21. Caricias en la oscuridad

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Al día siguiente por la tarde, Marina quedó con Álex para ensayar. Ese sábado tendrían una prueba en la que elegirían a los mejores para representar a la academia en una competición de kizomba y no estaba entre sus objetivos quedar por debajo del primer lugar.

—Cuando bailé contigo el día que nos conocimos no pensé que fueras así de competitiva y ambiciosa —comentó él con una sonrisa.

—El baile es mi pasión desde siempre y, aunque es más una afición que un trabajo, no puedo permitirme quedar mal. Soy muy exigente conmigo misma en ese sentido. Cuando compito en concursos de baile me pasa lo mismo, no puedo quedar segunda porque me cabreo. —Álex soltó una carcajada repentina que sorprendió a Marina—. ¿Tanta gracia te hace?

—A ver, yo también soy exigente, ya te conté el primer día lo que me pasó en la otra academia, pero me hace gracia que no te conformes con un segundo lugar, que tampoco está mal.

—No soy conformista... en ese sentido.

—Eso te iba a decir porque con Carlos sí que lo eres.

La chica puso los ojos en blanco a sabiendas de que tenía razón, pero escucharlo era distinto de tenerlo interiorizado.

—Soy consciente —se limitó a decir antes de acercarse al ordenador de su amigo para poner la canción.

Así fue como él supo que no debía continuar por ese camino y la esperó para comenzar el ensayo. Arrimaron sus cuerpos y se movieron al ritmo de la canción con los pasos de la coreografía que ambos establecieron en su momento. Las dos primeras veces bailaron en silencio, pero a la tercera la mirada de Marina no le permitió estar en silencio y tuvo que hablar de nuevo.

—Hay algo que quieres contarme ¿verdad?

Ella lo observó con intensidad y se mordió el labio antes de asentir con la cabeza.

—Sí, pero no quiero ser pesada con el tema de Carlos.

Álex se detuvo y la soltó, haciendo que ella también dejara de moverse.

—No eres pesada, Marina, y de todas formas es lógico que estés dándole vueltas a ese tema por lo que sientes por él.

—Sí, pero no es eso, Álex, es que no sé en qué punto estamos ahora mismo... ¿Tú qué pensarías si yo te gustara y de repente empezara a mandarte alguna foto subida de tono?

El chico abrió los ojos y la boca en una expresión de asombro que divirtió a Marina, aunque no se rio.

—Que claramente quieres algo conmigo, aunque sea físico. Yo no mando ese tipo de fotos a cualquiera ¿y tú? —Marina negó, consciente de las palabras de su amigo—. Entonces dudo mucho que él lo haga. Eso es que algo hay aunque no te lo diga.

—Es posible, pero es algo en lo que no quiero pensar ahora. Es más, este viernes me apetece alejarme del ambiente familiar de las cenas, ¿qué te parece si vamos a alguna discoteca? Podría invitar a alguna de mis amigas...

—Por mí encantado, ya lo sabes. —Sonrió.

Marina le devolvió la sonrisa.

—Bueno, ¿seguimos con el ensayo?


···


Regresó a su casa una hora antes de la cena. Sus padres no estaban en casa, como el resto de la semana, ya que colaboraban con algunos matemáticos en una investigación bastante importante. Suspiró al cerrar la puerta de entrada y se dirigió a su habitación para soltar la mochila y cambiarse de ropa. Soltó el móvil sobre la cama y se quitó cada una de las prendas, hasta las interiores, para ir desnuda hasta el cuarto de baño. Cinco minutos después volvió a su habitación para ponerse el pijama, pero sus ojos captaron el brillo de una luz que provenía de su móvil y fue a cogerlo para ver qué notificaciones tenía. Al desbloquearlo y desplegar el panel, se sorprendió al ver que tenía un mensaje de Carlos.

Fragancia de azaharDonde viven las historias. Descúbrelo ahora