Orientaron su estrecho amor de marido y mujer, y mujer y marido, hacia un porvenir mucho más vital: un hijo. ¿Qué mayor dicha para dos enamorados que esa honrada consagración de su cariño, libertado ya del vil egoísmo de un mutuo amor sin fin alguno y, lo que es peor para el amor mismo, sin esperanzas posibles de renovación?
(“La gallina degollada”, de Horacio Quiroga)Lance estaba intentando con todas sus fuerzas no pensar en la mano de Will.
No le gustaban las sensaciones que el recuerdo le provocaba. Todos sus sentidos se habían ido agudizando tras perder la vista, así que sentirlo había sido más intenso de lo que un simple apretón de manos debería ser. Su piel era suave y cálida, marcada por esas delgadísimas líneas que formaban todo un mapa que le gustaría recorrer, las venas sobresalientes y los vellos erizados... Por alguna razón, porque quizá por el calor que desprendía y la intensidad con que le aseguró que ahí estaba y no se iría, Lance pensó en el color rojo.
Todo ese momento había sido rojo.
Un suspiro se le escapó. ¿Por qué Will había hecho eso?
Y no se refería al primer apretón, porque sentía que eso quizá había sido su culpa. La no respuesta de Will y el silencio lo habían hecho sentirse tan perdido que dejó que la fragilidad que tanto odiaba saliera a flote y su voluntario no había tenido otra opción que intentar tranquilizarlo. Sólo por eso William le había dado la mano; lo sabía y no dejaba de repetírselo.
«No le des importancia a algo que no la tiene».
«Ya no eres un niño que necesita que lo quieran y lo cuiden. Will no te está abandonado; porque, para empezar, no le vas a permitir formar parte de tu vida. Así nunca podrá irse y no te dolerá.»
Y aun así había una sensación extraña en su estómago –quizá había comido algo que le hizo daño– cuando recordaba la actitud de Will después de que le dijera que hoy no viniera porque claramente estaba cansado. Y entonces el silencio había sido tan intenso y luego los sonidos de él acercándose lentamente, tan lentamente. No había podido evitar pegar su espalda lo más posible al respaldo de la mecedora; con ganas de gritarle que lo dejara en paz, que no se burlara de él. Pero nada de eso sucedió; las palabras se habían atascado en su garganta y no pudo evitar removerse incómodo, quería huir. Y entonces la mirada sobre él fue más fuerte, la presencia más cercana y cuando Will volvió a tomar su mano no había podido evitar el espasmo que sacudió todo su brazo. Se dividía entre querer aferrarse a esa mano y tirar de ella con fuerza hasta que William cayera sobre él y rogarle que lo abrazara o empujarlo porque no lo quería tan cerca.Tragó, sin entender el por qué de su nerviosismo. Sólo por la palabra de Will: “Volveré”; aunque fuera sólo para molestar a Sarah.
Se levantó de la mecedora y se quedó frente a la ventana, sus manos contra el cristal. Quizá por primera vez se sintió como en una prisión. ¿Qué le estaba pasando? No podía respirar. Cerró una de sus manos en un puño cuando las sensaciones de la de Will volvieron a golpearlo con fuerza.
—No —él no quería necesitarlo. Dio media vuelta, decidido a ir a buscar a alguien y pedirles que no lo dejaran entrar nunca más.
—¡Hey! —la voz de Sarah lo detuvo. Aunque incluso ella no sonaba de buen humor.
Lance suspiró de nuevo, retorció sus manos y al final volvió a sentarse. Quizá podría pedirle el favor a ella. Era obvio que ella y Will no se caían bien. Podía aprovecharlo; Sarah podía mentir y decir que sería su voluntaria a partir de hoy. Eso lo alejaría definitivamente. Will podía buscar a alguien más a quien ayudar, a quien leerle y después hacer sus comentarios críticos o enojarse cuando no estaba de acuerdo con su opinión, a quien tomarle de la mano y hacerle sentir...

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Amor en Braille (Gay)
RomanceÉl no puede ver; mi trabajo -castigo- era leerle. La ironía es que fue precisamente él quien me hizo ver a mí. Yo había sido un ciego toda mi vida, sin ver lo realmente importante. Con el tiempo aprendí que era él quien me leía a mí, que realmente p...