9. Pensamiento recurrente

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Marina cerró la puerta al entrar y buscó con ahínco en los bolsillos de su maleta. Al abrir la del interior, donde guardaba su ropa, encontró una foto y se fue con ella a la cama. La soltó sobre el edredón para cambiarse de ropa y al hacerlo se metió debajo de las sábanas para contemplarla con tranquilidad. Aún le sorprendía que Carlos no se diera cuenta en su momento del pequeño «robo», pero lo agradecía porque así podía conservarla aunque fuera en secreto.

Repasó el papel plastificado con los dedos, casi sin rozarlo, mientras ponía atención a cada uno de los detalles. Aunque le gustaba su sonrisa, Marina siempre reconocería que su rostro serio, como el de esa foto, le provocaba mucho más. Un cosquilleo continuo se instaló en su estómago y bajó poco a poco hasta su intimidad. Apretó los muslos y ahogó un jadeo para que Carlos no la escuchara si de casualidad pasaba cerca de la habitación.

Siempre que admiraba su rostro, en persona o en el retrato que tenía en sus manos, pensaba en la imposibilidad de su amor y en sus ilusiones vanas, pero no podía hacer nada por arrancarse los sentimientos del pecho. Solo era capaz de fantasear, de saciar sus ganas con sus propios dedos imaginando un escenario completamente diferente en el que él se moría por ella. Suspiró y cerró los ojos mientras acomodaba su cabeza en el cabecero. Los abrió de nuevo e inspeccionó la habitación. Una foto llamó su atención y se levantó, dejando la que tenía en las manos en el lugar donde estaba, dentro de la maleta. Después se acercó a la cómoda que había cerca de una de las ventanas, al lado derecho de la cama y frente a la puerta, y cogió el marco con la mano derecha.

En ella aparecían los dos sonrientes cuando Marina tenía diecisiete y Carlos treinta y uno.

«No recordaba esta foto...», pensó, intentando recordar hasta que lo consiguió.

—¡Vamos, Marina, sonríe! —exclamó su madre, enfocándola con la cámara.

La adolescente insistió mucho para hacerse una foto con él, pero en el momento en el que Carlos accedió se arrepintió. Notó sus músculos tensos cuando el hombre se acercó a ella y la tomó por los hombros. Estaba feliz, pero por algún motivo era incapaz de hacer lo que su madre le pedía.

—Danos un momento, Alejandra.

—Está bien. —Su madre bajó la cámara y buscó a Alberto, que estaba con Daniela observando a los patos en una de las charcas del lugar.

Carlos se volteó hacia Marina, inclinó un poco el cuerpo hacia ella y clavó sus ojos en los de la chica. Marina sintió el rubor en sus mejillas, pero le aguantó la mirada.

—¿Tanto insistir para luego estar así de seria? —cuestionó.

Ella negó con un movimiento de cabeza.

—¿Entonces? —Marina solo se encogió de hombros—. ¿Cambiará algo si te digo que quiero hacerme esa foto contigo y que no lo hago por obligación?

Un atisbo de sonrisa se dibujó en su rostro, logrando que él hiciera lo mismo.

—Cuando sonríes estás aún más guapa.

Le dio un beso en la frente y la chica cerró los ojos unos instantes. Cuando los abrió, Carlos la observaba erguido. Le dedicó un guiño y ella esbozó una sonrisa aún más amplia.

—Ya está, Alejandra.

La madre de Marina volvió para hacerles la foto y esa vez los dos sonrieron a la vez. El corazón de la adolescente bombeaba la sangre a mil por hora y deseó que nadie más que ella se diera cuenta de ese detalle.

Fue una completa idiota ese día, pero ¿quién no lo era de adolescente? Nunca se encaprichó con nada hasta que quiso inmortalizar ese momento. Lo pasó tan bien que creyó que se convertiría en un momento inolvidable para ella, aunque con el tiempo se perdió entre sus recuerdos. El desánimo la atacó de improviso y aunque intentó aguantar y ganar esa batalla, se dejó vencer cuando su pensamiento más recurrente hizo acto de presencia en su mente. «Carlos jamás me verá como mujer».


···


Durante gran parte del miércoles, Marina estuvo sola en casa porque Carlos trabajaba casi todo el día en la universidad. Por la mañana acudió a la academia de baile y después comió sola en casa y vio la televisión un rato. En medio de la tarde se entretuvo con el grupo, en el que apenas hubo interacción desde la noche anterior.


Marina López:

Chicas, ¿os ha comido la lengua el gato?


Patricia Navarro:

Yo sé de una a la que le gustaría que alguien le comiera la lengua y algo más... XD


Jimena Gallardo:

¿Hablas de mí, Pati? ( ͠❛ ͜ʖ ͡❛)


Sandra Rodríguez:

¿De quién iba a hablar? No has dejado de darnos por culo con él y por pesada estoy pensando en renunciar antes de intentarlo. Eso sí, como lo conozcas y no te guste tanto como dices te mato, ¿me entiendes?


Marina López:

Calma, chicas, quizá no le guste ninguna, pero podríais tenerlo como amigo. No sabéis los buenos consejos que da (>‿◠)


Y se arrepintió al instante de haber mandado ese mensaje porque la bombardearon a preguntas. Ellas no sabían su situación con Carlos, solo Raquel, por eso mintió cuando les dijo que era sobre pasos de baile. Al menos así dejaron de insistir, pero también se zanjó la conversación que ella misma había iniciado.


···


Antes de la hora de cenar, Marina estaba desnuda sobre la cama de Carlos. Durante su estancia en esa casa no necesitaba usar la foto que conservaba para sus sesiones de masturbación semanal. Por si fuera poco, ese día lo adelantó porque no aguantaba más las ganas. Aprovechó que él no estaba en casa para disfrutar de su cuerpo mientras imaginaba que era Carlos quien la tocaba. Acarició su cuerpo con la yema de sus dedos y se detuvo en cada una de sus zonas sensibles: el cuello, los pechos, su vientre y finalmente sus ingles. El calor no tardó en extenderse por su cuerpo en cuanto él apareció en su mente. Con calma, sin prisas, acarició sus senos antes de dedicar tiempo a su abdomen. No esperó mucho para pasar sus dedos por las ingles y finalmente por su sexo. Con los ojos cerrados, continuó con su exploración hasta que su respiración entrecortada y su propio cuerpo le pidieron que avanzara. Un dedo se deslizó hacia su interior, luego otro y otro más. El ritmo frenético de su respiración provocó que los jadeos no tardaran en salir de sus labios. Poco a poco aumentó el ritmo y los gemidos pronto inundaron la habitación.

Carlos llegó a casa antes de lo esperado. Como hacía mucho tiempo que no tenía a Marina como invitada ni siquiera avisó, no era algo que acostumbrara a hacer. Guardó las llaves en su maletín y este lo soltó después sobre el sofá. Pensó en sentarse para relajarse, pero un sonido extraño llegó a sus oídos y lo siguió a través del pasillo. Vio la puerta entreabierta de su dormitorio y encontró a Marina completamente desnuda y con la mano en su zona íntima. No dejaba de acariciarse con movimientos rápidos y su cuerpo se retorcía de placer. Sin embargo, lo que más le sorprendió fue escuchar cómo le nombraba durante el clímax. Se marchó antes de ser descubierto y entró en el cuarto de baño. Cerró el pestillo y se desvistió antes de entrar en la ducha. Deseó con todas sus fuerzas que la erección bajara, pero ni siquiera estaba seguro de poderlo conseguir con agua fría.


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Fragancia de azaharDonde viven las historias. Descúbrelo ahora