La forza dell'amore

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Nuestra mesa era alargada, a la cual nos sentamos únicamente Alexandro, Philip, yo y mi padre, en ese orden y todos al mismo lado pudiendo así ver de frente al resto de invitados sentados en las mesas repartidas por el jardín y el escenario que habían montado de madera clara, decorado con delicadas flores blancas y cintas ligeras del mismo color. Como fondo, había un panel de tela blanco que me recordó en cuanto lo vi a la pantalla de un proyector, y frente a él había un bonito piano blanco.

Todos nos sentamos a la mesa entre distintos temas de conversación y motivos de risa.
Unas suaves notas musicales comenzaron a sonar y el mágico momento lo completó la intervención de aquella voz angelical.

The power of love de Gabriella Aplin, esa era la canción que cantó mi cuñada y que hizo que la piel se me mantuviera erizada la mayor parte del tiempo. Y cuando ya pensé que no sería posible mejorarlo, apareció la bailarina no se de dónde, corriendo como si huyera de alguien que terminó por ser el que se ha quedado con el nombre del violinista, él la alcanzaba abrazándola por detrás, ella lo apartaba para darse la vuelta y quedarse mirándolo con tristeza antes de desvanecerse, pero ahí estaba él para sostenerla y elevarla por los aires... Aquello era simplemente hermoso... Ella vestía ahora un vestido de gasa blanca, largo y con varias aberturas que dejaban asomar sus delicadas piernas con cada movimiento; él había abandonado su traje para vestir ahora únicamente con un pantalón negro de una tela más cómoda y menos rígida que la del esmoquin. Ambos iban descalzos. Hicieron suyo el jardín con cada movimiento... Hicieron de nuestro jardín el escenario de una historia de amor, una en la que no todo era perfecto, eso es la parte más real de la vida, pero una en la que el amor a pesar de las dificultades, gana.
Mis vellos estaban de punta y mis ojos húmedos porque aunque no debían por el maquillaje, querían llorar de la emoción...
Las notas de piano, obra de los delicados dedos de mi cuñada, acompañadas por las de violín o las de campanillas que de vez en cuando intervenían desde los altavoces; La voz dulce y aterciopelada de Alice; El delicado baile de los bailarines... Todo tomó intensidad cuando entre los instrumentos que acompañaban al piano intervinieron violonchelos y platillos, obligando con el cambiante ritmo a que Alice también aumentara el volumen de su voz.
El corazón se me encogió pudiendo caber ahora en el puño de mi hijo. De repente me había acordado de aquel sueño, aquel en el que Philip y yo nos casábamos, la alfombra blanca, los pétalos, Alice cantando sentada al piano y nosotros saltando desde las alturas a un río...
Las lágrimas cayeron tímidas y silenciosas, como queriendo que nadie más que yo, supiera de su presencia. Dios... esperaba que alguien estuviera grabando aquello.
Al acabar, todos aplaudimos efusivamente a lo que acabábamos de ver y oír. Tanto los bailarines como Alice saludaron con una inclinación, antes de que los bailarines se retiraran y Alice bajara corriendo para acercarse a mí y abrazarme por la cintura.

-Lloras porque te ha gustado?-ahora ambas nos abrazábamos y yo aunque tímidamente, seguía llorando, ganándome las miradas tiernas de todos. Asentí a la pregunta de la peque.

-Ha sido increíble Alice-dije mirándola a los ojos.

-Bien, de algo bueno han servido las odiosas clases de piano y cante-respondió haciéndonos reír.

Pensé que ya aquello seguiría como una simple fiesta sin más sorpresas, pero aún no habían finalizado.
La tarta nupcial era cilíndrica, de cinco pisos, toda recubierta de nata color marfil, además del sencillo decorado de los bordes. Luego también estaba la otra parte de la decoración que consistía en una fina y poco abundante enredadera de pequeñas y delicadas hojas verdes, salpicada por hermosas y blancas flores de Iris, que caía únicamente por un costado de la tarta. Obviamente eran comestibles. Coronando la tarta estaban los muñequitos de la novia con su pomposo vestido blanco y su mini velo y el novio, con su trajecito a medida, ambos a cada lado de una pequeña cuna azul y rosa, en la que en lugar de un bebé, había recostado contra los barrotes un signo de interrogación rojo. Los dos recién casados parecían sonreír y posar para una foto de forma alegre saludando ella con la mano y él colocando el índice y el corazón de su mano en v.
Era simplemente perfecta y además con el toque de humor y alegría que solo Philip sabía transmitir incluso en los momentos menos pensados.
Todos disfrutamos de la deliciosa obra pastelera, por la cual cuando me sirvieron mi gran trozo decorado con varias de las flores y hojas que decoraban antes la intacta tarta, tuve que echarme a reír.

DIECISÉIS PRIMAVERAS (en proceso de corrección)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora