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Al verme reflejada en el espejo, fue increíble la reacción de mi cuerpo. El corazón pareció volverse tres veces más pequeño, pero golpeaba mi pecho con mucha más fuerza y rapidez que de costumbre... Sobre el pecho parecía estar sosteniendo un peso demasiado grande y no me di cuenta de lo irregular de mi respiración hasta que el calor no comenzó a subirme por todo el cuerpo agobiándome. De un momento a otro y sorprendiéndome por completo, la chica del reflejo comenzó a llorar en silencio mientras se llevaba las manos al pecho.

-Cariño, estás bien?-Carolina me había puesto una mano en la espalda mientras con la otra secaba las lágrimas de mis mejillas. La miré sin saber como sentirme. Ella en cambio, ahora sonreía-No creo que deba preguntar si es el vestido que buscabas-acarició mi mejilla con gesto maternal. Volví a mirarme en el reflejo, descubriendo que mi rostro era una mezcla de sentimientos. Miedo, sorpresa, incertidumbre...

-Esto tiene que ser normal?-pregunté bajando de la plataforma para acercarme aún más al gran espejo.

-No-dijo riendo-Pero no es nada extraño. Extraño es que te extrañe tanto-dijo volviendo a reír.

-Es que... Estoy llorando por verme con un montón de tela blanca... Y lo increíble no es eso, es que a pesar de sentir miedo por el simple hecho de estar llorando... Miedo, sorpresa... A pesar de ello... Siento... Alegría?-me giré hacia la mujer.

-Tan solo puedo decirte que cuidéis un amor así-dijo sonriendo tiernamente antes de ir hacia el largo mostrador para coger la caja de pañuelos y luego acercarse a besar mi mejilla antes de ofrecérmela-Lo vuestro es realmente especial.

-Sí... sí que lo es-dije cogiendo un pañuelo.

Me miré una última vez al espejo.
El vestido era hermoso. De escote recto, el cual parecía la línea continua que unía mis hombros. Las mangas eran largas. Todo el vestido se ceñía a mi cuerpo a la perfección a excepción de la parte baja, más voluminosa, ancha y desahogada pero nada pomposa, la cual no escatimaba en tela si se tenía en cuenta la gran cola. El vestido consistía en dos capas, ambas del mismo largo, exceptuando la parte de arriba, ya que la tela blanca y sedosa de abajo se ceñía a mi cuerpo del mismo modo que la segunda tela exageradamente fina y decorada con un hermoso y elegante encaje, pero esta, la tela de abajo, tenía un escote en forma de corazón oculto en gran parte y de forma sutil por el encaje de la tela superior, de forma que pareciera que ambas telas se fundían una con la otra por lo desigual del encaje. En la parte alta de la cola, poco más abajo de mi trasero, un pequeño y estratégico fruncido provocaba la caída a mis pies de una larga cascada de pliegues suaves y verticales cada vez más distantes entre ellos y menos visibles. La espalda a su vez, quedaba prácticamente por completo al descubierto, desde mi cuello hasta poco antes de mi cintura. El breve margen de tela que tapaba mi espalda a ambos lados, estaba bordeada por el sencillo encaje. Rodeando mi cintura y mis muñecas, habían unos simples y finísimos aros dorados, los de las muñecas eran realmente discretos por su finura, a diferencia del de la cintura, algo más grueso, pero ambos con el mismo dorado intenso. Luego estaba aquel hermoso velo, aún más largo que el vestido, delicado por su fina tela y elegante por el sencillo encaje que lo bordeaba.
Rocé el aro de mi cintura sintiéndolo frío bajo mis dedos.

-Está bañado en oro, al igual que los de la muñeca-dijo Carolina. Ambas nos mirábamos a través del espejo.

-Es hermoso-dije tan solo.

Aquel era mi vestido.

Tras pagar, lo que no me sorprendió que me saliera por un ojo de la cara y dar la dirección de mi madre a dónde debían enviar el vestido y el velo con carácter urgente, salí de la tienda.

Sentí un calor abrasador azotarme el rostro con furia. Aquel vapor me agobió antes de llegar a poner los dos pies fuera de aquella tienda y las cigarras también parecían quejarse a gritos por aquel calor.
Caminé tranquila en dirección a la tienda que había al otro lado de la plaza.
Había mucho ambiente a pesar de la sofocante temperatura. En las terrazas todo eran risas, platos, cubiertos, murmullos... En la plaza como tal los pocos niños que se atrevían a salir de los sitios sombreados, jugaban con pistolas de agua.
El aire parecía cada vez más caliente a mi alrededor y el que entraba en mí, parecía quemarme las fosas nasales y luego la garganta para finalmente secarme ésta.
Tuve que pararme en seco para llevarme las manos a la garganta. Tiré del collar como si fuera ese el causante de mi dificultad para respirar. A pesar de estar con la boca entre abierta, el aire no entraba y el que entraba por mi nariz seguía quemando. Pude ver de reojo como algunos niños detenían su juego para quedarse mirándome, antes de que mi vista clavada en la nada, comenzara a nublarse.

-Meg!-escuché antes de desvanecerme en la oscuridad de mi mirada y el silencio de mis oídos.

No llegué a tocar el suelo.

DIECISÉIS PRIMAVERAS (en proceso de corrección)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora