Tu aroma

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Sayaka la tocaba repartiendo besos por su rostro, acariciando su larga melena albina, bajaba las manos por su espalda arañando suavemente su piel. Ella, en respuesta, movía las caderas en un ir y venir de roces inundado de cariño, susurrando su nombre con necesidad. Mantenía los ojos cerrados concentrándose en sus movimientos. Quería disfrutar cada segundo, cada milímetro de ese cuerpo desnudo contra el suyo. Su región inferior, unida a la de Sayaka, estaba cubierta por las frazadas, sintiendo cómo esas largas piernas envolvían su cintura. Sin embargo, su pecho estaba descubierto, expuesto al frío. Sus pezones estaban duros por la temperatura de la habitación. Quería calor.

Se recostó buscando el abrigo de un reconfortante abrazo, pero solo encontró el hielo de las sabanas. Abrió los ojos de golpe encontrándose de frente con un largo pasillo. Pestañeó una, dos veces. Aturdida, completamente desorientada. Buscó a Sayaka avanzando por ese oscuro túnel, de pronto sus ojos fueron encandilados por una potente luz que brillaba al final de este. Acostumbrando su vista, logró divisar una figura. Parecía una mujer parada en una larga ventana, apoyándose en el marco con sus manos. No necesito nada más que su lacia cabellera negra y su delgada silueta para identificarla.

Era ella.

Avanzó a gran velocidad, sintiendo como burbujeaba en su vientre un creciente pánico, presentía que algo malo iba a pasar. En la carrera, vio cómo ella soltaba sus manos, dejando caer los brazos muertos a sus costados, sin ánimo, sin ganas. Comenzó a jadear, acelerando, dando las zancadas más largas que le permitían sus piernas, pero el túnel se alargaba infinitamente, parecía que le sería imposible llegar.

No.

Quería gritar, decir su nombre, pero su voz no salía, no podía hablar, tampoco lograba escuchar nada. Corrió más rápido, viendo con terror como ella se inclinaba lentamente hacia adelante, amenazando con caer al vacío. Sus pulmones no daban abasto a todo el oxígeno que quería respirar, le dolía. Sus piernas se estaban cansando. El pasillo se hacía cada vez más oscuro, pequeño, alargado. Pero no podía parar, tenía que llegar a ella, salvarla.

No podía perderla.

Gritó su nombre sabiendo que no podría oírla. Aun así, quería intentarlo. Intentar que Sayaka la escuchara, intentar abrazarla una vez más, apartarla del peligro, del dolor, del abandono. Demostrarle que estaba ahí para ella, para tomar su mano y ayudarla.

Pero nada de lo que su corazón quería fue escuchado.

Vio con pavor como ella terminaba de caer con todo su cuerpo, perdiéndola de vista. Ahora solo podía ver una ventana vacía, con un fondo de nubes negras, volviéndose rápidamente de noche. Gritó con todas sus fuerzas apretando dolorosamente los parpados, enterrando las uñas en sus palmas, cayendo de rodillas en el suelo.

Cuando abrió los ojos lista para desgarrar su garganta en un nuevo grito perdió el aliento viendo su propio reflejo en un retorcido espejo, su rostro destruido, desolado y sin esperanza.

Ella era la culpable.

Ella era una asesina.

Un monstruo.

- ¡Princesa!

Abrió los ojos ahogando un grito, notando rápidamente un montón de papeles frente a ella. Analizó el entorno, estaba recostada sobre un improvisado escritorio.

¿Dónde estaba Sayaka?

- ¿Princesa...?

Alzó la vista en dirección a esa voz. Y ahí estaba, mirándola confundida. Sin detenerse a pensar en nada tomo su mano mirándola de arriba abajo, con los ojos bien abiertos. Palpó sus brazos con suaves apretones verificando que ella estaba ahí. Que solo había sido un sueño.

Te amo, a pesar de todo | OmegaverseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora