Capítulo 80

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Sirius se había despertado con frío.

A veces ocurría. A Charlie le habían dicho muchas veces que era odiosamente cálido para dormir a su lado, pero Sirius nunca se había quejado de ello... y a veces, como aquella mañana, Charlie se despertaba con el mago de pelo oscuro envuelto a su alrededor como un pulpo, pegado a su pecho como si intentara chupar cada trozo de calor del cuerpo de Charlie.

Cuando sintió los pequeños escalofríos que sacudían el cuerpo de Sirius, Charlie supo que iba a ser un día duro. Aun así, hizo lo que siempre hacía en las mañanas frías; los hizo rodar hasta que Sirius quedó bien arropado bajo su ancha figura, y le subió el edredón hasta el cuello, envolviéndolos a ambos. No importaba que fuera verano y que ya estuviera hirviendo en su habitación.

Los hombros de Sirius se relajaron un poco. El corazón de Charlie se apretó. Inclinó la cabeza hacia abajo, presionando el más suave de los besos en la sien de Sirius. -Buenos días, cariño-, dijo en voz baja, intentando cuidadosamente no dejar que todo su peso descansara sobre el hombre, pues de lo contrario pasaría de abrazarlo a aplastarlo. A Sirius le gustaba que le pesara, pero cuando estaba mentalmente en Azkaban a Charlie siempre le preocupaba que le asfixiara.

Esperó, dejando caer de vez en cuando otro beso en la cara de su compañero. Poco a poco, Sirius dejó de temblar. Entonces, finalmente, el ex-convicto dejó escapar un largo suspiro. -Joder-, murmuró, y Charlie tarareó contra su mejilla.

-¿Quieres desayunar en la cama esta mañana?-, preguntó. Sintió que Sirius vacilaba. -Es un sábado. No tenemos ningún sitio donde estar-.

Más de una vez, Sirius había intentado ocultar su propia depresión mientras Charlie se preparaba para ir a trabajar, para que no se sintiera obligado a quedarse en casa y cuidarlo. Como si cualquier parte de eso fuera una obligación.

Charlie odiaba los demonios en el cerebro de su novio, la forma en que le hacían odiarse a sí mismo.

Maldito Azkaban.

Pero, por suerte, a Sirius no le importaba desmoronarse en un fin de semana, así que hizo un pequeño gesto con la cabeza... y, como si hubiera estado esperando la señal, Ceri entró silenciosamente en la habitación, haciendo levitar una bandeja. Charlie los acomodó lentamente en una especie de posición sentada, con Sirius todavía bien arropado contra su costado. Cogió la bandeja de Ceri con una sonrisa de agradecimiento, y la elfa movió la cabeza. Antes de irse, chasqueó los dedos y el fuego de la rejilla cobró vida.

Sirius había elegido este dormitorio por una razón.

La habitación ya era lo suficientemente cálida, pero estaba claro que el animago canino no lo sentía, con todo su cuerpo pegado a Charlie. Pero mostró al menos un poco de interés por la comida que Ceri les había traído, y con un poco de ánimo estaba comiendo.

-¿Fueron tus sueños, o simplemente... uno de esos días?- preguntó Charlie, y Sirius se encogió de hombros.

-Sueños, creo. No sé. Sólo... frío. Vacío-.

Charlie sabía que la palabra no se refería a su entorno, sino a él mismo. Su corazón se apretó más.

-Hoy va a estar precioso. Podríamos leer fuera un rato, junto a la hoguera-.

-Les prometí a los chicos que hoy les ayudaría con el entrenamiento de apariciones-, roncó Sirius en señal de protesta.

-Deja que Moony lo haga-, instó Charlie. -Sabes que sus únicos planes para el día eran sentarse en el laboratorio de Snape y tratar de coquetear con él para que estropeara una poción-.

Eso hizo que el moreno soltara una pequeña carcajada, y todo el pecho de Charlie se llenó de orgullo. Pequeños pasos.

Permanecieron en su cálido nido de habitación hasta que Charlie estuvo seguro de que el sol saldría, y entonces se vistieron lentamente unos vaqueros suaves y desgastados, una camiseta de manga larga, la vieja sudadera de quidditch de Gryffindor de Charlie que Sirius había reclamado cuando se habían mudado juntos. Ropa cómoda, ropa que no le recordara a Azkaban.

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