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Entré a la habitación de mi pequeña niña y la miré durmiendo acurrucada en su almohada durante media hora

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Entré a la habitación de mi pequeña niña y la miré durmiendo acurrucada en su almohada durante media hora. No había mucho lugar donde descansar así que decidí dormir en el sofá. Antes de salir por la puerta, noté que Matteo bajaba las escaleras. Unos golpes fuertes y horribles sonaban en la entrada.

—¡Joder, ya voy!— gritaba Matteo dando grandes zancadas hacia la puerta.

Me asomé por el pequeño balcón interior y miré cuando Matteo abría la puerta. Era Daniela.

—¡Te llamé hace un siglo! ¿Por qué te apareces hasta esta hora?

Matteo la tomó del cabello y la halo hasta estamparla contra el sofá.

El tipo estaba rabiando. Si la pobre masoquista salía viva de esta era porque tenía suerte. ¿Acaso se había puesto así sólo porque no accedí tener relaciones con él?

—¡Lo siento, estaba dormida!— se excusaba ella.

Matteo ignoró sus palabras y se desató el cinturón de la cintura. Seguro se lo había vuelto a poner. Daniela se tapó el rostro con sus manos y comenzó a llorar.

—¡Inclinate!— le ordenó Matteo.

La chica se quitó la camisa y se arrodilló contra el sofá, dándole la espalda a Matteo. Este comenzó a golpear brutalmente su espalda con el cinturón. Daniela gritaba y lloraba de dolor, pero no hacía nada por defenderse o detenerlo. Era asqueroso. A ella le gustaba lo que le hacían. Escuché a Még llorar. Seguro se había despertado por los chillidos que pegaba la pobre chica. Me apresuré a entrar y tomarla entre mis brazos.

—Tranquila, mi nena— le sisee tratando de dormirla.

La niña me pidió el biberón, pero era imposible que yo bajara a la cocina a preparárselo. La pobre tipa seguía gritando, y Mégane estaba realmente necesitando tomar su biberón.

Me armé de valor y decidí que mi hija no pagaría el sadismo enfermo de su padre. La coloqué de regreso en la cama cuna y le pedí que no se moviera, que yo regresaría con lo que ella necesitaba. Sabía que Még era una niña bastante obediente, y que no se movería hasta que yo volviera. Salí de la habitación y me asomé de nuevo. Daniela tenía la espalda inflamada y llena de marcas por los constantes fajazos que Matteo le obsequiaba amablemente.

—Ahora, volteate— le ordenó.

La chica se levantó y se sentó en el sofá frente a él. Sabía lo que le iba a hacer; la iba a abofetear, mínimo. No podía permitir eso. Era como ser cómplice de las brutalidades que él hacía. Me apresuré a bajar las escaleras. Las mejillas de Daniela estaban coloradas de recibir los golpes de la bestia de Matteo. Antes que le propiciara otro yo detuve su mano.

—¡Ya basta! —sostuve su mano con fuerza. A él no le costaría nada tirarme y golpearnos a las dos, pero igual no iba a permitir que siguiera haciendo esa injusticia— Si tanto es el deseo que golpear, usa tus bolas como peras de boxeo. ¡Jódete tú, maldita sea! ¿Por qué no te abofeteas a ti mismo? ¡Vamos! ¿O prefieres que lo haga yo? —levante del suelo su cinturón. Matteo me miraba con los ojos amplios— ¡Vamos, arrodillate tú! ¡Ahora la sádica soy yo, ¿qué te parece?!— le grité rabiando.

Matteo agachó la mirada y miró a la chica con la espalda inflamada. Esta sollozaba y se enrollaba las piernas. Matteo estiró la mano hacia su compañera y esta se la tomó temerosa. Vi como ambos subieron las escaleras. Tiré el cinturón y no sé porque comencé a llorar como loca. Me tiré al sofá y me hundí entre mis sollozos. Ver esa chica era como recordarme a mí. Recordaba cuando me encantaba ser el blanco de groserías de Matteo, y tal vez todavía quería serlo. Pero no era lo que quería enseñarle a mi hija. Tal vez si había mentido, tal vez si quería a Matteo después de todo. Tal vez él era la peor de las decisiones que había tomado, pero no me arrepentía de ella. Porque gracias a esas malas decisiones que había tomado, tenía a Mégane y no me arrepentía que ella entrara en mi vida. Tal vez sin ella yo seguiría siendo la misma masoquista de siempre, y era algo que le agradecía. Ella me había enseñado a ser fuerte y darle frente a todo por nosotras dos. Me apresuré a la cocina a prepararle el biberón a Még. Aparté mi rostro para que las lágrimas no cayeran sobre su bebida. Sentí algo tibio detrás de mí. Sus brazos rodearon mi cintura y su rostro de hundió en mi cabello.

