14. CENA

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Hermione llegó al apartamento aún dándole vueltas a su conversación con Pansy. Mientras preparaba un rápido sandwich de pollo y queso para su cena, las palabras de la modista se repetían una y otra vez en su mente.

Se siente bien contigo, había comentado. Eso significaba que Draco había hablado de ella con sus amigos, antiguos defensores de la pureza de la sangre. Y aunque ya nadie hablaba de esos temas, muy de vez en cuando sentía esa espinita de que, a pesar de sus logros, ella siempre sería una bruja nacida de muggles. Era una etiqueta que ni los años podrían borrar. Evidentemente, Draco había pasado por alto ese pequeño detalle e incluso la había llevado a su casa, a su santuario, como había dicho Pansy, y caer en la cuenta de ese gesto, la hizo sonreír.

Hermione no le había preguntado a Draco si él también acudiría a la actividad del día siguiente. Por lo general asistían, además de políticos y empleados de más alto rango del ministerio, los magos y brujas pertenecientes a las familias más adineradas de la comunidad mágica. Además de pertenecer a este último grupo, él había participado activamente en la elaboración del aspecto financiero del proyecto y por lo tanto, era implícito que recibiera una invitación. Sin embargo, debido al luto por la pérdida de su esposa, él no había vuelto a verse en ninguna actividad social. Aún así, Hermione se durmió esa noche deseando que a la del día siguiente sí asistiera.

Hermione dio por terminadas sus terapias poco después de cumplir el año de haberse divorciado, eso hacía pocas semanas atrás. Había pasado la página. Su historia con Ron ya no constituía un problema grave en su vida; la terapia había cumplido sus expectativas y estaba preparada para seguir adelante sola. No sentía que lo hubiera perdonado, pero ya no le dolía su recuerdo. Con Ron había tenido dos hijos maravillosos y una gran familia que amaba y que siempre la verían como parte de ellos. Además, había aprendido a aceptar sus errores, que el destino era la suma de las decisiones que se toman en la vida, buenas o malas, y que debía seguir adelante a pesar de ellas.

Esa mañana de miércoles se recogió su cabello en un moño bajo, se aplicó algo de maquillaje, se vistió y evaluó el resultado frente al espejo. Había recuperado el peso perdido el año anterior y sonreía radiante, satisfecha con lo que veía. Ella sabía que no tenía la belleza de Ginny, pero ese día, se sentía hermosa.

Hermione había acordado con Ginny que llegaría a Grimmauld Place para desde ahí acudir los tres al almuerzo. Su amiga se había quedado con la boca abierta al ver a Hermione salir de la chimenea.

—Hermione, ¡estás espectacular! —casi le gritó abrazándola emocionada—. Esos colores te hacen ver mucho más joven. Desearía que Ron pudiera verte y se diera cuenta de la mujer que dejó ir.

—¡Ginevra Potter! —regañó Harry a sus espaldas—. Sabes que en esta casa está prohibido hablar del infame de tu hermano.

—Lo sé —le dijo su esposa con voz melosa y dándole un beso en la mejilla con tal de tranquilizarlo. Harry la vio con sospecha. Siempre lo compraba con ese tipo de gestos—. Pero no puedes negar que Hermione luce preciosa hoy.

Harry abrazó a Hermione con ternura y luego la hizo girar sobre su propio eje.

—Siempre se lo he dicho. Es una gran mujer, y no tiene que ver con su forma de vestir. Pero bueno, hoy definitivamente se esmeró.

—¿Será que tienes algún objetivo masculino a la vista? —inquirió Ginny con mirada traviesa.

—¡Cómo se te ocurre! —respondió la aludida sintiendo sus mejillas arder ligeramente.

—Hace años no te veía así de bonita. Te ha sentado la soltería.

—¡Ginny! ¿Por qué insistes en tocar ese tema? —volvió a regañar Harry rodando los ojos. Su mujer era todo un caso. Ginny volvió a sonreírle con picardía para luego lanzarle un beso.

—Es que me encanta molestarte. Te ves muy guapo así de serio —le guiñó y luego de pellizcarle cariñosamente las mejillas, le dio un rápido beso en los labios.

—Ay no; por favor no empiecen con los mimos —dijo Hermione fingiendo obstinación—. Es hora de irnos. Guarden esas demostraciones para cuando yo no esté.

Quizá se hubiera sentido nostálgica meses atrás, pero sinceramente se alegraba que más de veinte años después, sus dos mejores amigos se amaran como cuando eran jóvenes. Ambos lucían muy elegantes, ella con un vestido púrpura y Harry con un sobrio traje negro. 

 

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