Ricordi del passato e piani futuri

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La noche era paradójicamente blanca. Los copos de nieve caían difícilmente sobre la espesa capa de nieve que cubría los suelos, mientras el viento fuerte y veloz los azotaba tanto a ellos como a las casas del pequeño poblado.

En una de las pequeñas casas más parecidas a chozas, estaba teniendo lugar el nacimiento de una pequeña niña a la que más tarde bautizarían con el nombre de Misha.

La pareja no era joven, pero tampoco era una pareja de ancianos. Habían ansiado el nacimiento de aquella pequeña por años y ahora tenerla entre sus brazos era algo maravilloso, casi un milagro.

La niña lloraba con fuerza, lo que alegró a los padres. Para ellos eso era señal de buena salud. A pesar de los fuertes lamentos de la pequeña, fuera, el viento resonaba con mayor fuerza.

Al otro lado de la ventana y atento a la belleza de aquella pequeña de piel blanca como la nieve, finos y cortos cabellos negros como el azabache y ojos color lavanda, estaba una criatura realmente hermosa. Su pelaje además de suave, era de tres tonalidades, blanco, grisáceo y color vainilla, sus ojos eran de color miel amarillento, sus colmillos eran armas mortales de las que ninguna criatura a la que él haya querido aniquilar, se hubiera salvado. Y tanto su inteligencia como su tamaño eran desmesurados.

El joven huargo no sabía qué hacía en aquel poblado, no sabía por qué no podía separarse de aquel pequeño ventanal y mucho menos sabía el por qué de aquel sentimiento que lo empujaba a quererla proteger.

Aquella pequeña era especial.

Cada noche durante el primer año, el joven animal se acercaba a aquel mismo ventanal para velar el sueño de la pequeña. Si su despiadada manada se disponía a acercarse por aquellos alrededores, él los alejaba...

Ambos, tanto la criatura de tan solo un año ya de cabellos enroscados y la bella bestia, solían quedarse mirándose a los ojos mutuamente hasta que a la pequeña la vencía el sueño.

Una noche, en la que toda la manada salió de caza, la pequeña se durmió con la tristeza de no haber visto aquella cálida mirada al otro lado del pequeño ventanal.

Tenía una peculiar mancha de nacimiento perfectamente trazada tras la nuca en forma de luna en cuarto menguante, la misma que por aquella tristeza se iluminó desprendiendo un fuerte resplandor azul. Todo a su alrededor comenzó a levitar. Para su desgracia e inocencia, sus padres presenciaron aquella anomalía, que asustados cogieron a la niña sin importarles poder despertarla, la envolvieron en pieles y tras alejarse cientos de kilómetros del poblado, la abandonaron sobre la nieve y entre fuertes llantos.

El huargo al descubrir que habían abandonado a la pequeña, fue en su busca tras desvelarles a sus hermanos la existencia de aquel poblado.

El animal cuidó a la pequeña durante años, la alimentaba con aquello que robaba de poblados, la protegía custodiando la cueva que ella ya consideraba hogar, la protegía del frío con pieles también robadas...

La pequeña amaba a aquel animal. Cada noche dormía con la cabeza apoyada en su lomo. Durante el día lloraba por su ausencia y las tardes las aprovechaba para acariciar su bello rostro y jugar con él.

La relación que ambos tenían era la que comparten un padre y una hija. Era hermoso verlos juntos.

Cada vez aquella pequeña crecía más y más. Sus largas, finas e infantiles extremidades, su pequeño cuerpo, sus ondulados y largos cabellos, negros como la noche... Lo único que no cambiaba en ella era su belleza o quizás sí, pero que cada día también iba a más. Otra cosa que no cambiaba, era la vida que reflejaban aquellos hermosos ojos color lavanda.

DIECISÉIS PRIMAVERAS (en proceso de corrección)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora