Capítulo 36

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Harry se despertó después de ocho horas de sueño reparador y sin sueños. Su cuerpo se sentía mucho mejor: todas las heridas de la noche anterior se habían curado y las sacudidas Cruciatus habían desaparecido. Pero su corazón seguía teniendo un agujero abierto, del tipo que hace que le duela respirar, que le duela pensar.

Sirius y Remus seguían allí, pero no podían quedarse mucho tiempo. -Albus no nos dejará quedarnos mucho tiempo-, dijo Remus con tristeza. -Ya ha pasado tres veces esta mañana para ver si ya te has despertado-.

-Merlín no permita que haya gente que se preocupe más por mí que por el esfuerzo de la guerra-, replicó Harry secamente. Remus se inclinó para besar su frente, justo sobre su cicatriz.

-No lo olvides, cachorro-, respiró. -Nuestra primera prioridad siempre eres tú. Siempre-.

A Harry le dolió el corazón por una razón totalmente distinta. Nunca había sido la prioridad de alguien.

Sirius se transformó lo suficiente como para darle a Harry un abrazo y prometerle que se pondría en contacto pronto. -Esto cambia nuestros planes, pero lo resolveremos. No estarás con esos muggles más tiempo del necesario-, aseguró. -Te quiero, cachorro-.

-Yo también te quiero-, respondió Harry, recibiendo un último abrazo de ambos antes de que Sirius se convirtiera en perro una vez más, y la pareja saliera del Ala Hospitalaria.

Solo por primera vez desde que todo había sucedido, Harry dejó escapar una respiración temblorosa, apretando las rodillas contra el pecho. Quería llamar a sus amigos del dormitorio, rodearse de ruido y gente para no tener que intentar pensar. Quería no volver a ver a otro ser humano, no hasta que el agujero de su corazón se cerrara. Quería que todo terminara.

La puerta se abrió y Madam Pomfrey entró con dificultad, dedicando a Harry una sonrisa suave y cómplice. -Si hubiera una poción que pudiera darle para que todo desapareciera, señor Potter, lo haría-, le dijo con suavidad. -Lamentablemente, la magia no puede hacer mucho. El tiempo tendrá que encargarse del resto-.

Con un movimiento de su varita invocó un pijama de rayas azul pálido y se lo tendió a Harry. -Quiero que te mantengas hasta por lo menos la cena. Dúchate, puede que te ayude. Tendré el desayuno esperando cuando salgas-.

Apartó las cortinas de una cama situada unas filas más abajo, y las cejas de Harry se alzaron al ver al verdadero Alastor Moody despatarrado e inconsciente en la cama. -¿Está bien?-.

-Lo estará-, aseguró Pomfrey. -Ha tenido un año bastante complicado, pero no es nada permanente. Anda, vete, quítate esa horrible ropa-.

Cuando se puso en pie, Harry se miró a sí mismo, haciendo una mueca ante la suciedad y la sangre que cubrían su ropa. Sí, el pijama parecía una excelente idea.

Intentó no tardar demasiado en la ducha, aunque la mitad del tiempo lo pasó tratando de respirar, deseando que las lágrimas salieran y se rompiera el dique para poder acabar con todo. Todavía no había llorado de verdad. Estuvo a punto de hacerlo, la noche anterior se le escaparon algunas lágrimas sobre la camisa de Draco, pero sentía que todo se acumulaba en su interior y que sólo necesitaba liberar la presión, pero no se iba. Finalmente se rindió, cerrando el agua y secándose con un hechizo, mirándose al espejo durante un largo rato. Ahora tenía una cicatriz en el antebrazo, donde Colagusano le había cortado, irregular y punzante. Podría unirse a su cicatriz del basilisco, a sus cicatrices del cuidado de los Dursley. Marcas de un chico que era más arma que niño. Al menos a los ojos de algunos.

Como había prometido, había un tazón de gachas humeantes esperándole en la mesilla de noche, y un juego de sábanas nuevo en la cama. Pomfrey se había marchado y las cortinas que rodeaban la cama de Moody se habían vuelto a correr.

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