8. ESFINGE

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Draco la guió caballerosamente hacia el interior del restaurante, el cual estaba bastante lleno de comensales a pesar de no ser media tarde. El mago habló en griego con Zarek, el administrador del lugar, quien los llevó hasta la parte trasera del local, espacio en donde tendrían mayor privacidad y donde había una vista espectacular de unas montañas que Hermione no supo reconocer. Minutos más tarde, con ademanes pomposos, Zarek colocó  sobre la mesa una pequeña botella transparente y dos vasos de dos onzas donde sirvió el licor. Draco tomó uno de los vasitos  y alzándolo con ceremoniosidad, brindó:

—Por nuestros duelos y las horribles terapias grupales. 

Hermione no pudo evitar la risa y tomando su pequeño vaso, probó con cautela, descubriendo que era una bebida de alta graduación alcohólica. 

—Te tomaste muy a pecho lo de la bebida fuerte —dijo sintiendo el líquido raspar su garganta. 

—Me gusta complacer a las damas —dijo sonriendo de lado—. Es un licor de Creta. Se llama tsikoudia. Difícilmente lo encontrarás fuera de esa isla. 

—Y acá, por supuesto, porque supongo que seguimos en Inglaterra. 

Draco asintió complacido. 

—Este restaurante es de Blaise Zabini. Él ama la comida mediterránea, griega y egipcia, por eso decidió abrir el local.

—Y tú, hablas griego…  

—Un poco, sí —respondió alzando ligeramente los hombros—. Ese y otros idiomas. 

—Sigues siendo un engreído —bromeó. 

—Yo más bien diría que tenía mucho tiempo libre en la infancia y un padre estricto que creía que un Malfoy debía saber de todo un poco. 

Hermione rodó los ojos. Las excentricidades de los ricos aún a veces la sorprendían. 

Pasó la mirada por el lugar. Estaba fascinada por el paisaje pero también por la decoración. Lo que más había llamado su atención era una gran escultura de piedra representando a una esfinge, criatura mitológica griega representada con rostro de mujer, cuerpo de león y alas de ave, que adornaba una hermosa pared de piedra que tenían al lado. 

—¿Acaso no es símbolo de mala suerte? —preguntó señalándola. 

—¿Crees que un objeto sea capaz de generar buena o mala suerte? —inquirió tratando de no sonreír. La idea le divertía—. No sabía que fueras supersticiosa, Granger.

—Por supuesto que no, pero las personas… —De repente se sentía muy tonta por el comentario que había hecho.

—Simboliza inteligencia y fuerza. Nada más. A Blaise le encantan. Dice que es su emblema. 

El silencio reinó por unos instantes entre ellos. Hermione bebió otro poco del licor y una sombra volvió a caer sobre su rostro cuando recordó lo que había pasado minutos atrás. Draco, adivinando sus pensamientos, comentó:

—Esto de compartir experiencias, expresar emociones y pensamientos más íntimos ante los demás es comparable a recibir un cruciatus. 

—Coincido —afirmó. El recuerdo muy lejano de haber sentido ese intenso dolor le dio un escalofrío—. No creo que vuelva a participar en algo así. Lo había estado retrasando todo este tiempo, porque no me gusta hablar de mis problemas frente a desconocidos…  A duras penas lo consigo con el Dr. Parker, pero no siento que me haya beneficiado. Al contrario, ahora no quiero volver a ninguna terapia. 

—Es porque nos expone demasiado. Aunque todos tratamos de sobreponernos al duelo por haber perdido una persona importante, seguimos vulnerables a su recuerdo, a su ausencia. 

—Ese es el problema. Me he dado cuenta que quizá Ronald no era tan importante en mi vida. Hermione se sorprendió por estar abriendo nuevamente su corazón a Draco como aquella vez en el lobby del consultorio. No era un desconocido, pero tampoco era su amigo, y aún así, él la hacía sentir en confianza. Harry la dejaba hablar sin opinar, quizá porque en cierto modo sentía que traicionaba a su amigo y cuñado si hablaba algo de él, fuera bueno o malo. Más bien, le había sorprendido que Harry se hubiera atrevido a romperle la nariz el día que firmaron el divorcio. Había sido una reacción de la que, presentía, Harry se arrepentía. 

En cambio, con Draco estaba el factor de que él y Ron nunca se habían llevado. No había intereses de por medio, era una persona imparcial. 

—A lo mejor te duele percatarte de que no era la persona que creías, que la idealizabas. 

—Más que idealizar, estaba cegada. Nunca vi las señales por estar sumida en otras cosas, casi siempre relacionadas con el trabajo. A veces siento que le di razones para que me fuera infiel. 

—No se justifica, Granger. Siempre tenía la opción de hablarlo contigo, de buscar ayuda si fuera el caso, o simplemente de ser sincero y decirte que ya no quería seguir con la relación. Hubiera dolido pero no tanto como la traición. 

—Vaya, creo que mejor te voy a seguir pagando a ti las terapias. No pudiste haberlo dicho mejor.

 No pudiste haberlo dicho mejor

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