La decisión del primer beso es la más crucial en cualquier historia de amor, porque contiene dentro de sí la rendición.
(Emil Ludwig)
Will sentía que, con cada segundo que pasaba sintiendo los dedos de Lance sobre su rostro, menos podía respirar. Se estaba quedando sin aliento e intentaba moverse lo menos posible para no molestarlo, para no interrumpirlo, para no alejarlo. Porque aunque se sentía como si hubiera un peligro real de morir –porque respirar es necesario–, no quería que dejara de tocarlo.
Y totalmente iba a culpar a la falta de oxígeno en su cerebro cuando preguntó si le gustaban sus labios. El tartamudeo de Lance sólo aumentaba las sensaciones que recorrían su cuerpo entero. Acercarse todavía más a él y susurrarle al oído la pregunta. Tenerlo tan cerca, disfrutar de su aroma, del estremecimiento que le provocó... Will no podía evitar sonreír, porque quizá, sólo quizá, Lance estaba tan afectado como él.
Y cuando Lance pasó a describir los suyos, Will no podía apartar la mirada de esa boca. No sabía qué demonios lo había poseído para preguntar a Lance si le gustaban sus labios, pero a él definitivamente le gustaban los de Lance. Sí, como él lo estaba diciendo, sus labios eran delgados y pálidos. “Hace falta sólo un poco para que pasen a un rojo intenso...”, dijo Lance antes de morderlos suavemente. Will apenas logró contener un suspiro y humedecio sus labios mientras miraba los de Lance. Necesitaba sentirlos; al menos una vez.
Will suspiró y pasó a describirse él. —Mi piel también es blanca, pero no tanto como la tuya. No tan pálida. Así que mis labios son de ese rosa en que se ponen los tuyos cuando los muerdes un par de segundos —y ahí iba su mirada otra vez a esa boca—. Tu cabello —Will llevó una de sus manos a esos mechones blanquecinos— es muy rubio, de ese tono casi blanco que muchos intentan conseguir artificialmente. El mío —un escalofrío lo recorrió cuando Lance también tocó el cabello que estorbaba en su frente— es castaño, un color muy parecido al chocolate, aunque tiene algunos reflejos más claros...no sé decirte la razón, yo no sé de esas cosas...
La voz de Will se fue haciendo cada vez más débil y terminó con torpeza. No sabía explicar correctamente eso que Lance necesitaba saber y se sintió como una decepción enorme, pero aparentemente para Lance no fue así porque él sonrió suavemente y de la nada dijo: —Me gusta eso... Me gustas.
El corazón de Will se saltó un par de latidos. ¿Cómo se atrevía Lance a decir cosas así sin darse cuenta de cómo lo afectaban? Es que Lance era tan puro e inocente que no se daba cuenta del alcance de sus palabras y de cómo estas podían tomarse. Miró intensamente su rostro, esos labios que estaban de nuevo atrapados entre sus dientes y un mechón más largo que los demás que casi cubría sus ojos –o las gafas, en realidad–. Esperaba que su voz fuera lo suficientemente estable mientras quitaba ese cabello del camino y le confesaba algo que también él estaba empezando a notar, era bueno que Lance no entendiera a lo que se refería: —Tú también me gustas, bebé.
Y mucho.
Cómo Will lo suponía, Lance no le dio la importancia que tenían a esas palabras. Él no entendía qué tanto le gustaba realmente. Siguió pasando sus dedos por las mejillas de Will y esa sensación extraña en su estómago volvió, no pudo evitar sonreír un poco mientras miraba los labios y el ceño fruncidos de Lance en plena concentración. Lo que se convirtió en una sonrisa completa cuando Lance enloqueció al darse cuenta que Will tenía hoyuelos. Usualmente a él no le gustaban tanto porque llamaban mucho la atención, pero si a Lance lo ponían así podía cambiar de opinión.
Después el tono de Lance se volvió nostálgico cuando dijo que le gustaba que sonriera. Ni siquiera necesitó preguntar por qué lo decía de esa manera, porque sus siguientes palabras lo dejaron bastante claro: —Sé que no puedo verlo y nunca podré saber a ciencia cierta cómo es tu sonrisa, pero...
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Amor en Braille (Gay)
RomanceÉl no puede ver; mi trabajo -castigo- era leerle. La ironía es que fue precisamente él quien me hizo ver a mí. Yo había sido un ciego toda mi vida, sin ver lo realmente importante. Con el tiempo aprendí que era él quien me leía a mí, que realmente p...