En realidad, la decepción no había sido muy grande. Y una de las razones era que, días atrás, había tenido una seria disputa con su novio, la persona con quien debería de haber pasado la noche de su cumpleaños. Salían juntos desde la época del instituto y la pelea había empezado por una tontería. Pero la historia se había complicado de manera insospechada y, tras corresponder a una palabra ofensiva con otra insultante, y viceversa, ella sintió que se habían roto de manera irreversible los lazos que los unían. En su corazón, algo se había endurecido como una piedra y había muerto. Después de la pelea, él no la había llamado y a ella tampoco le apeteció llamarlo a él.
(“La chica del cumpleaños”, de Haruki Murakami)
Joseph miraba a Will dormir. Llevaba ya rato despierto, ya se había duchado y arreglado para ir al trabajo. No sabía si despertarlo y despedirse o simplemente irse. La enfermera llegaría un poco más tarde y supuso que debería quedarse para presentarlos y que su prometido lo tomara un poco mejor, pero la verdad es que seguía molesto por el jueguito de ayer.
Primero, había tenido que soportar el drama de Aidan; como si el mocoso tuviera algo que opinar sobre sus decisiones y él fuera a darle importancia. Joseph sabía perfectamente que no era el único con el que su asistente se acostaba, así que la escenita de celos había estado fuera de lugar. Y el beso en su despacho no debería haber sucedido, pero... Eso era otra historia.
Después, cuando por fin salieron y William ya no estaba. ¡¿Cómo se le ocurría salir en ese estado?! Podía sucederle algo más grave o, peor, alguien podría reconocerlo y se armaría un escándalo.
Habían salido inmediatamente a los alrededores, no podía estar muy lejos. Estuvieron quizá quince minutos en el despacho... buscando los documentos. Pero no lo encontraron. Y Will no tenía amigos de día, sólo aquellos para ir de fiesta, así que no había dónde buscar. Sólo quedaba esperar.
Y podría decir que lo peor fue cuando, un par de horas después volvió, apestando a alcohol. Obviamente era un caso perdido.
Pero no, lo cierto es que lo peor fue cuando su contacto en aquel inmundo sitio de ayuda para personas discapacitadas o inadaptadas lo llamó. Resulta que, incluso herido y ebrio, había ido a ver al maldito chico ciego.
Joseph se apretó el puente de la nariz con fuerza. Nada estaba saliendo como esperaba. Su plan era que Lance sufriera las burlas de William y, a su vez, Will aprendiera la lección. Sólo un par de días y después haría su papel de buen novio y le compraría el perdón del Juez, que a final de cuentas había sido uno de sus profesores.
Pero nada estaba saliendo bien. ¿Qué demonios tenía ese estúpido ciego de especial? Ni siquiera sabía cómo es que había sobrevivido tanto. Porque no creía que pudiera llamarse vida a eso.
—Estúpido —dijo en voz alta. Y no supo si era para Lance, para su prometido o para él mismo. Porque había sido su estúpida idea, para empezar.
Will se removió, quejándose entre sueños. No sabía si era por lo que soñaba o por el dolor; lo que fuera se lo tenía merecido.
La gota que derramó el vaso fue cuando murmuró dos palabras, primero “¿Lance?” y, en seguida, “Azul”. Y su sonrisa hizo hervir la sangre de Joseph que, sin pensarlo, lo golpeó en el costado.
—¡Despierta! —le ordenó cuando Will se quejó, esta vez muy seguramente por el dolor.
«Maldita sea, Lance. Lo sigues arruinando todo».
—¿Qué? —Will sonaba confundido y podría ser su cabeza o simplemente la resaca.
—Que te despiertes —Joseph le dijo sin mirarlo, ya buscando sus cosas para irse—. La señora Miller no debe tardar en llegar, será tu enfermera de ahora en adelante. Te cuidará mientras te recuperas y después te hará compañía para... —hizo un gesto con la mano—. Ya sabes, es tiempo de que te desintoxiques y sigas con tu vida. No quiero casarme con un alcohólico, William.
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Amor en Braille (Gay)
Roman d'amourÉl no puede ver; mi trabajo -castigo- era leerle. La ironía es que fue precisamente él quien me hizo ver a mí. Yo había sido un ciego toda mi vida, sin ver lo realmente importante. Con el tiempo aprendí que era él quien me leía a mí, que realmente p...