XXIX. Boda

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Antes de que hablemos de la boda, sí, Antonio le regaló un charm a Renata el veintiocho de febrero, pero este era en forma de balón de basquetbol.

Ahora, a lo que vinimos: la boda de Adrián y Dante.

Adrián se casó estando en octavo semestre de la carrera, a sus veinticuatro años; mientras que Dante tenía ya los treinta y uno. Renata nunca había visto a tanta gente en un salón, al igual que nunca había visto un salón tan grande, bueno pues si estamos hablando de la hacienda del Lienzo Charro del Pedregal.

Fátima había sido la madrina de anillos; Antonio y Renata los testigos; junto con Cristián, Camila y Enrique formaron los caballeros y damas de honor. Cada uno vestía un color del arcoíris, Renata llevaba un vestido rojo, Antonio un traje naranja, aunque no era naranja, de hecho por eso él y Reni discutieron.

—Eso no es naranja —le dijo con los brazos cruzados.

—Claro que sí.

—Es durazno.

—Ustedes las mujeres se inventan colores, para nosotros sólo existen ocho.

—Eres un tramposo.

Pero Antonio no dejaba de verse ¿curioso? Bueno, Fátima llevaba un vestido amarillo (precioso como todo lo que vestía); Enrique un traje verde terno (se veía increíblemente guapo); Cristián un pantalón azul marino con tirantes y un moño; y Camila con un vestido morado. Creo que era el cómo se veían juntos que todos volteaban a verlos.

Entre los invitados estaban los padres de Renata y Jimena, Regina se había puesto sensible cuando Adrián le había entregado la invitación, sentía que era su hijo quien se iba a casar, aunque era casi lo mismo ya que lo quería como tal.

Todos en la boda se la pasaron bien, si no se estaban tomando fotos estaban bailando, si no bailaban comían, si no comían bebían, la única persona infeliz ese día fue Ulises, pero a nadie le importa cómo la haya pasado.

Hubo un momento en que Enrique se acercó a Renata para sacarla a bailar.

—¿Me concede esta pieza, bella dama? —ella se rio, le dio un trago a su bebida y tomó la mano de Enrique para ir a la pista.

—No me vas a negar que tú y yo nos vemos mejor está noche.

—No podría defender lo contrario, estoy segura de que Marco hubiera escogido el azul si Dante no le hubiera dicho sobre la idea del arcoíris, no es tan listo, no lo hubiera entendido por sí mismo.

—¿Así que sólo escogió el naranja para estar junto a ti?

—Eso parece.

—¿Tú no hubieras escogido otro color?

—¿Y perder la única oportunidad de ver a Marco vestido con un color que no sea blanco o negro? No, un milagro no ocurre dos veces.

Después hubo un silencio que ambos entendieron, pero fue Enrique quien lo puso en palabras. Ya sonaba una segunda canción.

—Nunca nos imaginé así —el silencio de Reni lo invito a seguir hablando —, en una boda, vaya, ni siquiera me imagine que se fueran a convertir en mis mejores amigos. Cuando los vi no eran nadie, y ahora... —soltó un resoplido —sé que suena tonto pero son mi todo, sin mi familia, vivimos juntos y ahora no me imagino una vida sin ustedes. Ahora creo que equivocarme de carrera fue lo mejor que me pudo haber pasado.

—No te equivocaste de amigos —fue el turno de Renata de suspirar, sonreía pero podía sentir las lágrimas atoradas en la garganta —. Te entiendo, nos recuerdo en primer semestre yendo por pizza sólo nosotros cinco, y luego nos veo aquí, en la boda de Adrián, es algo que no me lo explico, no somos tan viejos ¿o sí?

—Me temo que cada año cuenta. Pero envejeceremos juntos.

—O viviremos siempre jóvenes.

—Lo que pase primero.

No esperaras mucho para saber lo que pasó primero.

.

Al final de la noche, Renata y Antonio salieron al jardín a tomar aire, ambos estaban cansados pero no lo sentían por la alegría que sentían; Reni tenía el saco de Marco cubriéndola del frío, mientras que él sostenía en su mano derecha los tacones de ella, y en la izquierda su mano.

—No quiero que esta noche se acabe.

—Entonces hagamos que dure por siempre —Marco la detuvo y la giró lo suficiente para besarle. Un beso a sabor de tequila y teamo, ya lo había probado antes, lo recordaba, y eso le hizo sonreír —. Lo digo en serio.

—¿El qué?

—Hagamos que dure toda la vida —Renata lo siguió mirando —. Renata, no tengo un anillo y aunque lo tuviera sé que no te gustaría; tengo mucho que ofrecer pero lo que realmente te quiero dar, lo que te prometo es: abrazarte; mirarte; cuidarte; estar contigo en los buenos, en los malos y en los peores momentos; ser tu compañero, tu amigo, tu amante; te prometo todo mi amor.

»Renata, ¿te casarías conmigo? —ella le dedicó una mirada en la cual se podían reflejar las estrellas y leerse la respuesta a esa pregunta.

—¿Hoy?

—Cuando quieras.

—Sí, Marco, me casaría contigo.

XIV años lejos de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora