XXI. Coachella

5 2 0
                                    

Creo que a nadie le sorprende este hecho, y que sólo decir el nombre ya es suficiente para imaginarte toda la experiencia. Pero, sería una pésima cuenta historias si no te cuento este específico capítulo en la vida de Renata y Antonio.

Supongo que aunque a él le moleste, la verdad es que comparte esa obsesión de planificar todo por su cuenta para tener el control total (pero no lo pongas tú a organizar una fiesta porque se le olvida enviar las invitaciones).

Cuando comenzó abril Antonio fue a hablar con los padres de Renata para pedirles permiso y a que lo ayudarán a que fuera sorpresa. Regina y Guillermo les pareció bien, ellos no podían llevarla hasta California así que ¿Qué podían decir?.

—Entonces ¿tú la estás invitando? —le preguntó el señor Andrade, haciendo que Regina le dedicara una mirada de esas que dan miedo.

—Sí, yo la llevo y yo la traigo. Voy a cuidarla bien —como quien va a la plaza por la tarde.

Lo bueno de todo esto, es que Renata no sospechaba, ya que Antonio le dijo que irían a la playa; se fueron el veinte de abril, y no fue hasta que llegaron al aeropuerto que Marco le contó todo el plan, bueno, omitiendo lo obvio. Cuando terminó de hablar Renata lo miraba con cara de incredulidad, tenía sus waffles a medio comer y bebía de su malteada de vainilla con un popote (de esos biodegradables).

—A ver, recapitulemos: dices que le pediste permiso a mis papás para llevarme a California por dos días, invitaste a tus primos y le dijiste a todos que no me dijeran nada, mientras que yo tenía la idea a qué iríamos a una playa aquí cerquita, y que terminarías diciéndome cuando estuviéramos desayunando ¿voy bien o me regreso?

—Vas perfectamente.

—¡No puedo creer que nadie me dijera! Creo que ni siquiera traigo el pasaporte.

—Regina lo metió en tu mochila, en la bolsa de adentro —Renata dejó su malteada en la mesa y tomó su mochila que colgaba de la silla, la revisó y después soltó una risa.

—Esto debería de ser invasión a la privacidad —le dijo mientras sostenía el pasaporte en la mano.

—¿No me vas a decir que estás feliz de estrenarlo?

—Ni siquiera tengo visa.

—Por favor, viajas conmigo, tengo todo bajo control. No necesitas preocuparte.

—De acuerdo, estar contigo es vivir sin preocupaciones, lo tengo claro.

—Gracias.

—¿Y dónde están los chicos?

—No sé, les dije que se mantuvieran alejados de nosotros hasta que subiéramos al avión. No quería arruinar la sorpresa.

.

Cuatro horas. Fue el tiempo que pasaron en el avión.

—Hubiéramos hecho menos tiempo si hubiéramos ido a la playita —le dijo Renata cuando iban en el coche que Antonio había rentado para los cinco.

—Pues acostúmbrate, que vamos a comenzar a viajar más.

—Pero yo no necesito viajar —después se volvió a la ventana y murmuro: —, solo quiero estar contigo.

Lo más divertido del hotel fue el disparejo que se tuvieron que aventar para saber quienes compartirían habitación con Fátima, ya que estaba claro que ninguna de las parejas quería intrusos.

—¡Ay! ¡Pues me pago una! —pero todos los cuartos estaban ocupados (de ese hotel y posiblemente de todos los de Indio). Pero Renata no podía dejar de ser como es, así que fue la que puso fin a la discusión diciendo que no había problema con que se quedara con ellos, todos felices y contentos (menos Antonio).

XIV años lejos de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora