XXIV

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Jungkook y Jimin no pegaron un ojo en toda la noche y en cambio solo miraban el techo. Al estar todo tan silencioso, podían escuchar perfectamente la respiración calmada de su hijo, que dormitaba en la cuna redonda, elaborada con madera pintada de un bonito tono beige, de barrotes no tan separados, pero tampoco juntos y con un colchón de calidad, ubicada en una esquina de la habitación.

— Deberías descansar —insistió Jungkook por milésima vez, pero Jimin no le hizo caso y siguió con los ojos bien abiertos— Jimin...

— No puedo dormir —respondió el chico— Tengo miedo de que Miel deje de respirar de la nada como la otra vez y, a pesar de que dijeron que era normal, le tengo demasiado pánico —Jungkook comprendía el temor de su novio, él también lo sentía. Si algo malo sucedía, no sabría que tendría que hacer, puesto que quien pasó más tiempo en el hospital y había vivido los malos ratos del bebé, era Jimin. Su trabajo no le permitió estar tanto tiempo con él como le hubiera gustado, por eso mismo y porque ambos debían recuperar las fuerzas gastadas ese día, se levantó de su cama y caminó hasta la cuna.

Miel estaba muy dormido. Su cuerpo se mantenía caliente enfundado en un mameluco completo y cubierto por una manta amarilla. Se veía hermoso con los bracitos estirados, el gorro cubriendo su cabeza y una de las manoplas salidas.

— Es tan tranquilo... —murmuró el mayor, tomando al bebé con cariño y llevándoselo consigo hacia la cama, ubicándolo en medio de ambos cuerpos y calmando por fin las ansias de sus padres.

En aquel momento no pudieron haber estado más equivocados.

Conforme los días pasaron y conocían más a su hijo, notaron que aquel diminuto ser que parecía un pan elaborado por Dios, muy fácilmente podía convertirse en un diablillo si anhelaba algo y este no se le era brindado. Ya sea que Jimin se alejara un poco o si terminaban de darle de comer y quería un poco más, sus gritos no parecían los de un niño de casi dos meses de edad, sino los de una mandrágora muy propia de las películas de Harry Potter.

— ¡Jimin, estoy entrando en desesperación! —chilló Taehyung, quien arrullaba a un malcriado Miel paseándolo de un lado a otro por la habitación, mientras su padre se daba una ducha. No habían pasado más de cinco minutos desde que el rubio había decidido pasarle el bultito a su amigo, que había venido a visitarlos, y este ya estaba a punto de arrancarse los cabellos por los sollozos del pequeño— ¡JIMIIIIIIIIIIIIIIIN!

— ¡Ya voy! —El chico se puso la bata de baño y enrolló una toalla sobre su cabeza antes de salir y colocar su cara frente al bebé— ¡Ya estoy aquí, Miel, bebé, miraaaaaaaaaa! —el niño pestañeó un par de veces, sorbiendo por la nariz al momento en que Jimin lo cargó y le besó las regordetas mejillas.

— Has creado a un monstruo, Minnie —el nombrado bufó. Su hijito era tan llorón y mimado, que ya no sabía qué hacer. Su madre le había regalado una silla mecedora, que a duras rastras era movida por todo sitio, incluido el baño, para evitar que el maligno se apoderara de Miel cuando Jimin tenía que hacer sus cosas.

— La señora Ryu dice que es una fase... Que cuando vaya creciendo, pasará, pero de verdad que me estoy volviendo loco.

— ¿Es igual con Jungkook?

— No... —Jimin miró a Taehyung fruncir los labios y luego el pelicafé empezó a reír a carcajadas. Sus ojos se achinaron, se le inflaron los cachetes y una sonrisa cuadrada apareció en su rostro, algo que solo pasaba cuando realmente se estaba divirtiendo.

— Es... Obvio... Que... Que tu feto... No tiene nada de favoritismo... —dijo entre risas, tapándose la boca con una mano. Jimin rodó los ojos, colocando a Miel sobre la mecedora para poder vestirse.

La Forma En La Que Te Amo (KookMin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora