Capítulo 21: Funeral, memorias y promesas

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Capítulo 21: Funeral, memorias y promesas

Gracias a mi petición pudimos enterrar a Sora en el cementerio del palacio. En este sitio solo podían acceder caballeros y damas nobles del más alto honor, el resto de la servidumbre debía descansar en el cementerio local o recibir la incineración.

Las costumbres funerarias de este mundo no eran diferentes a las de México, enterraban a sus muertos y dejaban lápidas para recordar sus breves o largos pasos por el mundo. Claro, como aquí no existía el cristianismo no usaban la cruz de manera religiosa, sino que empleaban la heráldica personal en caso de ser nobles o un símbolo que haya sido preciado para el difunto.

Con Sora decidimos grabar un libro y una escoba justo debajo de su nombre. El primero, por su gran afición a la lectura pese a venir de origen humilde y el segundo, por la profesión que empeñó de manera magistral durante toda su vida.

—Estamos aquí reunidos para dar el último adiós a Sora Clemente, amiga y excelente trabajadora. —Mamá dio un paso al frente, traía consigo un vestido negro largo que cubría todo su cuerpo y un velo oscuro que ocultaba casi todo el rostro. Sin embargo, pude notar como su ojo izquierdo aún seguía cubierto por un moretón grueso y feo.

Al funeral venimos pocas personas: Alda, Ingrid mamá, yo, Gonzalo, Sir Marte y su mujer e hijos. También las compañeras sirvientas de Sora y sus amigos mayordomos llegaron para despedir a quien fue su jefa de operaciones.

Se respiró un ambiente pesado.

El shock de su muerte aún no había desaparecido del lugar, la gran mayoría (incluyéndome) seguíamos incrédulos por semejante asesinato impune.

No quise ver su cuerpo nunca más, pero mamá dijo que la metieron dentro del ataúd con un vestido blanco y lleno de flores bordadas alrededor del encaje. Murió usando su traje de sirvienta y no consideramos correcto enterrarla con su atuendo tradicional. Ya había servido toda una vida, ahora era libre de caminar hacia el más allá o donde quiera que vayan los muertos.

Solo por un momento una idea estúpida recorrió mi mente.

¿Y si Sora reencarnaba en mi mundo original?

Bah, mejor dejé de consolarme con tontas ideas y decidí afrontar la realidad: Sora murió.

Y no volveré a verla.

—Hija de la humanidad, que tus restos vuelvan a la tierra y que tu alma suba al cielo. Que nuestro Dios se apiade de ti en el juicio final. —El sacerdote del castillo tiró unas piedritas plateadas alrededor de la tumba; según Gonzalo estas ofrendas servían para terminar el lazo del mundo terrenal con el celestial.

Una tradición que a mí no me terminó de convencer, pero que al resto de los presentes produjo una sensación amarga. Pues aquello significaba que la vida de Sora como un mortal había terminado ante los ojos de Dios.

Luego del ritual, mamá volvió a dar un paso al frente y llamó la atención de los presentes.

Oh, claro...

Este era el paso final.

Gonzalo me dijo que antes de meter el ataúd en su tumba final, el pariente más cercano del difunto realizaba unas palabras finales. Pero como Sora ya no tenía esposo ni hijos, tampoco padres, ese deber recaía en Girasol.

—Conocí a Sora cuando ella solo tenía 10 años, en ese entonces solía esconderse en la biblioteca para leer sin que nadie la viera. Siempre soñaba con la era mítica, donde incluso una sirvienta podría aspirar a la grandeza con el milagro de la magia. Yo también me interesé en esos temas y junto con Guadalupe, mi otra mejor amiga, nos juntábamos todas las tardes para discutir nuestras novelas favoritas. Guadalupe y Sora amaban los romances, yo prefería las aventuras cómicas, descripciones de viajes impresionantes en lo más recóndito del mundo. Aquellos fueron días de ensueño, las clases sociales no importaban y solo éramos tres mocosas juntas disfrutando la vida con una sonrisa. Fuiste una gran amiga, recuerdo cuando te casaste y yo sostuve el ramo de flores. Te veías tan contenta... Luego nació tu hijo, que de haber seguido con vida tendría la misma edad que mi Ulric. —Mamá hizo una pausa para tomar aire y de paso, limpiarse las dos únicas lágrimas que bajaron alrededor de sus mejillas. Alda no dejó de sollozar y el resto de los presentes se mantuvo en silencio —. Solo espero que Sora haya podido encontrar a su esposo y a su hijo en el más allá, tal vez un último encuentro con ellos los deje descansar por toda la eternidad. Mi buena amiga, muchas gracias por haber sido parte de mi vida.

ISEKAI: Reencarné como el Rey más pobre del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora