Cicatrices

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Se sentía afligida, preocupada. Ella la necesitaba. Le costó ingresar. El aroma la envolvía desde la entrada del palacio. Sentía que su cuerpo se movía más rápido de lo que quería, intentando llegar lo antes posible, pero no podía hacerlo. Debía mantener la calma, la seguridad, su imagen. Con bastante dificultad llegó a la puerta. Tocó suavemente, no era necesario golpear. Ellas la iban a escuchar. Aguantaba la respiración todo lo que podía, o respiraba con cortas inhalaciones evitando así llenar sus pulmones de aquel embriagador perfume.

Finalmente le abrieron la puerta encontrándose de frente con un rostro familiar, una niña de grandes ojos pardos, almendrados, inundados de un matiz doloroso, triste, resignados ante su presencia. La estudió unos segundos intentando descifrar de dónde la había visto. Y la recordó. Ella era la niña que seguía a Sayaka de pequeña, esa niña delgadita y extremadamente tímida observando con completa admiración a la pelinegra, la cual parecía no darse cuenta de su presencia. Sabía lo que sentía... Algo grande, enorme, que podía reventar su corazón. Una sensación de plenitud y alivio al estar cerca de ella.

Ahora lo comprendía. Ese sentimiento que también la asechaba, uno que la llevaba a las nubes. La más joven apartó la mirada de la princesa. Esos ojos azules parecían ver más allá de lo material... Parecía que la leía como un libro abierto. Se hizo a un lado con la cabeza gacha, dejándola pasar. Kirari ingresó al cuarto examinando su interior. La habitación estaba en perfecto orden, las ventanas cerradas, la cama bien estirada, algunos restos de comida en un plato sobre el velador. Parecía que Sayaka no estaba comiendo estos días. Yori dormía tranquila en su cuna, arropada cómoda entre las sabanas. Todo estaba perfectamente bien, pero faltaba ella... Ella no estaba bien...

Y ahí estaba... Se veía tan... Frágil, débil...

Ese delicado cuerpo, arropado con un chal que no reconocía como el de ella, se encontraba recostado sobre una pequeña mesita que recordaba haber usado tiempo atrás, su torso subía y bajaba erráticamente, parecía que dormía, pero no... Estaba en su propio trance, intentando controlarse... Su aroma era intenso, profundo, caliente.

Tenía que ayudarla.

Avanzó dos pasos y Sayaka se detuvo, quedando inmóvil en su posición. Por instinto, ella hizo lo mismo, manteniéndose de pie. Pudo ver como la joven se abrazaba al chal dándose la vuelta, con una extraña expresión en su rostro, mirándola a los ojos. Parecía que no esperaba su presencia, como si lo que viese fuera un espejismo.

- Ki... rari... -Se giró por completo, enseñándole su rostro sonrojado, su flequillo desordenado, su cuerpo absolutamente acalorado- Kirari...

La aludida tembló... Parecía que al escuchar cada silaba de su nombre le rompían parte de su cascara, su protección, su imagen... Solo porque ella la llamaba.

- Kirari...

Sin ser capaz de reaccionar, vio como Sayaka se levantaba y volaba a sus brazos, apretando con las manos su ropa, estrujándola, hundiendo la nariz en su cuello. Tan cerca, tan suave. La envolvió con los brazos gigantes, apretándola, sintiéndola con ella.

- Aquí estoy... Aquí estoy, Sayaka...

Por fin estaban juntas otra vez. Al fin podía ver su hermoso rostro, al fin tenía la seguridad de que su hija y Sayaka estaban bien, a salvo, protegidas en sus brazos, en su presencia.

Suspiró aliviada sin percatarse de los tristes ojos que la miraban a sus espaldas.

La niña, aquella joven que había cuidado con todo el amor de su alma a Sayaka, se retiró sonriendo melancólicamente, haciendo una pequeña reverencia, conteniendo sus lágrimas, tragándose todas sus emociones. Había presenciado la escena con el corazón destrozado, el cuerpo doloroso. Golpeada por la verdad... Porque ella no era la indicada. Por mucho que amara a su querida Sayaka, ella no era la persona que albergaba en su corazón. La verdad muchas veces es dolorosa, pero no queda más que aceptarla.

Te amo, a pesar de todo | OmegaverseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora