49. Afrontar responsabilidades

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El domingo por la mañana, Alberto se encontraba sentado ante su escritorio. La puerta del despacho estaba cerrada y esperaba que tanto Alejandra como Marina captaran la indirecta y le dejaran en paz. Durante toda la semana se concentró en su trabajo para mantener la mente despejada, pero en esos instantes era incapaz de lograrlo. La persona en la que más confiaba, después de su familia, le había traicionado. Le ponía enfermo imaginar a Carlos con su hija... Dos toques en la puerta le hicieron volver a la realidad.

—Papá, ¿puedo pasar? —preguntó Marina al otro lado.

Él dudó unos instantes, pero al final cedió.

—Adelante.

La chica apareció con su pijama de verano y entró sin cerrar la puerta.

—¿Estás bien? Desde la semana pasada te he notado raro... ¿Es por mi relación con Carlos?

Alberto frunció los labios y apretó los dientes, después suspiró.

—Puede parecer que me molesta que estéis juntos, pero no es así. Lo que me cabrea es que él no fuera sincero conmigo desde el principio. Entiendo que tú no tengas la misma confianza conmigo que con tu madre, pero de Carlos esperaba algo más.

Marina se mordió el labio.

—Pero mamá tampoco lo sabía hasta esa noche... —Bajó la cabeza.

Los dos permanecieron en silencio un rato. Ella levantó la mirada hacia su padre y pensó en acercarse, pero sus piernas no se movieron del sitio.

—No estoy seguro de entender mucho sobre eso, pero ya eres bastante mayor como para tomar tus propias decisiones sin tener que consultarlas con nosotros. —Alberto se levantó de la silla y se acercó a su hija para apoyar las manos en sus hombros—. ¿Te gusta Carlos? Bien. ¿Quieres probar la experiencia con él? Perfecto. Lo que no quiero es que te haga daño, ¿entiendes?

—Te entiendo, claro que te entiendo, papá. Es lógico que pienses eso, aunque sea tu amigo me saca más de diez años y... —Calló de repente porque no quería expresar en voz alta lo que pasaba por su mente.

Tragó saliva.

—Exacto, Marina. Que sea mi amigo no le exonera de hacer las cosas bien, lo que incluye hablarlo conmigo. Solo me hubiera gustado que confiara en mí porque no eres cualquier persona, sino mi hija. ¿Tan difícil es de comprender?

Marina le observó durante unos instantes y después le abrazó.

—Yo lo entiendo... —susurró.

Cuando los dos se separaron, Marina no pudo evitar más cierto tema de conversación.

—Carlos me contó que —carraspeó al notar que le fallaba un poco la voz— sintió algo por mamá cuando los tres estabais en la universidad... ¿Puede que por eso evitara hablar contigo sobre mí?

No estaba segura, pero desde lo ocurrido en la cena no dejaba de darle vueltas al asunto. Alberto soltó a su hija y dejó caer los brazos a ambos lados de su cuerpo. Expulsó el aire por la boca y se giró para darle la espalda a Marina.

—Tal vez por eso no se atreviera a decirme algo —murmuró, aunque ella fue capaz de escuchar la primera parte.

Cerró los puños y los apretó durante un rato, después se relajó. Rodeó la mesa para sentarse de nuevo en su silla.

—Estoy enamorada de Carlos, papá. Solo quería que lo supieras.

Y después de eso se fue, dejando de nuevo a solas a Alberto.


···


Carlos tenía la vista clavada en el vaso que tenía entre las manos. Desde que preparó su café y el de Elena no había bebido ni un solo sorbo. Se limitó a mostrarse taciturno sin tener en cuenta la mirada de su amiga.

—Bueno, ¿vas a hablar ya o qué?

Él suspiró antes de observarla.

—No sé cómo empezar.

—¿Y qué te parece hacerlo desde el principio? Pero no te remontes a mucho tiempo atrás porque ya conozco esa parte de la historia.

—Creo que me limitaré a ser conciso y breve: la he fastidiado bastante. Alberto me ha retirado su amistad desde que sabe que estoy con su hija.

Elena abrió demasiado los ojos.

—¿Cómo, cómo?

Al fin él bebió de su taza.

—Es cierto, eso no te lo conté. —Pasó su mano derecha por la frente y después por su pelo, despeinándolo un poco en el proceso—. La semana pasada, cuando fui a cenar a casa de Marina, invitaron a su pareja de baile porque ella le dijo a su madre que salía con él. ¿Recuerdas que estábamos llevando lo nuestro en secreto? —Elena asintió—. Por eso lo hizo. Debí imaginar desde el principio que las cosas no saldrían bien, pero en el fondo deseaba que sí... El caso es que Alberto estuvo a punto de romperme la cara.

Esta vez su amiga abrió la boca, que enseguida ocultó tras su mano derecha.

—No me lo puedo creer.

—Es comprensible que lo hiciera. Si yo fuera él habría reaccionado de la misma forma, la verdad.

—Pero sois amigos...

—Y Marina es su hija. ¿Qué crees que pesa más para un padre? ¿La amistad o la familia? —Elena no respondió y él aprovechó para continuar—. Aunque me haya dado la oportunidad con Marina, hay momentos en los que pienso que quizá ella esté mejor sin mí. Y estos pensamientos se han acentuado desde lo que ocurrió durante esa cena.

Ella se movió en su asiento y acercó su cuerpo un poco más a la mesa.

—¿Sabes qué es lo que deberías hacer? —Le apuntó con el dedo índice mientras Carlos negaba con la cabeza—. Hablar con Alberto. Tienes derecho a explicarte y si de verdad es tu amigo, te escuchará. Eso sí, dale tiempo porque le va a costar terminar de asimilarlo.

—¿Y si meto aún más la pata? —cuestionó Carlos.

Elena se levantó para acercarse a él y abrazarle por detrás.

—No te preocupes por eso. Cuando llegue el momento, sabrás qué decirle y cómo. Desde que te conozco nunca he visto que tuvieras problemas en ese sentido.

—No los tengo —aclaró—, pero tampoco había estado en una situación similar y, sinceramente, pensaba que nunca me vería involucrado en algo así. Pero las cosas se han dado de esta forma y debo afrontar la responsabilidad que he intentado eludir hasta ahora.

—Ya es hora, sí.

Ella le dio un beso en la mejilla antes de separarse y volver a su silla. Terminaron el café mientras conversaban de otros temas.


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