Epílogo

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Hace más de cinco horas que estaba sentado en esta incómoda silla del hospital, viendo a las personas pasar de acá para allá. No sabía nada sobre Scarlet desde que había entrado en la sala de partos hace seis horas, y cada minuto que pasaba me volvía más loco. Quería saber cómo estaba ella y nuestra bebé, pero nadie me daba respuestas. La incertidumbre me estaba desgarrando por dentro, sentía como si cada segundo fuera una eternidad.

Cada vez que veía una enfermera o un médico salir de la sala, mi corazón se aceleraba con la esperanza de recibir noticias. Observaba a las personas en la sala de espera: algunas estaban tan ansiosas como yo, otras parecían más tranquilas, pero todas estaban esperando, igual que yo. Miré el reloj por enésima vez, viendo cómo los minutos se deslizaban lentamente, como si el tiempo se estuviera burlando de mi impaciencia.

—Disculpe, ¿Puedo saber cómo está mi esposa, Scarlet Kéldysh? —le pregunté a una enfermera que salía de la sala. Mi voz estaba teñida de desesperación y agotamiento.

—Lo siento, aún no tenemos información, pero el médico saldrá a decirle en cuanto haya noticias —respondió con una sonrisa compasiva, pero no era suficiente para calmar mi ansiedad.

Nunca saben nada. ¿Para qué trabajan en este lugar si nunca tienen respuestas? Estaba desesperado. No sabía qué emoción expresar: quería llorar, gritar, reír. Estaba impaciente, ansioso por verla y estar junto a ella, enfrentando esto juntos y no dejándola sola. Sentía un nudo en el estómago, y mis manos temblaban ligeramente. Recordé todas las noches que Scarlet y yo habíamos pasado hablando sobre este momento, sobre cómo imaginábamos el día en que conoceríamos a nuestra hija. Ahora que ese día había llegado, la espera era insoportable.

Me levanté y comencé a caminar de un lado a otro, tratando de liberar algo de la tensión acumulada. Cada paso parecía más pesado que el anterior. Miré las paredes del hospital, las sillas de plástico duro, los rostros preocupados de otros futuros padres. Todos estábamos compartiendo la misma angustia, pero en ese momento, me sentía terriblemente solo.

—Familiares de la señora Keldysh —mencionó el médico después de 15 minutos que se sintieron como una eternidad, saliendo de la sala.

—Sí, soy yo —me acerqué lo más rápido posible, casi tropezando en mi prisa—. ¿Cómo está, doctor? ¿Salió todo bien?

—Felicidades, señor Kieldysh, ya es papá. Puede entrar a ver a su esposa —dijo con una sonrisa cálida.

El alivio inundó mi cuerpo. Sentí una oleada de emociones: alegría, alivio, y sobre todo, un amor inmenso por Scarlet y nuestra hija. Entré a la habitación con el corazón latiendo con fuerza y ahí estaba ella, tan radiante como siempre. Scarlet sostenía a nuestra pequeña, y su rostro reflejaba una mezcla de agotamiento y felicidad pura.

—¿Cómo están mis dos reinas? —dije, sentándome en el borde de la camilla. Scarlet estaba amamantando a nuestra pequeña hija, y la imagen de ellas dos juntas me llenó de una emoción indescriptible. Quería protegerlas, cuidarlas y estar con ellas siempre.

—Perfecto. Fue un parto bastante difícil, pero la pequeña al fin salió. Estoy algo cansada, pero ella lo vale cada segundo —respondió Scarlet, con una sonrisa cansada pero llena de amor.

—¿Cómo quieres que se llame? —pregunté, acariciando suavemente el cabello de Scarlet.

—Me gusta Anna, ¿Qué dices?

—Anna —pronuncié su nombre como si fuera algo sagrado—. Me parece precioso, al igual que tú.

Quién iba a decir que después de tanto tiempo terminaría con la mujer de mi vida, a quien amaba desde los ocho años, y sabía que estaría conmigo por el resto de mi vida. Cometí errores en el pasado y pagué las consecuencias, pero ahora tenía una hermosa familia a la cual amaba y protegería con toda mi alma. Además, este no sería el único hijo que Scarlet y yo tendríamos. Todavía había que buscar al varón, el chico que golpearía a todos los novios de mi pequeña princesa, cuando yo no me enterara de la existencia de ellos, y a cualquiera que se le acercara. Pobre de él si le rompiera el corazón a mi pequeña.

Me incliné y besé la frente de Scarlet, susurrándole cuánto la amaba. Nos quedamos en silencio, disfrutando del momento, sabiendo que nuestra vida acababa de cambiar para siempre. La química imperfecta que teníamos terminó siendo completamente perfecta de pies a cabeza. Miré a mi hija y supe que haría todo lo posible para ser el mejor padre y esposo que pudiera ser.

Química ImperfectaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora