Arrebatada de tus brazos

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- ¿Me amas, Sayaka?

Su mirada se mostraba ansiosa. Temía que la respuesta en un futuro fuese que no.

- Te amo, Kirari... -Respondió con seguridad.

- Pero... -Tomó sus manos acercándose un poco más, algo que no lograba describir se quería mostrar en sus ojos- ¿Me seguirás amando...?

Sayaka observó su figura, parecía tener... Miedo. ¿Era posible que Kirari Momobami tuviese miedo?

- Si... Te seguiré amando -Para ella era imposible dejar de quererla, tantos años enamorada y sin perder esa chispa decía que lo que sentía estaba mucho más allá de un amor furtivo.

Kirari suspiro apretando sus manos, parecía estar convenciéndose a sí misma de lo que escuchaba. El viento la empujó tambaleándola, ahora parecía más frágil que hace diez minutos.

Sayaka luego la vio retirarse sin antes besar su frente. Kirari caminó hasta el palacio seguida de un guardaespaldas que le acababa de solicitar su presencia urgente en la habitación de su hermana.

Esa imagen de ella caminando con rapidez, fue lo último que vio en paz en ese fatídico día.

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Runa Yomozuki. La embajadora japonesa de Inglaterra. Parecía una niña de quince años con su estatura de un metro cincuenta, sus mejillas rosada y amante de los caramelos, pero su edad real era de veintiuno.

La joven había viajado un mes desde Inglaterra hacia Japón, sin embargo, el cansancio del viaje no la detenía para disfrutar con alegría de los dulces japoneses. Su actitud hacía parecer que el viaje solo había durado unas horas.

La reina la recibió con los ojos luminosos, llenos de felicidad. Una felicidad que no les enseñaba a sus nietas.

Juntas caminaron por el palacio, la anciana le enseñaba los cuadros y los distintos recintos de este, haciéndole un breve tour por el imponente y antiguo hogar de los reyes.

Runa no estaba interesada en nada de eso, ella solo pensaba en su objetivo y los caramelos. Tenía que cumplir como mediadora entre Inglaterra y Japón. Ella no tenía preferidos, jamás intentaría beneficiar a uno más que el otro. Su misión no era esa. La familia Yomozuki se caracterizaba por ser personas neutrales, nunca jugaban para ningún bando por lo que resultaban perfectos para ser intermediarios entre países, las naciones se mantenían tranquilas al negociar con Japón ya que sabían que sus embajadores no estaban interesados en sobre valorar a uno ni a otro.

Así fue como Runa terminó siendo la embajadora en Inglaterra.

- Y bien... ¿Dónde está la niña? -Consultó la joven saboreando el caramelo con su lengua. No quería volver tan rápido al barco, antes deseaba devorar y disfrutar de todas las golosinas que podían ofrecerle en Japón, pero el deber la estaba llamando.

- O si, por aquí... Está sana y en condiciones para partir, lamento que los reyes te hayan enviado antes de lo previsto, pero no hay nada que temer.

- Lo sé. Yo no soy quien se juega el pellejo en esto -Respondió burlonamente.

La reina no hizo más que sonreír, enseñándole su absoluta confianza en sí misma.

Sin cruzar más palabras, ambas subieron hasta el segundo piso, caminaron por un largo y elegante pasillo hasta la puerta de una de las nietas de la reina. Runa estaba por entrar con la sonrisa de oreja a oreja, pero la anciana la detuvo antes que alcanzara a tocar la madera.

- Kirari debe estar presente.

La joven se volteó a mirarla. La reina se notaba tremendamente entusiasmada, con los ojos bien abiertos y atentos. Runa no pudo hacer más que suspirar y resignarse a retroceder.

Te amo, a pesar de todo | OmegaverseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora