XXV. Aniversario

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Pasó diciembre y con él el cumpleaños número treinta y cuatro de Antonio, navidad y año viejo, esto último significaba dos cosas, la primera: que era año nuevo; la segunda: el recuerdo vivas de Miguel.

Siempre he escuchado que el amor y el tiempo lo cura todo, pero hay recuerdos que siempre regresan, y otra vez tienes que estar en tratamiento hasta que un día te despiertas y te sientes tan bien que dejas de tomarte la medicina.

Después de que Renata regresara de su rancho y el recuerdo de Miguel la enfermera, su madre le recetó compañía y comida, por lo que se la pasó comiendo en el departamento mientras veían películas (de todo menos de romance) con sus amigos. Y le hizo mucho bien.

Habían pasado tres años desde la muerte de Miguel, y por primera vez Renata no se había quedado acostada en su cama por horas mientras lloraba, ni dejaba de comer porque no tenía hambre; se seguía sintiendo triste pero ese año había mejorado. Y así sería el resto de su vida.

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Todos los semestres son diferentes, puedes recordar cada uno individualmente porque tuvo algo diferente a los otros, a veces es que fue el semestre en que conociste a los amigos que serían tus amigos de por vida, o porque todo tu salón te caía mal, reprobaste alguna materia, no sé, hay algunas tonterías que se me ocurren pero no le quiero dar ideas a las nuevas generaciones.

Pero el punto es que el sexto semestre de Renata estaría marcado por el torneo de basquetbol que la escuela organizó. Al principio no le llamó mucho la atención, le parecía excelente que la escuela comenzará a tomar en cuenta otros deportes además del fútbol, pero aun así no le interesaba participar, y no lo hubiera hecho si no fuera porque escuchó a uno de sus compañeros decir:

—Está bien pendejo el director, hubiera hecho nada más el torneo para los hombres, a las mujeres nada más las van a ir a ver la primera jornada porque están bien buenas, pero cuando vean que no saben jugar se van a arrepentir por haber gastado en un trofeo de más.

Renata no pudo aguantar el coraje, y con la mayor calma que pudo juntar le dijo:

—¿Tú vas a jugar?

—Claro.

—Bien, ¿apostamos? —él la miró de arriba a abajo y le sonrió.

—¿Qué quieres apostar?

—Lo que quieras.

—Si no tienes miedo a perder, entonces sí.

—Bien, si tú ganas el torneo hago lo que tú digas, pero si yo gano tú haces lo que yo te diga.

—¿Y si ambos empatan? —preguntó el chico con quien Luis había estado hablando. Luis se rio.

—No digas tonterías. Acepto —le extendió la mano y Renata se la tomó cerrando el trato —, espero que tu novio no se enfade cuando pierdas.

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Antonio ya le había contado a Renata sobre lo que su abuelo le había dicho, y ella no pudo evitar la sorpresa, Marco nunca le había dicho que su abuelo era dueño de la empresa en la que trabajaba, aunque claro que ya lo había supuesto, aun así era una sorpresa inevitable.

Al igual que Antonio no pudo evitar sorprenderse cuando Renata le contó sobre el torneo.

—Tú no te puedes estar quieta ¿cierto?

—No lo sé... pruébame.

Y lo hizo. Pero después de hacerlo, con sus cuerpos sudados y abrazados debajo de las sábanas le preguntó:

XIV años lejos de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora