30. Al carajo el autocontrol

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—Estoy perdiendo el control de mí mismo —admitió antes de besar la zona entre el cuello y el hombro de Marina.

—Haz lo que quieras con mi cuerpo —murmuró ella

con los ojos cerrados, disfrutando de lo que sus besos provocaban en ella.

Era capaz de olvidarse de sus anteriores palabras y avanzar más con él esa noche, pero también lo conocía lo suficiente como para saber que no sucedería nada si no contaban con la protección adecuada. Y dudaba que Carlos llevara encima algún preservativo por si surgía la oportunidad.

Las manos de Carlos se introdujeron bajo la blusa de Marina y avanzaron lentamente hacia arriba hasta llegar a sus pechos. Por suerte para ella estaban calientes, aunque el roce de sus dedos casi le produjo cosquillas. Para sorpresa del hombre, que no se había fijado en esa parte de su cuerpo, no encontró obstáculos para acariciar sus pezones ya erectos.

—Eres una chica mala... —declaró, tirando con suavidad de ellos.

Marina gimió por la sorpresa y la excitación.

—¿Y cómo piensa castigarme, profesor?

—Se me ocurren muchas formas... —respondió, subiendo la blusa hasta quitársela por encima de la cabeza.

Por primera vez observó la piel descubierta del cuerpo de Marina y la redondez de sus pechos. Levantó la mirada hacia su rostro y distinguió algo en sus ojos que le convenció de que no podía detenerse ahí. En un impulso, la atrajo y repartió besos desde su clavícula hasta el escote antes de dedicarse por completo a sus senos. Una de sus manos se situó en el que no estaba ocupado con su lengua, mientras que la otra bajó hasta la nalga desnuda.

—¿Alguna vez pensaste que llegaríamos a estar así? —preguntó entre jadeos.

Carlos se detuvo para observarla y se relamió antes de responder.

—Lo he deseado más de lo que te imaginas. —El cuerpo de Marina tembló de manera involuntaria y él la abrazó—. ¿Tienes frío?

Ella negó con la cabeza.

—No puedo tener frío con lo caliente que me estás poniendo.

Acarició la espalda del hombre y deseó que también se desnudara para tocar su piel ardiente, porque dudaba que estuviera fría con el calor que hacía en el interior del vehículo. Carlos repartió besos de nuevo por el hombro de Marina y bajó hasta sus pechos para continuar con lo que estaba haciendo antes de que ella lanzara esa pregunta. Sin embargo, no lo hizo durante mucho tiempo porque la dejó a su lado en el asiento y movió un poco el suyo hacia delante para estar más cómodo. Se situó ante ella, en el suelo, y le indicó que se sentara delante de él. Cuando lo hizo, él le quitó el tanga y abrió sus piernas para observar en la oscuridad el sexo húmedo de Marina. Lejos de dejar a un lado la prenda, la sujetó con la mano que supo que tendría libre y con la otra le dedicó caricias lentas que hicieron gemir a la chica.

Para ella no pasó desapercibido que cogiera el tanga mientras le proporcionaba placer, pero en cuanto notó los dedos de Carlos en su interior, olvidó por completo ese detalle y se abandonó a las sensaciones que experimentaba. Clavó su mirada en la de él, que no dejaba de contemplarla mientras le arrancaba algunos gemidos y jadeos profundos. La besó y, soltando con anterioridad la prenda interior femenina, tocó cada uno de sus pechos con vehemencia. Subió de nuevo con besos hacia el cuello, la oreja, la mejilla derecha y sus labios. Tras varios besos y sin dejar de mover sus dedos con agilidad, se separó lo justo para poder mirarla a los ojos.

—Me arrepiento de no ser previsor.

—Es una lástima no haberlo sido yo esta noche —comentó ella entre jadeos.

Fragancia de azaharDonde viven las historias. Descúbrelo ahora