15. El consejo de un amigo

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El lunes fue la primera vez que pudo respirar tranquila desde el sábado por la noche. Fue una estupidez jugar a aquello y era consciente de que era lo mismo que Carlos pensaba aunque no lo hubiera expresado en voz alta, pero lo peor fue sentirse así cuando la dejó con ganas tras pedirle que la besara. Sin embargo, no se permitió pensar demasiado en ello porque Elena la había convocado esa mañana en la academia. Lo agradeció en silencio porque le serviría para mantener el foco de su atención en otra cosa, aunque muy en el fondo era consciente de que le costaría.

Todo era tan extraño desde que empezaron a convivir...

Cuando llegó a la academia y dejó su bolsa de deporte en el suelo, se fijó en que no eran muchas personas. Elena llegó minutos después y esbozó una sonrisa al ver a sus alumnos.

—Me alegra mucho no estar sola hoy porque eso significa que la exhibición podrá realizarse —comentó Elena al ver que había exactamente siete personas, entre ellas uno de los chicos que asistía a la clase de baile con tacones—. Hoy me gustaría asignaros la canción que bailareis para que podáis ensayarla hasta el viernes. También tendréis a vuestra disposición la academia en caso de que no dispongáis de otro sitio donde ensayar, pero tendréis que avisarme con antelación.

Marina se mordió el labio un poco preocupada por los ensayos. Esa semana tendría que dejar de lado los de kizomba con Álex porque en caso contrario no podría hacer un buen trabajo con la exhibición. Con lo disciplinada que era no se podía permitir el lujo de hacer un espectáculo lamentable.

Una vez que estuvieron listas para recibir la lección de ese día, Elena se colocó delante y se frotó las manos.

—Empezaremos con algo simple: caminar hacia delante con gracia —anunció antes de darse la vuelta para mirar al espejo que todos tenían delante.

Caminó hacia él moviendo las caderas a ambos lados y colocando un pie delante del otro. Después se giró y animó al resto a hacer lo mismo. Marina lo hizo a su manera, con la mano derecha sobre su cintura mientras avanzaba hacia su reflejo. El sonido de los tacones resonó en la estancia hasta que se detuvieron a poca distancia de la profesora.

—Perfecto. Ahora repetidlo varias veces hasta que lo sintáis natural. Tenéis que mostrar seguridad aunque no la sintáis —indicó—. Pensad que nadie os conoce y que no tienen por qué saber que estáis fingiendo, si es que lo hacéis.

Mientras Elena hablaba, siguieron caminando de un lado hacia el otro del aula, cada vez con mayor soltura.

—¡Eso es! Mirad lo bien que lo hacen Oliver y Marina.

Ella sonrió y observó a su compañero, que le devolvió el gesto de forma sincera.

En cuanto vio la seguridad que desprendían con cada paso, hizo que se detuvieran para mostrar el resto de los pasos de baile. No era una coreografía concreta, pero les serviría a la hora de montar las suyas propias para la exhibición.

—También podéis usar una silla, puede ser una gran aliada con los pasos correctos —dijo mientras cogía una de las que había al lado del equipo de música. La puso ante el espejo y se sentó de frente a él—. No olvidéis que la sensualidad en este tipo de bailes es esencial. Tenéis que enamorar al público y, si queréis intentar ir más allá, excitarlos. Da igual si son hombres o mujeres, conquistadlos a todos.

Marina reflexionó mientras veía a Elena bailar. Si Carlos asistía a la exhibición quería conseguir ese efecto, aunque solo fuera parte del espectáculo.

—¿Alguien que se atreva a improvisar algo con la silla? —preguntó Elena al terminar su pequeño baile.

Nadie respondió y por eso se atrevió a nombrar a alguien a dedo.

Fragancia de azaharDonde viven las historias. Descúbrelo ahora