17. Miedo a dejarse llevar de nuevo

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Después de todo un día de ensayo para la exhibición, Marina tuvo que dejar de lado su cansancio para enfrentarse de nuevo a Carlos. Todo se había vuelto tan extraño entre los dos que no sabía qué esperar de ese encuentro. Durante todo el camino estuvo intercambiando mensajes con Álex, que solía levantarse temprano, hasta que llegó al portal y llamó al telefonillo. El corazón empezó a latirle más deprisa de lo normal y notó como si le diera un vuelco en el pecho.

—Serénate... Serénate...

Poco tiempo después, Carlos respondió:

—¿Quién es?

Reprimió una risita al escuchar su voz, que parecía la de una persona que se acababa de despertar.

—Soy yo.

Solo le bastó esa respuesta para que él le permitiera entrar. Abrió la puerta con las dos manos y avanzó hasta el ascensor, donde marcó el piso de Carlos antes de que empezara a subir. Algunos flashes acudieron a su mente de aquella vez en la que se emborrachó y despertó en la habitación del profesor.

El ascensor la avisó de la llegada cuando abrió sus puertas y salió, acelerando un poco el paso, pero deteniéndose después al ver que Carlos la esperaba con la puerta abierta. Caminó de nuevo hacia él con la intención de abrazarlo, pero las ganas se quedaron ahí. Carlos se hizo a un lado para dejarla pasar y en cuanto entró, cerró la puerta y se acercó para abrazarla por detrás.

—Lo siento, Marina —le dijo al oído—. Ni siquiera tengo palabras para decirte lo estúpido que fui. Soy el único responsable de lo que pasó ese sábado y aunque los dos somos ya mayorcitos, quizá no debí acceder a jugar para evitarlo...

Ella se giró y alzó la barbilla para mirarlo a los ojos, más cerca de lo que pensaba que quedaría.

—Te habría besado una y mil veces si me lo hubieras pedido —confirmó—. Era un juego, Carlos, podrías haberme pedido cualquier cosa que yo lo habría hecho o habría entregado prenda. No me lo habría tomado en serio.

Soportó su mirada porque esperaba que la creyera, aunque lo que dijo fuera una enorme mentira. Carlos tragó saliva y la observó sin decir palabra antes de atraerla de nuevo hacia él para abrazarla.

—Hagamos como si nada hubiera pasado, ¿de acuerdo?

Marina lo rodeó con sus brazos y se apretó contra su cuerpo todo lo que pudo. Suspiró y disfrutó de aquella sensación de tranquilidad y de lo bien que olía Carlos. A pesar de lo que pudiera parecer, no estaba recién levantado. Se mordió los labios para que no escapara por ellos cualquier cosa fuera de lugar. Si él supiera todo lo que sentía, ¿también la habría abrazado? Y aquella no era la única pregunta que rondaba su mente mientras hacía todo lo posible porque el abrazo se alargara.

—Me siento como un adolescente cuando estoy contigo y no creo que eso sea muy bueno... —comentó Carlos con los ojos cerrados.

Acarició el pelo rizado de Marina y enterró el rostro en él para oler el perfume de su champú.

—¿Por qué? —indagó ella intentando que su cuerpo no temblara de manera involuntaria.

Carlos se separó para mirarla a los ojos.

—Porque es peligroso. Podría dejarme llevar más de lo debido y no sería bueno. Te saco catorce años, por el amor de Dios.

La chica sonrió ante aquella declaración y le acarició el rostro con la mano derecha. Él pareció no inmutarse, pero en su interior todo era distinto.

—Me llevas catorce años de ventaja, pero eso no quiere decir nada, Carlos. —Se acercó un poco más a él—. No eres mi padre, ni mi hermano, ni tenemos una relación de sangre por la que debas preocuparte. Si llegara a pasar algo entre nosotros sería porque tú y yo querríamos, no porque ninguna de las partes obligue a la otra.

Fragancia de azaharDonde viven las historias. Descúbrelo ahora