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Habían pasado dos semanas desde el incidente en el cumpleaños de Mégane

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Habían pasado dos semanas desde el incidente en el cumpleaños de Mégane. No la he dejado sola ni un segundo. La seguridad ha aumentado en nuestra casa. La reacción del señor Pasquarelli fue muy violenta cuando Még le comentó lo sucedido. La niña no entendía mucho, y no hablaba mucho. Tampoco podíamos presionarla para que nos explicara las cosas con palabras que no conocía. Apenas si llegaba a decir palabras básicas como para pedirle detalles. El señor Pasquarelli comenzó una investigación, pero no fue necesaria, porque a los tres días estábamos recibiendo una visita inesperada.

Yo estaba peinando a Még cuando la puerta sonó. Simón insistió en que no me levantase, él se decidió a abrir y ambos quedamos atónitos al ver a la mujer de cabello negro con la que hablaba Még el día de su cumpleaños.

Sus ojos se plantaron en Simón y tuvo la misma expresión de asombro que nosotros pero rápidamente arrastró su vista hacia mí.

—Hola— susurró al verme.

Simón palpó su bolsillo trasero. Estaba segura de que planeaba llamar a la policía, pero algo me dijo que debíamos escucharla primero.

—Hola— me levante del sofá.

—¡Dani!— dijo Még señalando a la chica.

Las comisuras de los labios de la chica se estiraron, pero no alcanzó sus ojos, todo lo contrario, estos se miraban apagados y carbonizados por el dolor. Me recordó tanto a mí cuando vivía en Uxbridge. Era como ver una personificación de mi pasado.

—¿Quién eres?— gruñó Simón.

—Matteo me ha enviado— dijo entrando a la casa. Se dirigió hacia mí de inmediato. Mis pulmones se contrajeron y mi respiración se paralizó.

—Llamaré a la policía— advirtió Simón.

—Simón, no —le pedí— Por favor, llévate a MS. Déjame hablar con ella a solas.

Simón negó con la cabeza, tomó a Még entre sus brazos y caminó escaleras arriba refunfuñando algo inentendible. Regresé mis ojos hacia la chica explorándola detenidamente. Traía unas botas sucias y desgastadas, sus jeans estaban desteñidos por el paso del tiempo y su camiseta color marino era posiblemente de hombre. Su cabello estaba enmarañado, largo, negro y sin lustre alguno. Sus ojos estaban apagados entre ese tono cobre que coloreaba su iris. Sus labios resecos y su sonrisa rota.

—Hola, me llamo...

—Luna. Lo sé —me interrumpió— Sé más de ti que de cualquier persona en el mundo— se cruzó de brazos y se los frotó.

—¿Tienes frío?— le pregunte.

Estábamos en pleno otoño y los vientos eran estremecedores.

—Bastante— admitió.

—Acompáñame —le pedí. Me siguió hasta la cocina donde preparé café caliente y nos serví un par de tazas. Ella la tomó con desesperación. Podía jurar que el líquido estaba hirviendo, pero ella se lo tomó sin emitir quejido alguno, como si el dolor y la quemazón fuesen algo a lo que ella ya estuviera acostumbrada. No dejé de observarla a detalle. Era espeluznante verla— Dime, ¿dónde está Matteo?— le pregunte con un tono desesperado.

Malas DecisionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora