XVIII. Amor y Miguel

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La historia de Miguel y Renata es extraordinaria por lo mismo que todas las historias extraordinarias: era verdad, era de ellos y en ella había amor. No sé qué tan acostumbrada esté la gente a hablar de sus exs con sus actuales parejas, tal vez no sea normal tal vez sí, pero es que para Renata, la existencia de Miguel en su vida debía de ser contada, si no era así sentía que lo ocultaba, y no quería eso.

Ella quería gritarlo, quería depositar en cada persona que conociera para así evitar su olvido.

Entonces le contó su historia a Antonio, y él escuchó sin interrumpir. Él no me la contó (por si te lo preguntabas), fue la misma Renata la que me narró toda la historia algunos años después, y ahora yo te la cuento a ti.

Ah, es más difícil de lo que pensaba que sería.

Pero bueno, qué mejor forma de empezar que por el principio.

Renata y Miguel se conocieron cuando empezaron la preparatoria, se conocieron por casualidad y como casi siempre pasa, en su primer encuentro no se dieron cuenta lo que terminarían significando el uno para el otro, no vieron venir esa ola de amor que los ahogaría a ambos.

Después de cinco meses de haberse conocido se dieron su primer beso, seguido del segundo, del tercero y de los muchos que se dieron. Los dos estaban enamorados, pero claro que no lo aceptaron al principio, primero fueron sutiles, comenzaron con un "me gustas" cuando todo eran besos y caricias, después cuando todo era más intenso y piel con piel se dieron el "te quiero", y cuando llegaron al punto en que los abrazos y las miradas eran lo más importante entonces se dijeron el "te amo", aunque tampoco tardaron mucho, tal vez seis meses más a partir de que comenzaron a salir.

Fue hasta ese punto cuando Miguel le pidió que fuera su novia, ambos estaban en las canchas de la escuela abrazados, mientras veían un juego de basquetbol; Renata le dijo que sí sin dudarlo.

Reni conoció a los padres y los hermanos de Miguel, y él conoció a los suyos. A sus padres y a Jime siempre les cayó bien, era muy divertido, siempre se la pasaba haciendo bromas o haciéndose el payaso, y aun así trataba bien a Renata, Miguel podía jugar con cualquier cosa menos cuando se trataba de ella.

Casi nunca discutieron, sólo las veces en las que Renata parecía su madre diciéndole que tenía que aplicarse en la escuela, que tenía que comenzar a llegar temprano a los lugares a los que iba y respetar el tiempo de los demás, o cuando le decía que no debía comprar cosas solo por comprar.

Esas fueron sus discusiones.

Renata nunca se sintió insegura (de ninguna forma) estando con él, en ese tiempo tenía kilos de más y ella se sentía bien así; Miguel tenía tanto amigos como amigas y ella nunca sintió desconfianza de ninguno de ellos; él nunca se puso violento con ella, nunca le gritó, nunca la toco si no fue para darle amor. Siempre estuvieron bien.

Pero al parecer a alguien no le gustan las historias de amor ya que estas siempre terminan. Bien o mal, pero terminan.

Compartieron dos años y cuatro meses juntos desde la primera vez que hablaron, y después llegó el peor día.

Era un sábado tres de enero (a Renata nunca le ha gustado ese día desde entonces, pero le gusta todavía menos acordarse), ella iba llegando de pasar año nuevo con su familia, cuando el hermano mayor de Miguel la llamó.

—Giovani, hola —le había saludado con una sonrisa a pesar de que él no pudiera verla.

—Renata —le había respondido con un hilo de voz —lo siento tanto.

Hay cosas que no es necesario que digas para que la otra persona lo entienda, en ese momento no se necesitaron más palabras para saber que algo malo le había pasado a Miguel, Renata sólo pregunto la dirección y le pidió a Guillermo que la llevara, él estaba muy cansado pero prácticamente se le olvido cuando vio a su hija tan preocupada.

Cuando llegaron a la sala de espera Renata encontró a la familia de Miguel llorando, fue Giovani quien la llevó hasta el cuarto de Miguel. Cuando entró, el corazón de su novio seguía latiendo, pero se veía lastimado.

Miguel tenía la cara llena de rasguños al igual que sus brazos, su cabeza estaba vendada y sus ojos estaban cerrados. Estaba muy mal, y tal vez te preguntes ¿por qué dejaron que tuviera visitas? Pues bueno, los médicos habían hecho todo lo que pudieron, pero no podían mentir ni hacer milagros, tal vez Miguel nunca volviera a despertar.

Reni no se dio cuenta que estaba llorando hasta que llegó a su lado y tomó su mano.

—Miguel —consiguió murmurar, tal vez fuera la última vez que lo viera respirando, así que hizo un esfuerzo por tragarse sus lágrimas —, te amo tanto, tanto, tanto. Y hay tantas cosas que me gustaría decirte, pero todas se resumen en las mismas dos palabras que no me he cansado de decirte: te amo. Miguel, lo hago, te amo con cada célula de mi cuerpo y con toda mi alma; y me duele verte así, y me duele aun más pensar que —soltó un quejido, «no llores ahora, no en frente de él» —, no quiero pensar que esta podría ser la última vez que te vea, y aunque me duela admitirlo y sepa que soy una egoísta por desearlo: no quiero que te vayas, quiero que te quedes. Quiero que te quedes... —tuvo que parar para controlar el llanto y tomar aire.

»Pero, si esto está siendo difícil para ti, si crees que no hay nada bueno para ti después de esto, que ya no queda algo por que luchar y es más fácil dejarlo, voy a entenderlo, Miguel ¿de acuerdo? Lo entenderé, lo prometo. Si quieres quedarte, quédate por ti, no por —«», pensó— alguien más. Y perdóname por no haber estado contigo, perdóname si no te amé lo suficiente, perdóname por haberme ido. Perdóname, perdón, perdón... lo siento.

Estuvo otro rato llorando mientras acariciaba la mano de Miguel. Ya no sabía qué más decir pero no quería irse de su lado.

—Miguel, te amo. Hasta entonces —beso su mano y después salió del cuarto, con el sonido del monitor haciendo ecos en los oídos.

Renata se quedó acompañando a la familia de Miguel hasta que cinco horas después un doctor llegó para informarles que Miguel se había ido. Reni lloró mucho esa noche, al día siguiente y muchas noches más después de la primera.

Miguel había tenido un accidente de coche la madrugada de año nuevo, había bebido mucho, nadie sabe a dónde quería ir, pero no manejo más de tres kilómetros antes de chocar y volcar el coche. Iba borracho y aparte no traía cinturón de seguridad. Si hubiera despertado probablemente no hubiera vuelto a caminar, aparte era probable que no recordará más que su nombre y como hablar.

Renata terminó la preparatoria y Miguel no estuvo ahí; fue su cumpleaños número dieciocho y Miguel no la acompañó; fue navidad y Miguel no le mando mensaje; se cumplió un año tras su muerte y Miguel no regresó.

Fue hasta ese momento cuando Renata se dio cuenta de la realidad: Miguel se había ido y no lo volvería a ver, mínimo no en esta vida. Y volvió a llorar esa noche, pero cuando se despertó se sintió mejor, supo que la mejor forma de recordarlo sería viviendo una vida feliz y plena, justo como a él le hubiera gustado que fuera.

Todos se dieron cuenta que su actitud había cambiado, que estaba más alegre y más abierta, fue cuando decidió contarle a sus amigos que había existido Miguel, que aún seguía existiendo, porque ella no lo olvidaría, ni aunque quisiera, no podía.

Ni siquiera cuando unos días después llegó un hombre vestido de traje a su vida.

Porque bien dicen que el primer amor nunca se olvida. 

XIV años lejos de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora