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Jimin observó, desde la esquina de la habitación de Taehyung, a su hijo dormir plácidamente sobre la cama. Tenía el cabello amarillo apuntando por todos lados, los brazos estirados y la boca abierta, dejando relucir el único par de dientecitos que poseía.

Dormía como Jungkook, relajado y babeando, y pensar en eso solo hizo que sintiera su corazón más apretado. ¿Por qué lo echaba tanto de menos? No debería, al menos no después de lo que le hizo. Sabía que debía detestarlo, dejar que se ahogara en su miseria; sin embargo, al ver a Miel de aquella forma, solo podía pensar en él y en el amor que le seguía teniendo.

— Soy un tonto —se dijo a sí mismo y luego decidió salir hacia la cocina para tomar unas pastillas para el dolor de cabeza. Con todo lo que había ocurrido en los últimos días, el malestar sumado al labor de cuidar a un niño de casi siete metes, lo estaba enfermando; el día anterior también había tenido un poco de fiebre, pero nada preocupante.

No podía mentir, se sentía exhausto y abrumado. Tae y Amanda lo ayudaban, pero Miel era demasiado atento e inteligente que pronto había notado lo que le faltaba a su entorno. Todos los días llamaba a Jungkook con balbuceos y al no encontrarlo, se empeñaba en hacer un berrinche y gritar hasta que Jimin terminaba llorando junto a él. Lo extrañaba y al no poder entender bien la situación, explotaba. Era normal en niños de su edad.

— ¿Te sigues sintiendo mal? —Jimin dio un salto cuando escuchó a Amanda entrar a la cocina. Se giró y la sonrisa de la joven se le contagió— Has tenido tantos dolores de cabeza, que creo que las pastillas ya no te están haciendo efecto, ¿No deberías ir al doctor?

— Solo es el estrés —el chico le restó importancia al asunto y terminó su vaso de agua para ir a la habitación y esperar a que su bebito despertara para darle de comer. Sus pechos dolían y a pesar de que el bebé ya llevaba la alimentación complementaria, la leche de su padre M-preg no la iba a dejar hasta, como mínimo, el año y medio.

Después de asearse y cambiarse, el pequeño rubio despertó y se dio vueltas en la cama para buscar a Jimin. Cuando empezó a sollozar bajito, el chico se acercó y le besó las mejillas, la naricita y la frente antes de levantar su camiseta y dejar que Miel se alimentara.

La costumbre casi hacia que gritara por Jungkook y le pidiera que cortara las frutas que le daban al bebé por las mañanas, pero se contuvo al caer en cuenta de la realidad: Jungkook ya no lo ayudaría, Jungkook tendría su propia vida y en los únicos momentos en los que se verían, sería para devolverse al hijo que compartían.

Sabía que sería así, pues la abogada que había contratado para coordinar el horario de visitas, se lo había explicado con lujo de detalles.

Baba, ba, wa... —Miel empezó a juguetear con su piel expuesta, apretando el pezón con sus deditos y soltando carcajadas que hacían que Jimin regresara a la realidad y se sintiera pleno. No importaba lo que sucediera, si su bebé sonreía así, él estaría bien.

— ¿Sabes que te amo? —le dijo al niño y lo abrazó. Respiró su aroma a loción, acarició su suave piel y pronto se sintió reconfortado. Sin más, lo cargó con un brazo y con saltitos se dirigió a la cocina para alegrar un poco el día.

Sacó del refrigerador unas cuantas fresas y después de lavarlas, se las entregó. Jimin hacía su propio desayuno mientras el nene comía y al mirarlo de soslayo se sorprendió por lo mucho que su pequeño bebito había crecido. Jimin estaba enamorado de él, lo amaba con todo su corazón y sabía que haría cualquier cosa para protegerlo.

Wa, wa, wa...

Esas frutas se llaman fresas —le explicó, pero Miel no tenía la mínima intención de escucharlo— ¿Te gustan, mi amor?

La Forma En La Que Te Amo (KookMin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora