XXVIII. ENCUENTROS

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En la parte más alta de la ciudad, sobre una columnita, se alzaba la estatua del Príncipe Feliz.
(“El príncipe feliz”, de Oscar Wilde)




Al día siguiente, Aidan miró el Lugar e hizo una mueca.

No entendía por qué estaba aquí.

Es decir, sabía por qué estaba aquí –Joseph se lo había pedido, ordenado mejor dicho–, pero ¿por qué tenía que ser aquí?

Este lugar era de los más variopinto. Llevaba diez minutos mirando sin atreverse a entrar y habían pasado personas de todo tipo. Y aun así no parecía un sitio para él ni tampoco dónde conseguir...

Su ceño se frunció al no recordar el nombre del medicamento que su jefe le había pedido llevarle. Además de que la orden había sido de lo más extraña:




«Después de terminar lo que habían estado haciendo, con la respiración todavía agitada y las piernas temblando, Aidan había abierto los ojos cuando Joseph, que ya se estaba abrochando los pantalones, dio un golpecito en su pierna.

—¿Qué? —su voz sonaba rasposa y apenas podía abrir los ojos.

—Levántate —Joseph definitivamente no era un amante cariñoso; era pasional, y mucho, pero no había cariño ahí.

Aidan lo ignoró. Aunque quisiera, sus piernas no se sentían en condiciones para hacerlo.

—Date prisa —la voz de Joseph sonó más enérgica y lo empujó un par de veces mientras sacaba documentos que Aidan, todavía sobre su escritorio, estaba aplastando. Varias veces maldijo y lo culpó por todo esto.

Aidan sonrió, sin molestarse en absoluto. Con William, su amado prometido, podía funcionarle eso de la culpa; pero no con él. Para eso que acababa de ocurrir aquí, se necesitaban dos personas dispuestas y él definitivamente no lo había obligado a nada. Así que no, todo esto no era sólo su culpa.

—Aidan, no estoy bromeando —Joseph ya sonaba molesto—. Cualquiera puede entrar en cualquier momento y ver esto. Y tú, desnudo sobre mi escritorio, no es una buena imagen.

Aidan simplemente lo miró. —Sé que soy físicamente atractivo, así que no me vas a engañar.

Los labios de Joseph se apretaron, pero no antes de que una pequeña sonrisa se hubiera asomado. Aidan sonrió, orgulloso. Y Joseph volvió a darle un suave golpe, esta vez sonriendo de verdad. No había amor perdido aquí, pero se llevaban bien.

—Ya, deja de bromear y muévete. Voy a tener que imprimir estos expedientes de nuevo, los has arruinado todos...

—Los arruinamos —Aidan corrigió y extendió su mano para pedirle ayuda.

Joseph la tomó y tiró de él hasta que estuvo sentado. —Es importante. Ve al baño a cambiarte, no quiero que nadie te vea...

—No sabía que eras celoso —Aidan se burló, ganándose una mala mirada. Después simplemente se rio mientras bajaba del escritorio de un salto y empezaba a recoger la ropa.

—Espera —Joseph lo detuvo antes de que se fuera. Revolvió varias veces en su cajón hasta que encontró un pedazo de papel—. Necesito que hagas algo mañana. Es importante. Vas a ir a este lugar y buscar a la persona que mencionó aquí. Pero es importante que no preguntes por él. Ve al área de invidentes y da las vueltas que sean necesarias hasta que lo encuentres. No te debería costar mucho, él ya sabe que vas y estará esperando.

Amor en Braille (Gay)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora