XVI. Aclaraciones y suerte

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Renata había llegado a la casa de Enrique, era el único de los cinco que tenía casa sola la mayor parte del tiempo, incluso los fines de semana, y no se equivocó, cuando llegaron estaba sólo, sus padres habían ido a una comida con sus abuelos y él les había dicho que tenía mucha tarea (que era cierto, pero cuando llegaron no era eso lo que estaba haciendo).

Después de que Adrián se culpara por un largo rato y soltara alguna que otra lágrima, por fin se quedó dormido en uno de los sillones. Reni y Enrique fueron hasta la cocina para que ella le pudiera explicar con lujo de detalle lo que había pasado, ya que Adrián no había dejado de decir:

—¡Es mi culpa...! Si yo no hubiera... Es que yo no debí... Tuve que haberlo sabido... Es mi culpa... Pobre, Dante, no ha de querer saber de mí... Seguro me odia... Es que si yo hubiera —y así una y otra vez.

—No sé qué decir —le dijo Enrique cuando Renata terminó de contarle lo sucedido —, me refiero, sin duda fue horrible, debió de haber sido un infierno, no quiero ni imaginarme cómo se sienten los dos. Ni tú.

—¿Yo por qué?

—Bueno, empezando porque tú estabas ahí, escuchando todo y —parecía que Enrique se pensó lo que iba a decir, lo cual Reni no sabía si significaba algo bueno o no, ya que él siempre ha sido muy espontáneo, de los que mete la pata sin miedo al fracaso —, ¿no has pensado cómo van a reaccionar ellos cuando sepan que andas con Antonio? —Reni cambió de postura, casi como si estuviera poniéndose a la defensiva, incluso frunció el ceño ¿qué le intentaba decir Enrique?

—Marco y yo no somos novios.

—No dije que lo fueran (que no les falta mucho), dije que andan ¿ahora me vas a negar eso también?

—Pues —busco la respuesta correcta, pero no tenía —¿por qué me preocuparía cómo reaccionaría su familia? Quiero decir, claro que me importa dar buena impresión y todo eso, pero lo normal, aunque espero que lo normal no sea terminar gritando como hoy.

—Reni, los amigos se dicen las cosas al chile, y al chile cualquiera pensaría que eres una interesada —eso hizo que a Renata abriera los ojos y la boca por la sorpresa «No has dicho eso...»

—¡¿Cómo te atreves...?! —pero Enrique la interrumpió.

—¡Pero yo no soy cualquiera! ¡Yo sé que lo quieres bien! Pero vamos, tú ¿de verdad crees que los demás en la calle ven a un Antonio y a una Renata? Ellos sólo ven a un hombre con dinero y a una joven guapa.

—¿Y a mí qué me importa lo que los demás crean ver? La familia de...

—La familia de Antonio ha demostrado que son más conservadores de lo que a ti te gustaría admitir. No me sorprendería que también estén acostumbrados a casarse entre gente rica.

Eso era algo que Renata nunca había pensando, a ver, que se podría mal interpretar sus intenciones, si lo había tenido clarísimo desde que fue a la casa de los Sivina, pero se había calmado al saber que ella no estaba ahí por dinero, sino por Marco, sólo por él, sin nada más.

—Lo siento —escucho a Enrique decir —, Reni, perdóname.

—No, no, no, es que me has hecho pensar. Tienes razón.

—No, no la tengo. Sólo, se me voló la cabeza. Nadie en su sano juicio podría pensar que tú eres así, eres la persona más noble que conozco.

Pero Renata siguió pensando, después de esa comida, aún le quedaban dudas... ¿Habría alguien en esa familia a parte de Ulises que no estuviera en su sano juicio?

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—¿No le vas a hablar a José? —le preguntó Antonio antes de que su madre cerrara la puerta de la biblioteca.

XIV años lejos de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora