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Lu no volteó la mirada, pero una chica cabello corto, lacio y rojo oscuro caminó hacia el escritorio con el sonido claque de sus tacones de plataforma

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Lu no volteó la mirada, pero una chica cabello corto, lacio y rojo oscuro caminó hacia el escritorio con el sonido claque de sus tacones de plataforma. La chica traía un pantalon de cuero negro y una camisa blanca holgada.
Lí presionaba sus manos contra su rostro. La chica se sentó piernas cruzadas sobre el escritorio.

—¿A quién estás castigando, Lí?— dijo ella echando un vistazo a los papeles frente a él.

Lu entrecerró los ojos hasta que pudo reconocer a la chica de la foto, la que Simón cargaba en sus piernas y besaba con tanta confianza. Jazmín. La chica alzó la vista hacia Lu y frunció sus labios rosas llenos de brillo labial. Luego, soltó una sonrisa simpática hacia Lu, alzó una de sus finas cejas negras y volteó de nuevo a Lí. El silencio que habitaba en esa oficina hacía presión en los oídos de Lu.

—Hola, soy Jazmín... Tú debes ser Lu— le extendió la mano.

Lu miró hacia la mano de Jazmín, ella tenía una manicura perfecta color rosa y unos dedos finos, largos y manos cuidadas. Lu estrechó su mano, y miró el contraste de las manos angelicales de Jazmín y sus descuidadas manos.

—Así es— susurró Lu tímidamente.

—¿No se suponía que vendrías hasta el otro mes?— dijo Lí entre dientes.

—Simón me llamó, quiso que viniera a acompañar a Lu— se encogió de hombros.

Lu estaba confundida. ¿Qué tenía que ver Jazmín con Simón? Y ahora con ella. Lí estaba con un punto de fastidio, sabía que Jazmín no era la indicada para tratar un caso tan especial como lo era Lu, pero gracias a su hijo, la tendría aquí durante seis meses.

—Es un placer, Jazmín— sonrió Lu.

Jazmín examinó con la mirada a Lu.

—Traes la ropa de Itzitery— masculló.

Lí se levantó impacientado y abrió la puerta. Lu quiso meter la cabeza en la tierra como una avestruz.

—Es mejor que vayas a clases, Jazmín.

—No te apenes, Lu; te queda muy bien —se levantó también— Nos vemos luego— dijo mientras salía.

—Creo que yo también me voy— murmuró Lu levantándose.

Jazmín ya se había ido. Lu se dirigió hacia la cocina, esperando que Lila por primera vez en dos meses no le pidiera ir a dejar el almuerzo de Matteo. Ella no podría lidiar con ello, se derrumbaría al instante. Sentirse ultrajada y despreciada no era algo nuevo en su vida, pero serlo por la persona que amaba, eso añadía dolor al asunto.

—Buenos días, Lu. Puedes tomar la bandeja que está en la mesa y la vas a dejar al jardín— ordenó Lila inocentemente.

Lu sintió que la tierra se abría y se la tragaba hasta el inframundo. Ella suspiró ante sus piernas temblorosas y caminó hacia la mesa. Miró la bandeja llena de comida y decorada sofisticadamente. No quería hacerlo, realmente no, pero no iba a lloriquear y quejarse de todo. Ella no quería ser una cobarde de tal magnitud, y ya demasiados problemas le había dado al director y a su hijo. Le apenaba que el cuñado de Matteo supiera que se había acostado con él, pero gracias a Simón, el buen hijo, tuvo que contárselo todo a su padre. Lu tomó la bandeja entre sus manos sudadas y la presionó con fuerza para que esta no resbalara. Se encaminó hacia el jardín y se quitó los zapatos antes de entrar al pasto. Examinó los alrededores, temerosa. El olor a lluvia inundaba el lugar, más que nunca. Era indiscutible que Matteo se encontraba ahí. Ella trataba de no desmayarse ante él, pero no estaba segura de poder lograrlo. Matteo se sentaba de espaldas a ella en una banqueta de cemento al estilo griego. Vestía su camisa negra cuello v y sus pantalones azul oscuro.
Lu se aclaró la garganta suavemente sin acercarse mucho, tenía miedo. Matteo no volteó la vista, pero alzó la mano y flexionó su dedo, llamando a Lu con el. Ella miró hacia todos lados y se animó a dar un par de pasos hacia él.

Malas DecisionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora