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Las zorras manipuladoras si existen en la vida real...

Mateo.

Empiezo a odiar la televisión, aunque en realidad mi odio es contra lo que proyectan en la televisión.

Mientras desayuno miro las noticias.

—¿Cómo puede existir gente así?— pregunta Meredith mirando a mi madre.

—Están trastornados hija— me volteo hacia ella porque se que viene una de esas explicaciones que tanto me interesan— Esos hombres que golpean a sus mujeres están enfermos, y su trauma viene del pasado. No te digo que son víctimas pero, en cierto modo si tienen un poco de victimismo.

—¿Por qué?— cuestiona la ojiverde acercándose más a nuestra madre.

—Porque vivieron cosas horribles en su pasado. Tal vez su niñez no fue la mejor y la adolescencia tampoco dió buenos resultados, y eso los llevó a ser esas personas que son ahora, unos cobardes— mamá le da un trago a su zumo de uvas y vuelvo a mirar al frente.

Las imágenes son horribles.

Esas mujeres van a estar traumadas de por vida y tal vez hasta con secuelas por tantas golpizas.

Pensar en eso hace que una imagen llegue a mi mente. El ojo morado de Livana.

Me preocupo al instante y me levanto de la mesa como accionado por un resorte.

—Debo irme— anuncio.

—Pero no has terminado de comer, hijo— dice papá.

—Tengo... asuntos en el instituto.

Mamá arruga el entrecejo.

—¿Todo en orden?

—Si, es sólo un trabajo— ella asiente.

Me despido de todos y salgo de la casa.

Mi mente vuelve a viajar a la castaña y un flashback un poco pasado de tono llega hasta mi.

Recordar su voz, sus ojos dilatados, el sudor bajando por su espalda y los gemidos hacen que sienta mi cara arder.

Joder. Estoy en medio de la calle, ¿que demonios estoy pensando?

Me coloco los auriculares para aislarme de mis pensamientos y sigo mi camino.

Al llegar a la institución educativa observo como un auto muy caro se detiene frente a la puerta.

Me quedo mirando para ver si es Livana, pero no, me equivoco, del coche sale un chico negro, su espalda es ancha, como si fuera deportista, porta ropa de marca y una sonrisa que derrite a las chicas de la puerta.

¿Hay un chico nuevo?

Me acerco un poco más hasta llegar a la puerta.

—Hola a todos. Mi nombre es Ian McCoy pero mis amigos me dicen Ian— se ríe y las chicas lo imita.

Vaya, otro niñito popular.

Paso por su lado ignorándolo y entro.

—¡Hola!— digo, para hacerme notar.

El rubio de ojos verde-azules se voltea y frunce el ceño.

—¿Es a mi?— asiento— Venga ya— intenta voltearse pero me apresuro y lo tomo del brazo— ¿¡Pero, qué!?— grita.

—¿Sabes dónde está Livana?— pregunto.

—¿Por qué te diría algo sobre ella, rarito?— bufo y aprieto un poco más su brazo.

¿Por qué fuiste mi luz?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora