16. El lado fetichista de Carlos

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Cuando regresó a su casa tras el ensayo, lo recibió la más absoluta oscuridad. Extrañó encontrarse a Marina sentada en el sofá, pero ya no tenía nada que hacer allí: Alejandra y Alberto regresaron de la conferencia y ninguna excusa la retenía. Lo que peor llevó fue no haberse despedido de ella como le habría gustado.

—Soy un capullo.

Se peinó con los dedos y avanzó hacia el interruptor de la luz para encender la del salón. Dejó el maletín como siempre al lado del sofá y suspiró mientras se dejaba caer sobre él. Tocó sus labios y los acarició mientras recordaba el beso con el corazón latiendo a gran velocidad en su pecho. Bufó y se levantó para cambiarse de ropa y preparar algo rápido para cenar; estaba cansado y lo que más le apetecía era dormir.

Cuando entró en la habitación captó el aroma de Marina en el ambiente y supo que, si no eran imaginaciones suyas, esa noche le costaría conciliar el sueño. Como Marina se encargó de quitar las sábanas que había usado durante la semana, él solo tuvo que hacerla de nuevo con otras nuevas. Al introducir la sábana bajo el colchón, sus ojos captaron algo inusual bajo la cama. Sin embargo, hasta que no terminó de hacerla no se agachó para ver lo que había. Alargó el brazo y sacó unas braguitas negras de encaje. Se irguió y en un impulso alzó la mano hacia la nariz para olerlas. Cerró los ojos y aspiró, deleitándose con el aroma que la tela desprendía. Al abrirlos y ser consciente de lo que estaba haciendo, bajó la mano y fue al cuarto de baño con la intención de meterla con la ropa sucia, pero en el último momento volvió a llevarla a su dormitorio para guardarla en uno de los cajones de su mesita de noche. Recordó el día que la encontró en una situación comprometida y se convenció de que hizo lo correcto al no interrumpirla en ese instante. ¿Qué habría pensado de él si ella supiera que la vio de esa forma? «Me habría creído un pervertido —se dijo con el ceño fruncido—, aunque no es mi culpa que antes ella no cerrara la puerta en condiciones».

—Joder... —Chasqueó la lengua.

Los recuerdos le jugaron una mala pasada y ya era demasiado tarde para retroceder. Durante unos segundos se debatió entre seguir adelante y saciar sus ganas de la mejor forma posible o aguantarlas, pero sabía que si hacía esto último podría ser peor para él en el caso de que volviera a estar a solas con Marina. «Tal como se dieron las cosas dudo mucho que eso pase de nuevo pronto...», pensó, y sin esperar más tiempo se desabrochó los pantalones y se los bajó, haciendo lo mismo después con los calzoncillos. Le sorprendió ver su miembro erecto con solo unos cuantos pensamientos y el conocimiento de que tenía unas bragas de Marina en uno de sus cajones. Suspiró y las sacó para olerlas de nuevo, pero se detuvo a medio camino.

Maldijo para sí mismo en cuanto se dio cuenta de lo que estaba a punto de hacer. ¿Desde cuándo se había obsesionado de esa forma con Marina? Tanto tiempo controlando ese impulso, desde poco antes de que ella llegara a la vida de sus amigos, y unos días bastaron para que todo se fuera al traste.

«Esto no está bien».

Y sabiendo que no estaba bien, empezó a acariciarse de arriba abajo con lentitud. Acercó las bragas de Marina a su nariz y cerró los ojos mientras se dejaba llevar. No pudo mantener ese ritmo pausado durante mucho tiempo porque sus sensaciones fueron en aumento y él necesitaba más. En realidad lo que deseaba era otra cosa que no podía tener...

—Marina...

Gruñó al notar que una sacudida empezaba a llenarlo por completo, aunque nada le preparó para la explosión que acompañó a su propio éxtasis. Cuando se miró la mano y la zona visible de su abdomen, se sorprendió al verse manchado por sus propios fluidos. Desabrochó su camisa y fue al cuarto de baño para limpiarse, no sin antes quitarse toda la ropa. Aprovecharía para ducharse y despejar sus pensamientos.

Fragancia de azaharDonde viven las historias. Descúbrelo ahora