II

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-Señorita, he aprovechado que estaba fuera para poner los aspersores y hacer la compra- dijo la otra mucama mirándome, antes de seguir limpiando los cristales. 

-Gracias- dije antes de llamar a Draco que tiraba del cojín de la tumbona.

-Perdone señorita- dijo Lilian, que es como se llama, haciendo que me detuviera justo antes de cruzar la entrada ya con Draco en brazos. La miré.

-Lupe quería hablar con usted.

-De acuerdo- dije antes de entrar, dejar al cachorro en el suelo y dirigirme a la cocina.

Lupe estaba preparando la comida. Removía algo en el fuego, bueno lo del fuego es un decir, porque cocinaba en la vitrocerámica, el caso es que fuera lo que fuera que estuviera cocinando, olía muy bien, algo que no conocía.

-¿Querías hablar conmigo?- me miró sobresaltada -Perdona, no pretendía asustarte- dije suprimiendo una sonrisa. Sonrió.

-No pasa nada- dijo ahora dejando el cucharón sobre la encimera de granito -Y... Bueno, quería hablarle sobre mi hija.

-Adelante- dije mientras me acomodaba en uno de los taburetes de la isla central también de granito. Se acercó.

-Verá, ella ha estado mucho tiempo inactiva laboralmente y hoy empieza nuevamente a trabajar...- hizo una pausa.

-Lupe con confianza... ¿Ocurre algo? ¿Necesita algo?

-No, no... Más bien necesito un favor por su parte. Verá, en realidad el problema es mi nieta. Mi hija es madre soltera y en casa solo vivimos nosotras.

-Ve a casa si es lo que necesitas.

-No mi niña Megana, lo que le quería preguntar es si podría traerla aquí varios días hasta que encontremos una canguro.

-Por favor Lupe, no me preguntes tonterías- por un instante su rostro se tornó por completo en preocupación, sorpresa y disgusto, todo al mismo tiempo -Para la próxima la traes y listo- sonrió con alivio.

-Muchas gracias joven- dijo antes de frotarse las manos en el delantal y acercarse más para poder abrazarme.

Un par de horas después, bajé yo misma a abrir el portón para recibir a la pequeña y a su madre. 

-Muchas gracias por dejar que mi hija se quede aquí señorita Megana- dijo Lola. 

Era guapa. Tenía gran parecido a su madre, solo que claro, más joven. Era alta y delgada. Tenía los ojos oscuros, la piel tostada y aún recogido en una cola de cabellos ondulados, el largo de su pelo le llegaba a la cintura.

-No tienes que agradecer nada- le sonreí -¿Quieres entrar a saludar a tu madre? 

-Oh, no, no gracias... Llegaré tarde si no me doy prisa.

-Bueno en ese caso márchate sin preocupación. Cuidaré de ella como si fuera mi propia hija- me sonrió abiertamente.

-Gracias nuevamente- dijo antes de agacharse para recibir un fuerte abrazo de su pequeña Rosalinda, una niña de seis años, también delgada pero más clara de piel que su madre, sus ojos eran de color miel, de cabellos igual de lisos que su abuela, pero del largo de su madre, quizás un poco más. Era inocentemente bella.

Lola se despidió de ambas, con un gesto de la mano antes de subir al coche que había tenido aparcado frente al portón.

-¡Que lindo!- exclamó la pequeña con voz aguda, corriendo hacia la calle. Corrí tras ella. Sonreí al averiguar a lo que se refería. 

DIECISÉIS PRIMAVERAS (en proceso de corrección)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora