0. Que no lo puedas "tener" no significa que no puedas pensar en él

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Pensó que había entregado el trabajo a tiempo, pero al revisar su ordenador se dio cuenta de que no fue así. No pudo evitar lamentarse porque había perdido una nota importante de la forma más tonta posible. Le escribió un correo a su profesor con la esperanza de que aceptara el suyo fuera de plazo, pero algo dentro de ella le decía que no lo aceptaría.

—¡Joder!

Su madre, que en ese momento se encontraba cerca de la habitación de Marina, se asomó al escucharla.

—¿Qué ocurre?

Ella se giró en la silla con el ceño fruncido. Evitó dar un golpe en la mesa con el puño cerrado.

—Pensaba que había enviado un trabajo, pero por algún motivo no sale reflejado. Le he enviado un correo al profesor por si me lo acepta hoy.

—Tranquila, hablaré con él para que lo haga. —Le guiñó el ojo.

La chica volvió a quedarse sola sin opción a réplica y todo su cabreo se desvaneció al saber lo que eso significaba. Cuando consiguió reaccionar, minutos después, salió corriendo de su habitación en busca de su madre. La encontró en la cocina.

—Cielo, ya he hablado con tu profesor y parece que te va a aceptar el trabajo fuera del plazo.

—Gracias —dijo ella, avergonzada.

Miró de reojo hacia la ventana y lo vio a través del cristal.

—¿Qué hace aquí? —preguntó desconcertada.

El timbre sonó antes de recibir una respuesta y Marina se acercó a la puerta. Quien abrió fue su padre, que llegó antes.

—Hombre, Carlos, qué tal todo —saludó.

—Bien, me dijo Alejandra que una señorita no pudo entregar su trabajo y decidí venir para verlo aquí.

Marina se quedó mirándolo mientras entraba en su casa. Se fijó en que llevaba algo en la mano que no fue capaz de identificar. Carlos se quedó en la puerta de la cocina y admiró los pastelitos que estaba haciendo. Ella se quedó a unos centímetros de él para observar la escena, hasta que a Carlos se le escapó lo que tenía en las manos. Con rapidez, la chica siguió el rastro y el hombre la siguió de cerca. Eran nueces que, para su suerte, no se abrieron al impactar contra el suelo. Cogió una de ellas y se la dio a Carlos cuando él consiguió recoger el resto.

—Gracias —agradeció con una sonrisa.

Volvieron a la puerta de la cocina y el profesor aprovechó para darle una de las nueces a Marina sin que el resto lo viera. Ella observó la cáscara con atención y luego hizo lo mismo con él, quien tenía su mirada puesta en sus amigos. «Si ha venido a ver mi trabajo, ¿estará bien que me lo lleve a la habitación?», pensó. Tocó el brazo de Carlos y cuando la miró, ella abrió los labios siendo consciente de que podría no salirle la voz.

—Si has venido a ver mi trabajo, ven.

Dejó caer el brazo, no sin que su mano acariciara parte del brazo del profesor. Antes de que se despegara del todo del suyo, Carlos cogió la mano de Marina y la siguió a través del pasillo. Marina no sabía dónde se había metido su hermana, pero era lo que menos le importaba en ese instante. En cuanto entraron, ella cerró la puerta y al girarse él la agarró por la cintura y la besó. La chica se dejó llevar y lo empujó hasta que la espalda del hombre se pegó a la pared. Se separaron unos segundos en los que se miraron a los ojos y ella, como le temblaban las piernas, lo llevó hasta su silla e hizo que se sentara. Se acomodó sobre Carlos para volver a besarlo y se movió hacia delante y hacia atrás. El hombre se aferró a sus caderas y, por un instante, Marina pensó que llegarían a más. Pero su hermana llamó a la puerta y tuvo que separarse de él a regañadientes. Sin embargo, antes de que la puerta se abriera, despertó.

El corazón le latía demasiado deprisa y la respiración agitada le hacía creer que todo lo que soñó fue real, aunque no fuera así. Le pareció curioso que en el sueño él fuera su profesor de universidad cuando en realidad nunca lo había sido, aunque amigo de sus padres sí que era. Frotó sus ojos y luego se incorporó sobre la cama. Observó todo a su alrededor con la imagen mental de lo último que recordaba: ella sobre Carlos moviéndose y devorando su boca. Ocultó su rostro tras las manos, pero ese pensamiento no se borraba de su cabeza. Por si fuera poco, el deseo la embriagaba de tal forma que la empujaba a querer saciarse. Su cuerpo sudaba a pesar del frío que seguía haciendo y tuvo que destaparse. Gateó por la cama con la intención de acercarse a la mesita de noche que tenía a su lado derecho, abrió el segundo cajón y rebuscó entre sus cosas hasta que encontró un vibrador. Lo sacó del envoltorio en el que lo guardaba y lo soltó sobre la cama. Bajó los pantalones del pijama hasta los tobillos y se subió la camiseta para dejar los pechos al descubierto. Pasó la lengua por sus labios mientras pensaba en Carlos y en lo sucedido en el sueño. Casi se le escapó un gemido y aún no había comenzado.

—Carlos... —murmuró.

Empezó a tocar su cuerpo y dejó de lado por el momento el aparato. Estaba más que preparada para usarlo, pero quería seguir experimentando el calor que le producía pensar en él. En su mente la imagen pasó a convertirse en la escena que ella propiciaba, pero era él quien la deleitaba con cada caricia. Marina se centró en la barba de Carlos y en su boca, que la volvía loca cada vez que se quedaba mirándola en la realidad. Los ojos verdes de él la hipnotizaban y fueron los que la guiaron para seguir con su ritual amoroso. Bajó poco a poco a través de su torso hasta llegar a la zona de su ombligo, que acarició en círculos antes de dirigirse al borde de su ropa interior. Introdujo la mano y rozó con los dedos su carne palpitante, notándola mojada. Sin prisa, la sacó y se quitó las bragas después de hacer lo mismo, de forma definitiva, con el pantalón. Tomó con sus manos el vibrador y lo observó antes de activarlo con la velocidad mínima. Tras comprobar que no hacía mucho ruido, lo paseó por su pecho y su vientre hasta llegar de nuevo a su intimidad. Lanzó varios suspiros al aire en cuanto lo notó allí y cerró los ojos.

La diversión no había hecho más que comenzar.

La diversión no había hecho más que comenzar

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Fragancia de azaharDonde viven las historias. Descúbrelo ahora