—Te has convertido en todo lo que siempre he deseado— me susurró la voz ronca y sexy de Matteo.

Cerré mis ojos y tensé mis músculos. Sentía como una fiesta de mariposas revoloteaba de mi ombligo hacia abajo. Matteo introdujo sus manos bajo mi camisa y acarició con suavidad mi abdomen.

—¿Qué quieres?— musité.

—Sólo vine a decirte... Que hoy me follare a Daniela, y lo haré con mucha fuerza una y otra vez hasta que pierda el conocimiento.

Qué asco.

—Y... —continuo— Cada gemido, grito y embestida que escuches.... Quiero que sepas... Que cada segundo que esté dentro de ella... Estaré pensando en ti— apartó el cabello de mis hombros y le dio un mordisco suave a mi cuello.

No pude evitar soltar un jadeo, pero Matteo no hizo nada más, simplemente me soltó y se fue. Termine de hacer el biberón de Még con las manos temblorosas y subí para dárselo. Ya era demasiado tarde, la niña ya estaba dormida. Lo dejé a un lado para cuando se despertara. Me senté en una silla a su lado para velar su sueño, cuando la función comenzó. Comenzó con un golpeteo suave en la pared... Luego los gemidos suaves de Daniela, y luego todo fue más salvaje. Daniela gritaba el nombre de Matteo como si le estuvieran desgarrando la vida. Podía escuchar también los quejidos graves de Matteo. Escuchaba el choque de sus cuerpos. Los jadeos de Daniela eran profundos y los golpes en la pared parecían que iba a botarla de un segundo a otro. Estaba comenzando a llenarme de rabia. Aparte de asco, me daban... Me levanté y no dudé en ir a golpear la puerta de Matteo. Los gritos cesaron y la puerta se abrió. Matteo desnudo, sudado y jadeante me recibió. Tonta, Luna, tonta, Luna, me decía a mí misma.

—¿Te unes?— bromeó.

—¡Maldición, respeta un poco a tu hija! ¡No has cambiado nada, eres el mismo maldito de hace dos años! ¡Te aborrezco, Matteo, te abo...

Sentí sus labios estamparse con los míos y levantarme de la cintura. Mis piernas rodearon su cadera y él me estampó contra una pared. Mordía mis labios con fiereza y parecía necesitar de ellos.

—Joder, Lu. Dime que si, quédate conmigo y te juro que mando a esta jodida puta a la mierda. Larguémonos lejos con nuestra hija y dejemos este maldito pasado atrás. Olvídate de Itzitery, del infeliz de Simón y de todo y te llevaré a la cima del mundo. Yo sé que lo deseas, yo sé que me deseas— continuó besando mi cuello y metió sus manos bajo mi camisa presionando con ellas mis pechos.

—No, Matteo, sueltame— le pedía.

—Por favor, Lu. Quiero ser sólo tuyo y que tú seas sólo mía. Danos una oportunidad— susurró contra mis labios.

—Que buena decisión, Luna— escuche la voz de Simón a nuestro lado.

Ambos miramos hacia él, quién parecía con la mirada rota. Matteo esbozó una sonrisa de satisfacción y yo me quería morir.

—¡Simón!— me bajé de la cintura de Matteo y saqué sus manos de mi cuerpo.

Corrí hacia Simón y este retrocedió. Tome su rostro y lo miré a los ojos.

—Simón, no es lo que crees— le susurre.

—¡Es exactamente lo que crees, sobrinito! Ella me ama, todavía me ama. Y se irá conmigo. Y esa escuincla que está dormida allá adentro, ¡es mía! Siempre lo ha sido, y siempre lo será— le gritó Matteo.

—Simón, sabes que no es lo que quiero— le susurre.

Simón negó con la cabeza, y luego de apartar mis manos de su rostro se las entregó a Matteo y retrocedió.

—No me busques más, Luna, porque no me vas a encontrar— su voz se quebró y se echó a correr.

Traté de seguirlo, pero Matteo me detuvo.

—No te rebajes por un hombre, recuerda cómo acabaste la última vez que lo hiciste.

Malas DecisionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora