13. CRISTALES

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Para alivio de toda la familia, Ron había decidido llegar solo y casi al final de la tarde. Aún así, Fleur había fruncido el ceño mientras murmuraba algo con Bill, y Charlie se había mostrado muy seco al saludarlo. En definitiva, el ambiente se había puesto muy tenso.

Hermione se había sentido algo cohibida pero la mano de Hugo presionando la suya en señal de apoyo la calmó. En todo caso, poco después, los tres decidieron regresar al apartamento y Ron no hizo nada para detenerlos.

En la noche le había enviado una carta a Rose pidiéndole que ella y Hugo se reunieran con él al día siguiente para desayunar juntos pues Fabian quería conocer a sus hermanos. Hermione instó a sus hijos a que firmaran la paz con su padre, que no cometieran los mismos errores que él al alejarse durante tantos años y que no tomaran represalia con el niño que no tenía culpa alguna de las acciones de sus padres.

—No quiero verle la cara a esa mujer —refunfuñó Rose—. Tampoco me interesa conocer a Fabian.

—Hablen con él, díganle lo que sienten, pero no olviden que siempre será su padre, y que a pesar de todo, los ama —dijo con tono conciliador.

Para fin de año, Hermione fue con sus hijos a Australia, como acostumbraban hacerlo y en enero, todo volvió a la rutina de siempre.

El borrador en el que estaba trabajando Hermione estaba casi listo. Draco lo había revisado una y otra vez y lo que faltaba era que el ministro Mühlbacher lo viera por si hacía falta alguna sugerencia. Estaba muy satisfecha con los cambios que eso traería a la comunidad mágica y si todo salía como esperaba, a finales de enero, o lo más tardar, a mediados de febrero, podrían enviárselo a Shacklebolt para su revisión definitiva. Se esperaba que el nuevo decreto estuviera listo para firmar en marzo cuando llegara la primavera.

El día que el ministro dio el visto bueno del documento definitivo, todo el equipo fue a celebrar a un restaurante nuevo del Callejón Diagon después del trabajo. Incluso habían llegado Theo y Draco. Este último se había acercado a Hermione, quien lucía satisfecha por un logro más y se había sentado a su lado en actitud relajada, sonreía con frecuencia a sus compañeros de oficina, y se preocupaba si ella estaba bien con su cerveza de mantequilla y los chips de papas fritas o si deseaba algo más. Hermione hacía mucho que no sentía que, alguien fuera de su círculo de amigos se preocupara por ella y se preguntaba si, después de haber trabajado por tantos meses en un mismo proyecto, codo a codo a veces por días enteros, no elevaba a Draco a la categoría de amigo.

Varias veces había estado en su casa para almorzar lo que Hilda preparaba, en otras ocasiones se reunían en la sala de juntas del ministerio y se contentaban con un puñado de nueces, almendras y pistachos que ella siempre llevaba consigo para casos de emergencia. Hermione se sentía bien a su lado, disfrutaba de su compañía, de sus ideas, y más de una vez se encontró extrañándolo si por una u otra razón, en lugar de Draco, era Theo quien se reunía con ella.

Para celebrar la firma del decreto, el ministerio había organizado una fiesta a la que acudiría una comitiva austriaca por lo que Hermione volvió a visitar el atelier de Pansy, pues quería que ella le confeccionara lo más adecuado para un almuerzo al aire libre en plena primavera. Pansy corroboró las medidas y le pidió que dejara todo en sus manos. Cuando días después fue a tallarse su vestido, Hermione no pudo evitar un grito de asombro final al ver salir de la caja, un hermoso vestido de fiesta en tul estampado en tonos rojos, blancos y marrón, escote palabra de honor, cinturilla fina lisa de color rojo y vaporosa cola de pato. Pansy también tenía preparadas unas elegantes sandalias rojas que aumentaban diez centímetros a su altura. Unos hermosos pendientes en forma de gota hechos con cristales de Swarovski, empresa coincidentemente austriaca, complementaban el atuendo. Pansy estaba encantada con el resultado.

—¡Estás preciosa! Todos tendrán los ojos puestos sobre ti.

Hermione no podía dejar de ver la imagen que el espejo le devolvía. Le parecía increíble que ella fuera esa persona. Hacía muchos años que no sentía esa emoción, quizá desde cierto baile de Navidad cuando tenía quince años.

—Has trabajado duro en ese decreto —comentó Pansy rato después, cuando había invitado a Hermione a tomarse un vino en un saloncito privado que tenía preparado siempre para atender a sus clientes.

—Ha sido trabajo en equipo, pero sí, estamos muy satisfechos.

—Draco nos ha contado que te ha llevado a su casa. —Pansy la veía con mirada escrutadora.

—Ha sido por cosas relacionadas con el trabajo —se apresuró a aclarar algo azorada.

—Claro, eso nos ha mencionado. Él es muy reservado con su vida privada; no es de llevar a nadie a su espacio, que casi considera un santuario. Quizá por eso nos llamó la atención. La verdad, a todos nos alegra que se sienta bien contigo.

—Es un hombre muy agradable —confesó. Draco había sido tan natural con ella, tan abierto, que le asombraban las palabras de una de sus mejores amigas—. Yo también la paso bien cuando estoy con él.

Nuevamente, se sorprendió al haber dicho eso. ¿Sería que el vino la hacía hablar de más? 

 ¿Sería que el vino la hacía hablar de más? 

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