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—Te quiero.
—No sabes nada de mi ¿cómo puedes decir eso?

Livana.

Lluvia: agua que cae de las nubes negras, aveces en forma de pequeñas gotas, otras en forma de grandes y fuertes aguaceros.

En lo personal siempre he amado la lluvia.

Y aún más la de principios de año.

Ver desde mi gran ventana las pequeñas gotas deslizarse como si estuvieran teniendo una carrera es uno de mis pasatiempos favoritos.

Aún así, sigo siendo una chica con un pésimo carácter y el malhumor de los infiernos.

Pues bien, hoy todo eso se ha juntado para cabrearme tanto que siento que mis nudillos van a explotar de tanto apretar mi mano contra el mango del paraguas.

Voy saliendo del aparcamiento mientras maldigo para mi misma.

Antes de salir de casa la llovizna era suave y relajante por lo que me había puesto un vestido de mangas largas para contrarrestar el frío, sin embargo al llegar al colegio esa llovizna se convirtió en un aguacero torrencial acabando así con mi maravilloso outfitt y por ende con mi humor.

Siento los tacones empapados por el agua que salpica mis pies, y las babosas parejas del instituto parecen demasiado enamoradas saltando de charco en charco.

—¡Están empapando mi ropa! — grito frustrada mientras los asesino con la mirada.

—Lo sentimos, Livana— dicen a la vez bajando la mirada.

—¡Que asco de día!— chillo, pataleando el suelo.

—¡Barbie!— escucho detrás de mi, y luego unos brazos se envuelven en mi cintura.

Nicolás Adams, mi mejor amigo... desde que nos conocemos me ha llamado Barbie, dice que le recuerdo a la rubia oxigenada de las películas, aunque mi cabello castaño con betas violetas no concuerden con la descripción exacta de la chica.

—Ken— repito con fastidio.

Me ha obligado, por los siglos de los siglos a responder siempre con el nombre del novio de Barbie. Es como nuestra tradición particular.

No importa lo que pase, si el dice Barbie, yo respondo Ken.

Si, es algo tonto e infantil pero así es Nico.

—¡Oh, dios! ¡Estás enfadada!— grita en mi oído como si fuera algo nuevo.

Payaso.

Abro mi boca y me giro para encararlo.

—¿En serio? Jamás lo hubiera notado— resoplo con sarcasmo.

—Venga ya, sonríele a la vida. ¡Es solo una!

—Gracias a dios— vuelvo a resoplar— ¿Podemos entrar ya? Me estoy mojando.

Sus cejas se arquean y me regala una mirada pícara.

—Te estás moj-

—Ay, dios. Basta ya— interrumpo tomándolo de la mano y obligándolo a entrar.

—¿Y Liam?— pregunta el rubio de cabello despeinado mirándome.

Giro mi cabeza al frente ignorando su mirada.

—Bien.

—¿Qué pasa?— cuestiona.

—Estamos bien— repito sin mirarlo.

¿Por qué fuiste mi luz?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora