12. DIENTES

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La Navidad siempre había tenido un sentido especial. No importa dónde hubieran estado el resto del año, toda la familia Weasley se reunía el veinticinco de diciembre en La Madriguera y por eso era la fecha más importante del año para Molly y Arthur. La algarabía de los niños y los no tan niños corriendo por toda la casa, los partidos de Quidditch aunque nevara, la preparación del almuerzo con la colaboración de todos los miembro, colocar la mesa que agrandaban con magia para la ocasión en el jardín, pero sobre todo, lo más esperado por todos sin importar su edad, era la apertura de los regalos. Cualquier detalle, por pequeño que fuera, era dado con amor a los demás.

Ese año Hermione estaba en una encrucijada. Lo lógico era que Ron acudiera con su nueva familia a la reunión. Pero entonces ... ¿Ella ya no tenía derecho?

Molly se había encontrado en secreto con Ronald, Evangeline y Fabian en una ocasión, tres meses atrás. George la había descubierto saliendo sospechosamente del Caldero Chorreante, y a ella no le había quedado más remedio que contarle. Eso había indignado al mago pero en el fondo la comprendía. Era su hijo, su nieto, y ahora que George tenía su propia familia, entendía el sentir de su madre. Aún así, había declarado abiertamente que él no podía perdonar así de fácil, y que si en algún momento la nueva familia de Ron llegaba a La Madriguera, le avisaran para no llegar.

Pero Navidad era Navidad... eran años de tradición...

Hermione estaba envolviendo los regalos. Al día siguiente llegarían sus hijos, y cuatro días después...

Se pasó las manos por el cabello debido al cansancio, no solo físico sino mental. Todo el día le había estado dando vueltas al asunto. No se había atrevido a tocar el tema con nadie, ni siquiera con Harry y sentía que la cabeza le iba a estallar. Se levantó de la mesa y caminó hacia la ventana. La abrió y sintió una refrescante brisa golpear su rostro. El frío invernal que sintió de pronto le hizo estremecer el cuerpo y castañear los dientes, y aún así se mantuvo así unos minutos más porque lo necesitaba.

—¿Qué crees que haces, Hermione?

La inesperada presencia de Harry a su espalda le hizo pegar un grito y después empezó a reír nerviosamente con una mano sobre el pecho como si quisiera evitar que el corazón se le escapara.

—Vas a enfermar. ¿Acaso ya te volviste loca? —le dijo en son de broma, apartándola de la ventana para luego cerrarla.

—Necesitaba aire fresco...

—Podría adivinar lo que está pasando por tu cabecita.

—¿Ah sí? ¿Usarás tus superpoderes de auror para eso?

—No, los de amigo por veintisiete años —sonrió de lado con picardía. Hermione seguía riendo—. Uno: estás haciendo estupideces como la de salir con este frío a la ventana. Dos: finges que todo está bien pero tu risa te delata, estás nerviosa. Tres: hoy has faltado a nuestro café de los viernes. —Hermione se llevó las dos manos a la boca debido al asombro—. Cuatro: olvidaste firmar unos memorándums que dejé en la mañana sobre tu escritorio. —Esta vez la bruja se tapó los ojos sin poder dar crédito a lo que sucedía—. Cinco: son las nueve de la noche y sigues con esos zapatos de la oficina. ¿Quieres que siga?

Hermione se vio a sí misma. Cada tarde, al llegar a casa, lo primero que hacía era deshacerse de los incómodos tacones pero esa noche aún los llevaba puestos.

—Diagnóstico, señor mejor amigo... —dijo quitándose los zapatos y sentándose nuevamente en la mesa.

—Estás pensando en el almuerzo del veinticinco —afirmó como si fuera algo demasiado obvio.

—Muy bien, ya confirmaste que me conoces bien. Ahora, dime qué hacer.

—No hay nada qué pensar, Hermione. Debes ir. Eres parte de esta familia, y nunca tuvo que ver con que te casaras con Ron, sino porque ellos nos adoptaron como hijos muchísimo antes de que ambos nos casáramos con uno de ellos. Es así de sencillo.

—Harry, no sé si podría estar ahí con ella, con el niño... pero sobre todo con ella.

—No creo que él los lleve... Saben que no son bienvenidos por la mayoría... Además, no creo que Ron sea tan cara dura, aunque... Bueno, viniendo de él, ya no sé qué esperar... En todo caso, no fuiste tú quien falló. Rose y Hugo son parte de esa familia, tú eres su madre. Tienes todos los derechos del mundo de estar ahí. Y si ellos llegaran, es una casa grande, somos muchos y todos estamos de tu lado. No permitiremos que pase nada extraño.

—Ellos son también parte de la familia...

—Pues sí... pero no se han ganado el cariño de ninguno de nosotros.

—El niño no tiene la culpa...

—No... Es tan nieto como los demás...

—Será muy extraño...

—Sí... pero a peores cosas nos enfrentamos a una edad en la que no teníamos ni idea de lo que hacíamos y salimos adelante. Esto no se compara.

—Todos debiéramos ver la vida como la ves tú —le dijo abrazando a Harry con ternura. Contar con él era un consuelo. 

 

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