecos y...

—¡AHHH!— grito cayendo al agua de la mano de Mateo— ¡Voy a matarte en cuanto salga de este lugar!

Comienza a reír y su pequeño hoyuelo se le marca.

—Ven aquí— estira su mano y la atrapo gustosa.

Me acerca a él y cuando estamos uno frente al otro envuelvo mis piernas en su cintura mientras llevo mis manos a su cuello.

Le sonrío y lo beso. No una, sino dos, tres, cuatro, y tantas veces que ni siquiera puedo contar.

—Gracias por acompañarme— le digo abrazándolo y dejando caer mi cabeza en su hombro.

—Siempre— responde en mi pelo.

(...)

—¡Mateo!— lo llamo mientras me paro en medio de la sala.

—¿Qué pasa?— viene con un plato de espagueti sin salsa.

—Ew, ¿otra vez eso?— arrugo mi nariz.

—Es mi comida favorita. ¡Un poco de respeto, "señorita oreos"! ¡Eso ni siquiera es una comida!

Me acerco lentamente a él y tomo un mechón de su cabello.

—No te metas con mis galletitas de chocolate porque no respondo, eh, Steve.

—¿Qué... cuándo... por qué... CÓMO?

Le saco la lengua.

—Recursos— me limito a decir— Ahora, vamos. Quiero enseñarte algo.

Lo llevo a la última habitación de la casita de la playa y nos detenemos frente a la puerta.

Lo miro aterrada.

—Hace mucho no entraba aquí, y nadie ha entrado aquí, nunca— le digo y abro— Este fue el único lugar en dónde me sentía a salvo de mi papá, comencé a tocar el piano porque sólo eso me hacía despejar la mente. Hace cinco años que no lo toco.

Ambos entramos y veo el gran piano frente a mi.

Es negro e inmenso, tiene una sábana puesta así que la quito y me siento, el trigueño se sienta a mi lado.

—No sé si pueda hacerlo— digo mirando con duda el instrumento.

—Si puedes. Vamos, toca para mi.

Respiro e intento tocar una tecla pero fallo.

—No, no puedo.

—Si puedes, tranquila. Aqui estoy— lo miro y su sonrisa me hace creer que si puedo así que comienzo.

Don't let me down inside your arms.

No dejes que me ahogue dentro de tus brazos.

—Bad thoughts inside my mind

Tengo malos pensamientos dentro de mi mente.

—When the darkness comes, you're my light, baby

Cuando viene la oscuridad, tu eres mi luz, cariño.

—My light, baby, my light when it's dark, yeah

Mi luz, cariño, mi luz cuando está oscuro, si.

Me dejó llevar por la letra de la canción y lo mucho que pega con nosotros, de vez en cuando le echo miraditas a Mateo quien me sonríe con orgullo, le devuelvo la sonrisa.

Termino de cantar y las lágrimas comienzan a empapar mi rostro por todo lo que significa la canción, por lo que significa este lugar, pero sobre todo por lo que significa que yo volví a cantar y aún más delante de alguien tan especial.

—Te amo— escucho a mi lado— Maldición, te amo tanto que no puedo controlar las ganas de decirlo, quiero decirlo en cada momento, en cada ocasión, frente a todos o cuando estemos solos los dos, y... no quería asustarte pero te amo Livana.

Siento mis ojos cristalizarse y lo beso.

—Lamento no ser tan expresiva, es que yo no sé en qué momentos decir estás cosas, ni en qué momentos no decirlas así que simplemente me quedo callada pero mi forma de amar es enseñarte mi oscuridad, intentar romper mis barreras, mis miedos y cicatrices.

—Si, ya hiciste todo eso.

—Te amo— le digo bajito en el oído— Quizás no te lo diga siempre, quizás tampoco lo diga delante de la gente pero con que lo sepas tú me basta porque hiciste que me enamorara de tus silencios, a mi que siempre amé la rebeldía de gritar.

Y es que es que con él es todo tan sincero, tan verdadero, tan real. Es como si la antigua yo volviera para decirme que como estaba viviendo antes mi vida estaba mal.

Y ya no quiero que nada en mi vida esté mal.

¿Por qué fuiste mi luz?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora