20. ZAPATOS

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Hermione regresó a su apartamento mucho más tranquila después de haber hablado con sus amigos. Eran las cuatro de la tarde y se iba a disponer a ver una película cuando escuchó el sonido del águila real de Draco en una ventana.

¿Está mal que quiera verte de nuevo hoy? Me gustaría ir contigo a un lugar. A las cinco te espero en el parquecito cerca de tu apartamento. Ponte ropa cómoda.

El corazón de Hermione volvió a acelerarse y sin analizar nada, escribió una respuesta positiva y corrió a arreglarse con un capri y una blusa de algodón. Minutos antes de las cinco se apareció detrás de unos arbustos en el parque en donde Draco ya estaba esperándola, vistiendo un pantalón jeans y una camiseta blanca. Una cicatriz sin forma en su brazo izquierdo recordaba que una vez ahí había estado la marca tenebrosa, pero de eso tampoco nadie se acordaba. Ella nunca lo había visto con un look tan relajado. Al verla, su rostro se iluminó con una sonrisa.

—Hola —le dijo—. ¿Preparada?

Ella asintió y él, tomándole la mano, los apareció segundos después en una bonita y poco concurrida playa. Draco mantuvo su mano unos momentos más entre la suya y cuando la soltó, ella deseó que no lo hubiera hecho.

—Una vez me trajeron a este lugar, cuando era muy pequeño, creo que tendría unos seis años. Es una playa invisible para los muggles. Los Rosier tenían una fiesta y la celebraron acá. Fue mi primera vez viendo el mar...

Draco había empezado a caminar hacia orilla del mar mientras hablaba y Hermione iba a su lado, imaginando a un niño muy rubio embelesado con el paisaje. Se había quitado los zapatos para dejarlos sobre un montículo de arena, y así poder caminar por la orilla permitiendo que el agua tocara sus pies.

—No recuerdo mucho de la fiesta o de lo que pasó, pero sí que corrí hasta la orilla y que madre me regañó porque me mojé la ropa. —Draco sonrió ante el recuerdo—. Ella me secó con la varita pero logré escabullirme de nuevo; después estaba hecho un desastre pues me llené de arena. Pero estaba feliz. Años más tarde vinimos Theo, Blaise y yo al terminar el cuarto curso cuando todos estaban vueltos locos con el regreso del Señor Tenebroso. Nos escapamos y con el ajetreo, ni cuenta se dieron... Fue la primera vez que nos emborrachamos —confesó con una mueca—. Blaise tenía una hermosa tienda y nos quedamos varios días acá, en aquella parte. —El mago señaló una arboleda a lo lejos—. Hacía veinticinco años que no venía...

—Es una hermosa playa.

—Lo es...

—Antes de entrar en Hogwarts, íbamos a Norfolk todos los veranos. Papá alquilaba una cabina y pasábamos todo el día en el mar. Los tres nos poníamos muy bronceados, algunas veces incluso me quemé la espalda y me dolía mucho. —Hermione se carcajeó—. Todavía siento el olor del aceite bronceador de coco y la sensación en la piel cuando se me llenaba de arena. También hacíamos caminatas en las mañanas antes de desayunar. Y comíamos muchos mariscos. Creo que de esa época es que nació mi gustó por ellos. El mar siempre me relaja. Su aroma... su sonido... —Se habían detenido y Hermione había cerrado los ojos e inhalaba profundo. Cuando los abrió, Draco, muy cerca de su rostro, la estaba viendo fijamente y su corazón empezó a latir más rápido.

—Quería verte... Gracias por aceptar venir...

El mundo a su alrededor parecía haber desaparecido; el sol había empezado a bajar para esconderse en el horizonte y se reflejaba en el rostro de ambos dándoles tonalidades naranjas. Los segundos seguían pasando y Draco alternaba la mirada entre sus labios y sus ojos. Ella no pudo evitar humedecer ligeramente sus labios, resecos por la brisa marina, lo que él tomó como una provocación. Inclinándose sobre su rostro, cerró los ojos y la besó, primero con suavidad y poco a poco se convirtió en un beso apasionado, como si deseara fundirse con ella para siempre. Hermione rodeó su cuello con las manos para acercarlo más a su cuerpo y se rindió al placer de un beso ansioso, cargado de un deseo que no sabía que llevaba semanas conteniendo. Él había bajado sus manos por la espalda y la abrazaba por la cintura, despertando miles de sensaciones que llevaban demasiados años dormidas en su interior.

No supo cuánto tiempo habían pasado besándose pero se detuvieron y ella abrió los ojos; él aún respiraba entrecortado y la veía con anhelo. Ambos sonrieron algo nerviosos; ella escondió el rostro en su pecho y se abrazó a su cintura.

El sol estaba a punto de caer y captó su atención. Draco la abrazó por la espalda y ella recostó la cabeza sobre su pecho, disfrutando de esos instantes del ocaso. Minutos después, él tomó una de sus manos y empezaron a caminar lentamente de regreso, sumidos en un silencio, que lejos de ser incómodo, les infundía paz. 

 

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