13. Una petición peculiar

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Cuando Carlos regresó a casa una hora y media después de que terminara de impartir sus clases, encontró a Marina esperándolo de pie en el salón y con las manos ocultas tras la espalda.

—¡Buenas noches! —Sonrió.

Él también lo hizo y continuó su avance hasta que se detuvo ante ella para inclinar su rostro y darle un beso en la mejilla. Marina permaneció quieta mientras intentaba ocultar lo que sentía.

—¿Cómo has pasado el día? —quiso saber él mientras pasaba de largo.

—He estado fuera con unos amigos y volví hace una o dos horas.

Giró sobre sus talones y contempló la espalda de Carlos mientras su mente inventaba escenas fogosas entre los dos como tantas otras veces. Él dejó el maletín al lado del sofá y metió las llaves en el bolsillo delantero.

—Te lo habrás pasado bien —comentó, girándose después con una sonrisa.

Y de nuevo Marina se quedó sin aliento ante aquella visión. Asintió antes de irse a la cocina a preparar todo para la cena.

Carlos se quedó mirándola y suspiró en cuanto su cuerpo se perdió a través de la puerta. Se preguntó cuándo fue el momento exacto en el que empezó a verla con otros ojos, pero fue incapaz de darse una respuesta. «La he visto crecer, esto no debería estar pasando.¿Por qué me dejaría llevar de esa forma?». Cerró los ojos unos instantes más pensativo de lo que acostumbraba y es que se estaba complicando la vida. Y sin embargo disfrutó tanto con ese beso que no podía imaginar lo que sucedería si volviera a hacerlo en otras circunstancias.

Escuchó el sonido de los platos al chocar y entró en la cocina. Vio a Marina coger dos de uno de los armarios superiores, se adentró un poco más y quedó a su espalda.

—¿Necesitas ayuda?

Ella se sobresaltó al escucharlo tan cerca. Habría tirado la vajilla de no ser porque él estaba ahí para sujetar sus manos. Con los ojos bien abiertos se quedó quieta en el sitio al saber que Carlos estaba detrás de ella, pegado a su cuerpo y con las manos sobre las suyas. El corazón le palpitaba a una velocidad vertiginosa y empeoró cuando notó la nariz del profesor sobre su pelo. Tuvo que reprimir un jadeo para no ponerse en evidencia como tantas otras veces.

—Sigues usando la colonia que te regalé... —Inhaló profundamente.

—Me encanta —murmuró ella—. ¿Cómo no la iba a seguir usando?

No habló de lo especial que era esa fragancia para ella ni de que aún guardaba como recuerdo el bote, ya vacío, que él le regaló en su momento.

Carlos, hechizado por su esencia, posó las manos sobre los brazos de Marina y cerró los ojos para disfrutar más de las sensaciones que le producía aquel olor.

—¿Aún te dura? Hace años que te la regalé.

—No, es otra que me compré cuando gasté el bote...

Le costaba hablar con él tan cerca, pero gracias a que sus manos quedaron libres, soltó en la encimera los dos platos y se apoyó sobre la superficie. Mordió su labio inferior para evitar la tentación de irse de la lengua.

—La próxima vez avísame que te regalo el siguiente.

No tenía ninguna excusa para hacerlo, pero no la necesitaba. Abrió los ojos y vio la postura de su invitada, con el cuerpo inclinado, pero sin pegarse al suyo. Despertó del pequeño trance en el que se había sumido y se alejó de Marina consciente de la incomodidad causada en ella. Llevó su mano a la nuca y se movió por la estancia sin saber qué hacer a continuación. Marina le miró de reojo y esbozó una pequeña sonrisa que se borró enseguida de su rostro. Centró su atención en los platos y los separó antes de dirigirse hacia el frigorífico.

Fragancia de azaharDonde viven las historias. Descúbrelo ahora