4. LUNA

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Harry dejó llorar a su amiga todo lo que quiso. Sabía que era importante para ella desahogarse y que probablemente sería la única vez que la vería derrumbarse por lo que estaba pasando. Él también quería llorar, destrozar todo, pero no debía perder la compostura. Ya había tenido suficiente por ese día al atacar a Ron.

Al cabo de un buen rato, cuando ambos se habían sentado en un sillón de dos plazas, ella aún con su cabeza sobre el hombro de su amigo, murmuró:

—Gracias, Harry. Desde que te conocí siempre has estado a mi lado; eres el mejor amigo que la vida me regaló; sé que puedo confiar en ti siempre y para siempre.

—Siempre, Hermione, siempre estaré a tu lado como un fiel guardián de tu felicidad... —Besó su cabeza—. Y ahora, nada de nostalgia ni recuerdos tristes. Tú eres más fuerte que todo esto y no será un divorcio el que te doblegue. Deberías buscar otro lugar donde vivir. —Hermione lo miró extrañada—. No me veas así...

—No es fácil olvidar veintisiete años en pocas horas, Harry; recién hace dos semanas que Ginny descubrió todo. Han sido pocos días para asimilarlo. No lo voy a superar cambiando de domicilio.

—Estoy de acuerdo. Pero debes empezar de cero, y estando acá, con la sombra de Ron en cada rincón no lo lograrás. Te ofrecería un lugar en Grimmauld Place, y sé que Lily sería la más encantada con la idea de tener a su tía todo el tiempo en casa estos meses previos a Hogwarts, pero te conozco... Preferirás estar sola.

Hermione asintió. No había contemplado la idea de mudarse pero viéndolo desde el punto de vista de Harry, no le pareció mal la sugerencia.

—Voy a tomarme un tiempo en el trabajo. Sé que me distraería por unas horas pero al regresar a casa todo volvería de nuevo. Y la verdad, no me siento con ánimos para dar todo de mí. Y ya sabes que no me gusta la mediocridad.

—Se las ingeniarán sin ti. Están acostumbrados a tu forma de trabajo; te aseguro que todo seguirá funcionando como te gusta.

Los siguientes días fueron muy difíciles para Hermione. No tenía un carácter depresivo pero todo había ocurrido tan rápido que a veces aún le parecía estar en una pesadilla. Su mundo se había alterado de la noche a la mañana y no tener a sus hijos con ella empeoraba la situación, pues estando sola tenía mucho tiempo para pensar en qué había fallado, autoflagelándose con recuerdos. Había descubierto que durante diez años de su vida había preferido guardar las apariencias, permanecer fiel a sus principios, hacerse de la vista gorda ante una serie de mentiras y no podía decir que todo lo había hecho por sus hijos porque no había sido así; lo había hecho por sí misma, porque no quería vivir las consecuencias de sus errores, no quería aceptar que se había equivocado, que ella había sido la primera que no se había dado a respetar, que se había conformado con lo menos, todo por no salir de su zona de confort.

Las señales habían estado ahí, y ella no las había querido ver. Largas ausencias, pocas conversaciones, mucho menos relaciones íntimas, la sensación de que él deseaba estar en otro lugar... Le dolía que él nunca hubiera tenido la valentía de expresar lo que sentía, lo que quería e incluso llegó un momento en el que sintió pena por él, autoimpuesto a vivir una felicidad a medias por tantos años por no decir la verdad...

Con ayuda de Harry y Ginny, se mudó una semana después a un apartamento en las afueras del Londres mágico y después acomodar las pocas cosas que compró, se negó a salir de su dormitorio y a comer más de unos cuantos bocados.

Harry llegaba en las noches después de salir del trabajo y por lo general, la encontraba sentada frente a la ventana con la mirada fija en la nada. Apenas lograba que ella le respondiera en frases cortas por lo que simplemente se dedicaba a observarla en silencio sentado en un rincón de la habitación, deseando saber la manera de aliviar el corazón de su amiga y el de su familia política de una vez por todas, esto a pesar de que él también estaba herido por la traición de su cuñado.

A veces intentaba leerle algún libro que sabía era interesante para ella, pero Hermione no era capaz de prestar atención más de unos escasos minutos. Ocasionalmente, ella parecía volver de ese lugar solitario en el que ahora vivía y le sonreía con melancolía; en una ocasión hasta le preguntó por su trabajo. Otros días que parecían ser mejores que el resto, se levantaba del mullido sillón, se sentaba a su lado, recostaba su cabeza en un hombro y le agradecía la paciencia que le tenía.

—Pronto pasará, lo sé —le dijo una noche a principios de abril en la que Harry había logrado que salieran a caminar por el barrio.

—Extraño mucho a mi alegre y positiva amiga —respondió apretando su mano con cariño—. Pero tómate el tiempo que necesites. Mientras tanto —agregó señalando el cenit donde la luna menguante era apenas visible—, ella sonríe por ti.

 Mientras tanto —agregó señalando el cenit donde la luna menguante era apenas visible—, ella sonríe por ti

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