El dueño del nombre

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Tony a veces detestaba un poco a sus amigos.

Como Rhodey, que estaba descansando debido a sus lesiones, estaba en el complejo todo el tiempo, le fue imposible ocultarle el poco sano estado de ebriedad que alcanzó aquel primer día que le llegó la carta de Steve.

No le dijo por qué lo hizo. En realidad, tampoco preguntó, seguramente ya lo sabía, hasta podría haber estado orgulloso de que soportara tanto.

Pero ahora ya encontraba excusas constantes para necesitar su ayuda. Cuando al principio le dijo y demostró que podía continuar su vida de manera normal, ahora necesitaba que Tony lo ayudara a llegar a un lado, a alcanzar una cosa, a realizar otra. No lo dejaba solo.

Happy llegó diciendo que retomaran sus clases de box. Cuando Tony se negó, quiso hablar sobre los autos, sobre la seguridad, sobre el niño araña del que era el contacto. Casi nada de lo que decía era importante, relevante o si quiera tenía que ver con Tony. Pero no lo dejaba solo.

Pepper, la perfecta CEO que llevaba la empresa sin problemas, ahora necesitaba su consejo en tantas cosas, necesitaba su apoyo en realizar algunos datos, en revisar contratos, en hablar con empresarios. Lo tenía constantemente trabajando, llenando su tiempo.

Vision, con acceso a todo internet, a veces le preguntaba cosas. Le reportaba todo lo que Ross seguía mandando, le pedía apoyo para planear las misiones a las que Tony no era solicitado. Aparecía repentinamente, atravesando la pared e ignorando las puertas cerradas, cada que Tony lograba encerrarse en el bar, en el taller o en su habitación con grandes cantidades de alcohol.

Incluso una vez, cuando todos los otros tuvieron algo que hacer y Tony por fin estaba solo embriagándose en paz, apareció el chico araña en el complejo y habló y habló sin detenerse, distrayendo a Tony tanto que fueron al taller para ver cómo avanzar en su traje.

Sabía que estaban preocupados por él, por supuesto que lo sabía, pero no quería eso. No necesitaba eso. Lo que él necesitaba era poder meter tanto alcohol en su sistema que su mente dejara de pensar. Que pudiera caer inconsciente sin tener ningún sueño porque cada que cerraba los ojos Steve era lo único que invadía sus sueños y pensamientos. Necesitaba atrofiar su cerebro con la confusión que el licor generaba.

Y así, tal vez, podría mirar el complejo y dejar de recordar que en esa sala se sentó con Steve a jugar ajedrez. O leyeron. O miraron películas abrazados. Allí en el comedor donde desayunaron tantas veces, platicando, riendo, robándose besos y miradas, se dieron de comer mutuamente, entrelazaban sus manos mientras los demás vengadores se quejaban de alguna cosa mundana.

Podría pasar por la sala de entrenamientos sin tener la ligera esperanza de que, si entrara, Steve y el resto estarían allí, lo recibirían con una sonrisa y le dirían que se uniera. Podría dormir en su habitación sin saber que estuvo allí tantas veces con Steve, haciendo el amor, escribiendo su nombre en su antebrazo izquierdo, llamándolo alma gemela.

Quizás sería capaz de trabajar en su taller sin rememorar todas las veces que lo hicieron allí abajo, porque justamente habían tratado de hacerlo en todas las superficies para que Tony lo tuviera en mente a cada momento y no se imaginaba que terminaría siendo su tormento personal.

Solo quería ahogar el abrumador deseo de llorar. Quería llenar el vacío que sentía en su pecho. Quería a Steve...

Y lo odiaba, odiaba sentirse así, odiaba tener el celular que le mandó todo el tiempo consigo. Odiaba sentirse triste y roto. Odiaba mirar su antebrazo y extrañar el nombre de una persona que no fue hecha para él. Se odiaba a sí mismo por ser incapaz de dejar de amarlo. Odiaba a sus amigos porque no lo dejaban lamentarse y dañarse a sí mismo en paz.

Después de tu alma gemelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora