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—No puedo prometerte sentimientos, Simón— musitó Lu viendo los ojos verdes y cristalinos del chico

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—No puedo prometerte sentimientos, Simón— musitó Lu viendo los ojos verdes y cristalinos del chico.

Él se maravillaba ante el rostro de ella. La miraba como perdido en un laberinto hecho a su medida y sólo para él.

—No necesitas hacerlo. Nunca te exigiré nada. Quiero que todo lo hagas por tu propia voluntad. No seré como esos canallas que se imponen como si tú no valieras, cuando para mí, tú vales más que todas las personas de este mundo juntas.

Simón tomó las manos de Lu entre las suyas y las presionó contra sus labios.

—Creo que es hora de ir a la universidad. Tú debes ir a clases y yo tengo explicaciones que darle a tu padre.

Lu soltó las manos de Simón y perdió su mirada entre las hojas secas del suelo.

—No te preocupes por ello; ya me encargué de eso— plantó un beso en su mejilla.

Simón y Lu salieron del claro hasta llegar de regreso a la fila de casas hermosas y bien diseñadas. Simón sonrió hacia ella al ver su rostro de ilusión ante las mini mansiones.

—Yo vivo en la segunda —señaló Simón— La primera es la de...

—Ya sé de quién es la primera— lo interrumpió Lu cerrando sus ojos. Simón tragó saliva y prosiguió.

—La tercera es la de Agustín y Carolina y la última es habitada por mi tío Gastón y Nina. Ellos están de viaje, así que la casa está vacía... —Simón pausó un segundo mientras una idea loca atravesaba su mente— Puedes irte a ella si quieres —murmuró en voz baja— Así estaríamos más cerca— se dijo a sí mismo.

—¿En serio crees que yo viviría en la casa de tu tío que no conozco?

Lu alzó una ceja.

—¿Y conmigo?— su voz se agudizó.

Las palabras salieron de su boca involuntariamente. Lu le lanzó a Simón una mirada de inconformidad, él simplemente asintió resignado.

—Tú fuiste quien picó las llantas de Matteo— susurró Lu.

—Si —Simón sonrió con orgullo— Es el auto de mi madre. Ven, iremos en uno de los míos.

—¿Los?— jadeó Lu.

Simón amplió su sonrisa, la tomó de la mano y la guió hacia un BMW azul brillante. Las llaves estaban colocadas en la cerradura. Lu se extrañó ante la confianza de que cualquiera que viviese en una de las cuatro casas podía usar los autos de su gusto y capricho.

—¿Te gusta este?

Lu estaba embelesada.

—Es un auto increíble— contestó ella.

—Ven, no irás a la universidad con ropa de hombre.

Simón tomó a Lu por la cintura y la arrastró hasta su casa.

Malas DecisionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora