El fin

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POV Alek

- Papá... - Susurró Olivia apareciendo por la puerta de la cocina donde aún estaba sentado leyendo algunos recetarios. - ¿Está todo bien duende? - Le pregunté y me frunció el ceño. - No me digas duende. - Me regañó y sonreí antes de ponerme de pie y guardar mis cosas para poder centrarme en mi hija.

- Extraño a la abuela. - Me dijo y sentí mis ojos picar de repente. - Yo también la extraño amor. - Le dije recordando a mi mamá, Natasha Romanoff. Había fallecido hace solo seis meses, pero aún no había sido tiempo suficiente para procesar el dolor de no tenerla más.

Hace un año y medio habíamos perdido a mamá Wanda, y era lógico que mamá Natasha, sin ella, pese a ser una mujer sumamente sana, no resistiera más. Era muy cierto aquello de que había gente que podía morir de pena. - Lo lamento. - Dijo de repente Olivia y sonreí a medida limpiaba las rebeldes lágrimas que se deslizaron por mi rostro. - Perdón papá. - Me dijo otra vez y tomé suavemente sus manos para acariciarlas y negar.

- No me pidas perdón princesa, recordarla, recordarlas me hace feliz, solo que las amo mucho y eso no lo hace fácil. - Le dije recuperando la compostura. Ya no tenerlas me hacía sentir pequeño otra vez y de alguna manera perdido, siempre fueron mi faro de luz al final de camino.

Había adorado a mamá Wanda, pero mi relación con Natasha Romanoff había ido más allá de cualquier comprensión, mamá Natasha había sido mi mejor amiga, incluso en medio de su dolor jamás había dejado de estar para mí, para ninguno en realidad.

- ¿Por qué la tía Emma dice que ella murió de amor? - Me preguntó y sonreí. - Oh diablos, qué le has hecho a papá. - Apareció Helena y de pronto e hice un puchero. - ¿Qué le hiciste duende? - Le preguntó y me reí, Helena era mi segunda hija, tenía cuatro, los gemelos, Helena y Olivia. - ¿Por qué todos me dicen duende? - Se quejó esta última y ambos nos comenzamos a reír. - Es que no tiene sentido, no soy baja, ustedes están muy grandes. - Razonó entre quejas y asentí.

- Hablamos de la abuela Natasha. - Dije hacía Helena y le guiñé. - Olivia quiere saber por qué la tía Emma dice que mamá murió de amor. - Expliqué y ella me sonrió a medida se sentaba al lado de su hermana y sin decirlo me decía que ella quería también oír la explicación.

- Natasha Romanoff tenía dos consignas claras sobre la existencia, la mejor metáfora que calzaba a la vida, era aquella que la comparaba con un viaje, mientras que, la mejor metáfora que calzaba al amor, es aquella que lo compara con un té. - Expliqué. - ¿Por qué? - Preguntó Olivia.

- Porque la vida es un viaje, hija. Puedes hacer planes, itinerarios, pero basta un elemento se altere y todo el plan lo hace también. Sabes aún a dónde vas pero no cómo vas a llegar. - Le dije y asintió. Sabía que al ser una niña aquello demandaba más esfuerzo para ella que para Helena quien parecía enternecida al haberlo comprendido ya. - ¿Y el amor? - Preguntó ella.

- El amor, según mi madre, era un té. Porque igual que el amor, cuando es bueno, el té aviva nuestra imaginación, reprime los vapores que invaden nuestra mente, y mantiene serena el alma. - Sonreí al recordar aquello. - ¿Por eso murió? ¿Porque se acabó el té? Pudo preparar más-. Preguntó Olivia otra vez y negué.

- He ahí el detalle amor, por más amor que sintiera por nosotros, la única persona que le podía ayudar a preparar más té, ya no estaba. Así que su viaje no pudo continuar, no cuando la persona con la que viajó por décadas no estaba más. - Le expliqué y Helena sonrió triste. - La abuela Wanda. - Me dijo y asentí.

- Mamá Wanda era la adoración de todos nosotros, incluyendo a su abuela Natasha. Mamá nunca pudo negociar ser la única, pero siempre fue nuestra favorita. - Recordé con nostalgia. - Aún recuerdo cuando se quedaron dormidas en la playa, con todos nosotros al rededor y no despertó más. Lo vi en los ojos de mamá, ella también había muerto aquel día, sin embargo su existencia se extendió durante un año más. - Terminé de decir.

Mamá aquel día no había llorado, no había renegado, no había dicho nada, simplemente se había apagado, y si le preguntábamos qué creía al respecto, solo sonreía con tristeza y no hablaba realmente de ello. Con los meses pensamos que todo había mejorado, pero no y lo sabíamos, por más dolor que sintiéramos al pensar en ello, entendíamos que para Natasha Romanoff, la vida no tenía el mismo sentido sin Wanda Maximoff.

No era costumbre, no era por adoración y mucho menos por obsesión, hay amores donde la coincidencia de las almas no es sólo un suceso aislado, sino el inicio de su fusión. Daba igual cuál se marchara antes, la otra no iba a vivir mucho más sin su compañera de viaje y sin su amor, en su lenguaje personal del amor, ninguna iba a durar mucho más sin su té.

- Yo veía feliz a la abuela. - Dijo Olivia y asentí. - Lo era y lo estaba amor, no es por falta de amor a nosotros o porque no fuésemos suficiente, ella igual era una mujer mayor, solo que... - Intenté pensar cómo decirlo. - Ya no tenía su té. - Me respondió y Helena y yo sonreímos. - ¿Cómo eran ellas cuando tenías nuestra edad? - Preguntó y sonreí.

- Una mejor versión de mí. - Bromeé. - Eran perfectas, siempre hablando entre ellas, felices, buenas madres, excelentes consejeras. - Recordé. - Y muy divertidas, eran exactamente el tipo de personas que debieron ser eternas. - Les dije y los tres vimos aparecer a Samantha, su madre, por la puerta. - Lo serán, amor. - Dijo y caminó hasta mí para acariciar suavemente mi cabello a manera de consolarme.

- Hay gente que no tolera tener una suegra, yo tenía dos y las extraño a ambas. - Les dijo a mis hijas por bromear y aligerar el ambiente. Samantha solo había vivido con su padre debido a que su mamá falleció cuando era bastante menor, mis madres lo sabían y habían hecho todo lo posible no por reemplazarla, pero sí por hacerle sentir que tendría siempre una madre a la qué recurrir.

Samantha había llorado más que yo cuando falleció mamá Wanda y hace meses cuando falleció mamá Natasha. Ella decía que yo había tenido más tiempo con ellas pero que ella aún necesitaba de ellas. Yo también lo hacía, ella lo sabía. Pero amaba el tipo de relación que ellas habían logrado con todos los miembros de nuestra familia.

No hay persona que las hubiese conocido y que no extrañara lo que habían sido o habían representado para cada uno de nosotros, eran la personificación de los valores de un amor correcto, el mejor ejemplo de amistad, complicidad, romance, trabajo, esfuerzo y compromiso, eran mi mayor pérdida porque habían sido también mi mayor ganancia, la razón de mi éxito y de que lograse formar la familia que tenía.

Ellas y mi familia eran mi té y nunca me permitiría olvidar cómo preparar más, no si las quería honrar.

***

Lo mencioné en su momento, el viaje de este par no podía acabar en un lugar aleatorio de su historia y ya.

Alek las amaba, pero no por eso lo elegí a él, aunque me crean o no, hay una versión en mi cabeza de cómo afectó a cada uno de sus hijos el no tenerlas más, solo que la menor de todos los nietos que tuvieron ese par es Olivia, bueno, de momento, así que por ser su hija, le di la plática a Alek.

Estoy muy feliz de haber compartido esta historia con ustedes, de haberlos hecho padecer tantito, entretenerse y disfrutar con algunos capítulos.

Gracias por leer y por votar, ustedes son el sentido de que aún cuando tarde en volver, me queden siempre ganas de escribir y publicar algo más.

Y otra vez, recuerden que: El amor, hasta donde es bueno, sano y mutuo, es. Sino, ya para qué. Gracias por todo.

Amor en Té - Scarletwidow / WandanatDonde viven las historias. Descúbrelo ahora