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Lu no era muy buena cocinando, menos los menús tan elaborados y complejos que servían en una Universidad privada

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Lu no era muy buena cocinando, menos los menús tan elaborados y complejos que servían en una Universidad privada. Pero, al menos podía cubrir el campo de limpieza. Se llevaba muy bien con las mujeres mayores, pero las chicas no eran muy agradables. El timbre sonó al medio día y las mujeres se pusieron en posición para recibir a los universitarios que entraban como circo en la cafetería. Lu utilizaba un delantal verde y el cabello recogido. Los alumnos entraban en caravana; con gritos, carcajadas, piruetas y bailes raros. Tanto gozo y diversión le inquietaba la respiración. Un aire de felicidad prominente sopló en su rostro al ver a Simón con un par de chicas abrazándolo a cada lado.
Ellas le sonreían colgadas de sus hombros, él simplemente cabeceaba de un lado a otro hasta que su mirada chocó con la de Lu.
Ambos compartieron una sonrisa.

—Consigan una mesa, yo les llevaré el desayuno, señoritas— les susurró.

Las chicas soltaron una risita, sonrojadas y se despegaron de los hombros de Simón. Él se dirigió directamente hacia Lu. Ella se posaba detrás del mostrador esperando órdenes.

—¿Qué has preparado para mí hoy?— dijo Simón apoyándose sobre el mostrador.

—Yo sólo lave las tablas de picar— bromeó ella.

La cola comenzaba a aumentarse; las mujeres servían a los universitarios los platillos suculentos y variados, como un restaurante de lujo. A Lu comenzó a hacérsele agua en la boca.

—Ven a comer conmigo— la invitó.

Lu se desconcertó por un minuto. Ella estaba trabajando, no podía sentarse como reina en una cafetería de lujo y gozar de la vida. Sentir felicidad y placer no es algo que ella pronosticara para su destino.

—Estoy trabajando— se encogió de hombros.

—Pero ya lavaste las tablas, ¿No?— alzó una ceja.

—Hola, S. —lo saludó Lila con una sonrisa— Lu, ve a dejar este plato al jardín— le extendió una bandeja con comida variada.

Lu lo examinó, era comida especial, más preparada y con aún mejor pinta que la demás, como si fuera para alguien realmente especial.
Simón hizo mala cara y rodó sus ojos.

—¿Es para quien yo creo?— le preguntó Simón a Lila.

Ella asintió lentamente y Simón resopló.

—Sabes que no la aceptara, como siempre. Lu no tiene porque pasar por eso— masculló Simón entre dientes.

—Son órdenes de tu padre— Lila se encogió de hombros sin alternativa.

—Manda a otra— le ordenó Simón.

—No es problema, yo iré —se ofreció Lu tomando la bandeja rápidamente, antes de que Simón abriera la boca para objetar de nuevo— ¿Cómo sabré quién es?— le susurró a Lila antes de salir.

—Es la única persona que estará ahí —le contestó— Ah, Lu; una cosa más... Asegúrate de no regresar con la bandeja.

Lu asintió confusa.

—¡Simón, la comida!— lo llamaron las chicas desde la mesa.

Simón iba a negarse para seguir a Lu, pero Lila le ofreció las dos bandejas del almuerzo de las chicas. Él renegó tomándolas y se dirigió hacia la mesa dónde lo llamaban sus amigas.
Lu salió por la puerta trasera de la cocina hacia el jardín. Atravesó unos laberintos de árboles y flores. El lugar estaba solitario, como Lila le había dicho. Olía a rosas, pasto y agua. Era un lugar agradable ahí. Lu se dio cuenta porque la persona a la que iba a dejarle el platillo se ubicaba ahí, lo que no entendía es porque el resto de estudiantes no almorzaba o permanecía en un lugar tan hermoso como ese. El viento soplaba suave y fresco, y se oía el sonido de los pájaros en los árboles. Era todo un paraíso primaveral. Lu llegó hasta el final del lugar, dónde se abría un círculo de pasto verde y fresco, una fuente pequeña dónde un ángel con una flecha escupía agua cristalina, los pétalos de las flores flotaban sobre ella. Ese lugar se volvía cada vez más agradable. Había un cerco de enredadera con jazmines aleatorios, también habitaban figuras de pasto amarillo y hongos rojos adornando los alrededores. Si hubiera sido más grande, bien podría ser un campo de golf.

—¿Hola?— llamó Lu al hermoso lugar vacío.

Nadie le respondió.

Lu bajó la vista hacia la bandeja, una abeja zumbaba sobre la enorme copa de cristal rellena con un líquido rojo. Suspiró y miró hacia todas direcciones.

—Disculpa, vengo a dejar tu almuerzo, ¿Quieres recibirlo tú o lo dejó aquí nada más?— hizo un gesto hacia la soledad que habitaba el lugar.

Recordó las palabras de Lila: “Asegúrate de no regresar con la bandeja”. No podía regresarse con la comida, pero ahí no había nadie. Merodeó por los alrededores buscando señales de vida de alguna persona, pero ella no observaba a nadie por ningún lado. Escuchó el sonido de pequeños golpecitos en la cumbre de un árbol. Se acercó al lugar curiosa, con el corazón acelerado y un poco asustada. Miró por las ventanas se asomaba una ardilla picando algo entre sus patitas. Ella sonrió al ver la divertida criatura. Sintió una respiración detrás de ella y se volteó de inmediato. La bandeja de comida se desparramó al golpearse con una persona frente a ella; el plato se quebró, el beefsteak se ensució en el pasto y el líquido se chorreó bajo sus pies. Jadeó al ver el desastre regado en el suelo, y sobre los converse negros mojados con el líquido rojo. Lu deseó que el mundo se abriera y la tragara. Se arrodilló inmediatamente y levantó la loza, el cristal y la comida tirada sobre la bandeja. Se quitó su delantal y comenzó a limpiarle los zapatos al chico mientras se disculpa va en balbuceos

—P-P-Perdona. Lo s-siento— murmuraba temerosa.

Los zapatos se apartaron de ella dando un paso hacia atrás, como evitándola. Lu levantó la vista a través de los pantalones negros y camisa blanca cuello en v cubriendo un pecho bastante pronunciado. Su boca se abría cada vez más hasta llegar a ver el rostro del chico tapando la luz solar. Ella sintió que su cuerpo había dejado de corresponderle, sus piernas ya no eran parte de su torso. Quedó anclada a los ojos grises brillantes que se iluminaban en el rostro de aquel chico, los labios rojos y finos que fruncía con dureza, los hoyuelos que se pronunciaban en sus mejillas por su expresión, su cabello negro y liso ligeramente alborotado y sus cejas fruncidas hacia ella.
Lu se dio cuenta que todo el paraíso necesitaba un Dios, y este ya tenía uno. Y tal vez su vida no fuese un paraíso, pero él ahora era quien la dominaba como su Reino. Él la miraba con altivez y ella se arrastraba limpiando sus zapatos reverenciándolo. Irónicamente, se encontraba físicamente como lo estaba mentalmente: a sus pies.

Malas DecisionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora