Las flores son débiles. Son ingenuas. Se defienden como pueden y las espinas son su defensa.
(“El principito”, de Antoine de Saint-Exupéry)
Lance estaba más enfurruñado que de costumbre. Acurrucado en su mecedora, aferrándose a una manta vieja ya deshinchada. Había gruñido a cualquiera que entrara, incluso a la pobre chica que sólo se encargaba de llevarle la comida.
Al psicólogo encargado de él ya le habían llevado la queja y dijo que en cuanto tuviera un momento libre iría. Pero cuando se lo habían contado había estado con su amiga –la maestra Lu– y el exalumno de esta que tenía dislexia. También estaban dos voluntarios que, en vez de hacer su trabajo, se quedaron a escuchar cómo se trabajaría con Gabriel. El chico disléxico.
Al terminar la explicación, el voluntario de cabello oscuro –Axel– se había quedado un momento más con Gabriel. Pero la chica se había ofrecido a ir hoy con Lance. Había dicho que estaba segura que ella podía. Y aunque no creyeron que fuera así, la dejaron ir.
Ella no tocó, sólo verificó que fuera el número correcto y entró. No estaba cerrado y además nadie quería acercarse.
—¡Hola! —Sarah saludó alegremente. En realidad agradecía este "trabajo". Si no fuera porque se ofreció de voluntaria aquí, estaría muriendo de aburrimiento en su casa, mirando a los nuevos novios de su hermano desfilar cada día y aguantando los comentarios de su mamá sobre por qué ella no llevaba al suyo.
«Quizá sea que no quiero un novio, mamá. Tal vez has asumido, erróneamente, que yo debo ser heterosexual mientras que mi hermano es libre de elegir».
Lance gruñó. Se supone que hoy estaría solo. Había avisado que William tenía prohibida la entrada a su habitación, sin mencionar las razones. Sólo les dijo que quería a alguien más. Cuando le dijeron que tendría que esperar unos días para que estuviera disponible alguien nuevo, contestó que no habría problema. Era mejor así. Se sentía como una de esas etapas. Esas en las que la soledad dolía casi físicamente, pero esa misma sensación lo volvía irritable y no podía soportar a nadie cerca.
Entonces, ¿por qué estaba aquí esta alegre chica hoy? Estaba harto de las personas sin problemas y con sus vidas resueltas.
Sabía que probablemente le haría bien conocer a más personas como él, en su misma situación. Pero nunca quiso hacerlo. Cuando recién había llegado estaba demasiado asustado y confundido, ni siquiera entendía por qué estaba aquí, ¿por qué no lo querían? ¿sólo habían esperado a que el abuelo ya no estuviera para abandonarlo?
Y después, conforme los años pasaron y después de varias caídas y choques allá afuera en los pasillos, se negó a salir de su habitación. Tomaba terapia cuando Regine –su psicólogo– venía, pero sólo eso.
—¿Estás dormido? —la chica no sonaba acercándose a él y sus pasos resonaban por toda la habitación. Seguramente estaba curioseando. No es que hubiera mucho qué ver.
Pero despertó la curiosidad de Lance el hecho de que no estuviera tratando de verlo de cerca como muchos hacían –algunos incluso le pedían quitarse las gafas para ver sus ojos– o hablándole como si fuera un retrasado mental o un animalito herido. ¿Quizá ella no sabía qué era ciego?
—¡Hola! —Lance saltó cuando, sin que él lo hubiera notado, la chica apareció de repente frente a él. Su presencia era fuerte y su voz también—. No estás dormido. No pensé que lo estuvieras, pero nunca contestaste...
—Me asustaste —Lance bajó la voz, a veces le gustaba jugar este papel—. No te vi acercarte.
Hubo un momento de silencio y Lance supuso que la chica no sabía qué decir. Casi sonrió, pero eso arruinaría su personaje. Entonces la chica se rio. Su risa no era como la de las otras que habían llegado a venir, no es como si ella fingiera. En realidad se reía con él y no de él, de su mal chiste.
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Amor en Braille (Gay)
RomanceÉl no puede ver; mi trabajo -castigo- era leerle. La ironía es que fue precisamente él quien me hizo ver a mí. Yo había sido un ciego toda mi vida, sin ver lo realmente importante. Con el tiempo aprendí que era él quien me leía a mí, que realmente p...